viernes, 26 de febrero de 2016

Bolivia: ni polarización ni división



 24 de febrero de 2016. Por, Fernando Mayorga, profesor e investigador de la Universidad Mayor de San Simón, Bolivia. Coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO “Ciudadanía, organizaciones populares y representación política”.

El 21 de febrero se ha llevado a cabo el referendo constitucional que permitiría al presidente Evo Morales presentar nuevamente su candidatura en las elecciones generales de 2019. La victoria fue del NO. El resultado del referendo que se realizó el pasado 21 de febrero en torno a la reforma del Art. 168 de la Constitución Política del Estado boliviano muestra un cuadro de perdedores y ganadores relativos.

Las cadenas de televisión y los diarios convencionales difundieron resultados obtenidos mediante “encuestas en boca de urna” o “conteo rápido”. Resultados extraoficiales que daban la ventaja al NO con una diferencia de 5% en un caso y 2% en otro. Mientras los analistas mediáticos explicaban razones y efectos de la votación apoyados en un generador de caracteres que reiteraba: “virtual victoria del NO”; los seguidores de alcaldes y gobernadores opositores festejaban el triunfo en las calles de algunas ciudades advirtiendo que los datos reales debían, simplemente, confirmar lo que, todavía, era una sospecha sujeta al margen de error y al recuento oficial. Los jefes de partidos opositores con representación parlamentaria fueron más severos y llamaron a “denunciar fraude” si las cifras finales del recuento oficial no concordaban con los guarismos de las empresas encuestadoras.

El oficialismo, a través del vicepresidente Álvaro García Linera, esgrimió el criterio de “empate técnico”. A pesar de que utilizó un término equívoco –mencionó la posibilidad de una “drástica modificación”– insistió en el carácter del referendo: un voto define el resultado. La postura del MAS no era pesimista por disimulo, puesto que más del 10% de los recintos electorales están en zonas rurales lejanas que no acceden al envío de actas fotografiadas por carencias técnicas. Y es necesario recordar que el comportamiento electoral en esas comunidades otorgó al MAS una votación promedio de 75% en las elecciones presidenciales de 2005, 2009 y 2014. A eso se sumaba el voto en el exterior que, no obstante a que el ausentismo fue elevado, podía incrementar la opción por el SI habida cuenta del apoyo al MAS, sobre todo en Argentina que tiene el mayor número de inscritos. Por esas razones el recuento electoral estaba bajo la sombra de Alfred Hitchcock o, en clave de cultura andina, podría dilucidarse leyendo hojas de coca. Entonces, lo aconsejable era esperar que el recuento oficial de votos transcurra sin presiones y desdramatizar el escenario político porque el comportamiento electoral de la ciudadanía muestra que la moderación y el equilibrio son los patrones dominantes de su conducta política y que, al margen del desenlace de esta coyuntura, no existen ganadores ni perdedores absolutos. Y ese es el punto de partida de un balance cauto del proceso del referendo constitucional realizado el 21 de febrero.

En primer lugar, no existe polarización en la sociedad y la imagen de “país dividido” es una figura retórica sin sustento. La polarización ideológica se manifestó en el discurso de los actores políticos que evitaron la deliberación argumentativa y optaron por la descalificación del adversario. Las fuerzas opositoras esgrimieron, de manera efímera, la consigna de “campaña ciudadana” pero más temprano que tarde ingresaron al ruedo porque ese campo disperso y fragmentado (“la oposición”) se convirtió en una arena de disputa cuando los sondeos preliminares mostraron la supremacía del NO en la opinión pública urbana. La competencia por abanderar el rechazo a Evo Morales definió su comportamiento bajo el predominio de una radicalización discursiva. Esta tendencia se exacerbó en las redes sociales virtuales debido al contenido de los mensajes cuya viralización fue mayor mientras más denigrantes eran las palabras y las imágenes –sobre todo en los memes– dirigidas contra la figura presidencial. Las campañas por el NO fueron más vigorosas en este ámbito y se confundieron con el accionar de usuarios –algunos ficticios– que elaboraron y difundieron un conjunto de prejuicios que desplazaron el tema de la consulta a denuncias sobre supuesta corrupción gubernamental e inclusive, como tituló un sitio web: “escándalo sexual”. Por primera vez, la agenda mediática fue definida por Facebook y Twitter y los medios convencionales se convirtieron en cajas de resonancia: inclusive en el día de la votación, puesto que no existen restricciones al uso de redes sociales. La polarización fue incentivada por algunos promotores del NO en ese circuito comunicacional: redes sociales virtuales, radios, canales televisivos y periódicos (en un par de casos publicaron al filo del plazo una “encuesta flash” de dudosa calidad que otorgaban al NO una amplia victoria). Por su parte, el MAS impulsó una ficticia polarización de carácter convencional porque enfocó su discurso en la intromisión norteamericana, el retorno del neoliberalismo y los partidos tradicionales, la guerra sucia de la derecha y otros términos usuales. Esta estrategia pretendió provocar un escenario de polarización política –favorable a Evo Morales en el pasado– sin advertir que en esta contienda no existía un adversario definido y que el votante no debía elegir entre Evo y un oponente sino entre la posibilidad –o no– de su permanencia en el poder por una década más. Una curiosa figura: Evo versus Evo.

Sin embargo, el domingo fue un día normal, menos intenso que en jornadas de antaño, porque en la mayoría de los recintos electorales no había emblemas ni vestimentas de color verde –SI– ni de color rojo –NO–, y las reyertas entre contendientes fue anecdótica. Entonces, la polarización fue escenificada en los mass media y los smartphones e incentivada por los actores políticos, sin embargo no se encarnó en la población. Una población que, en varias oportunidades, ha demostrado su autonomía de acción en el ejercicio de su ciudadanía política. Esto es, una importante porción del electorado no es cautivo de interpelaciones partidistas y lo demostró en repetidas ocasiones, como en los comicios subnacionales de marzo de 2015 –cinco meses después de otorgar mayoría absoluta a Evo Morales– optó por elegir a alcaldes y gobernadores opositores en las ciudades y regiones más importantes del país.

Esta evaluación conduce a cuestionar la idea de “sociedad dividida” como expresión de la polarización política entre oficialismo y oposición. La concentración de votos por el NO en las ciudades y el apoyo mayoritario al SI en zonas rurales muestra una distribución territorial de las preferencias electorales, pero es meramente una “división de la votación” porque el electorado debía optar entre dos opciones. El apoyo de sectores populares a Evo Morales es constante, así como el repudio de sectores urbanos de clase media y alta. La victoria del SI en solamente tres de los nueve departamentos (regiones) significa el desempeño electoral más deficitario del MAS desde 2005. Sin embargo, la leve diferencia en el resultado general del referendo relativiza la idea de “división en la sociedad” puesto que se trataba de una consulta para reforma constitucional parcial y no de una elección presidencial, a pesar del carácter semi plebiscitario que asumió la contienda ante la carencia de debate programático.

A partir de esta lectura, reitero la idea de partida de mi análisis: la equilibrada distribución de preferencias electorales, denota un cuadro de perdedores y ganadores relativos.

En primer lugar porque el MAS mantiene el apoyo de la mitad del electorado aunque debe resolver una falla de sincronía en la organización de sus campañas puesto que mantuvo la fortaleza de su red organizativa sindical/popular de base territorial, no obstante careció de capacidad para adaptarse a las nuevas condiciones discursivas impuestas por el uso de redes sociales, algo que no puede desdeñar en el futuro si consideramos que existe el doble de dispositivos de telefonía móvil que electores registrados y que los usuarios mayoritarios son jóvenes y viven bajo nuevos códigos discursivos y otra estética comunicacional. Si el MAS no obtiene capacidad para viralizar su discurso no romperá esa barrera que irá creciendo hacia 2019. Encarar esa suerte de anacronismo es un desafío crucial. Más aún si Evo Morales no será candidato presidencial en 2019.

Respecto a los saldos negativos para el MAS sobresale el deterioro de la imagen del presidente sometido a una sobreexposición por la diversidad de críticas (desde la economía hasta el respeto a la Constitución incluyendo su vida privada) que enarbolaban los promotores del NO y que contrastaba con la monotonía de la convocatoria del oficialismo: continuidad del “proceso de cambio” bajo el mando presidencial de Evo Morales como garantía de estabilidad política y social. Es evidente que se ha desportillado la popularidad de Evo Morales que, inclusive en las encuestas sobre el referendo, superaba el 65% de aprobación como presidente. Sin embargo, también es evidente que no se ha debilitado el lazo carismático con sus seguidores y ese capital político puede ser la base de la estrategia del MAS con miras a las elecciones generales de 2019, ya que Evo Morales elegirá a su sucesor como candidato presidencial y propiciará que el éxito de su gestión gubernamental sea el sustrato de la fortaleza de su partido, enfrentando un contexto económico adverso. En una suerte de analogía con el comportamiento de Lula en Brasil, Evo Morales puede optar por convertirse en “guardián y reserva del proceso de cambio” mientras fortalece su imagen global como líder indígena y su fama como una figura política que transita en las fronteras de lo formal e informal. Y, así, retornar como candidato en 2024 para anunciar la realización de la Agenda Patriótica del Bicentenario 2025, el tema central de su campaña en el referendo del domingo pasado.

Esta posibilidad depende de las estrategias de los actores políticos que configuran un nuevo campo opositor. La votación por el NO fue una victoria que demuestra que la articulación de posiciones contrarias al MAS puede dar una mayoría inédita –casi la mitad del electorado– empero se trata de una mayoría ficticia que se convirtió, un día después, en un campo de disputa entre probables candidatos de variado tinte cuyo amplio abanico se resume en los gobernadores de La Paz y Santa Cruz: Félix Patzy proclama la recuperación de la vertiente comunitaria indígena debilitada por la “traición” del MAS y Rubén Costas esboza un discurso convencional de liberalismo antiestatista y, en el pasado, promovió las autonomías departamentales como antípoda al proyecto de Estado Plurinacional. No obstante, un hecho central de este proceso electoral fue el surgimiento de dos novedades cuyo derrotero es incierto. Por una parte, algunos segmentos de la ciudadanía hicieron un uso político de las redes sociales como manifestación del ejercicio de su acción autónoma; aunque no es posible equiparar este desempeño con los casos emblemáticos de “política viral” en Grecia, España, Egipto o México puede traducirse en germen de nuevas modalidades de acción política al margen de los partidos y fermento de liderazgos alternativos. Por otra parte, el “vacío” provocado por la desaparición del Movimiento sin Miedo (MSM) –un partido de izquierda que rompió con el MAS después de apoyar a Evo Morales durante varios años y perdió su sigla en 2014– fue ocupado por una agrupación informal de personajes políticos que estuvieron en filas del MAS en diversos momentos o tienen un perfil progresista. Tuvieron notable protagonismo en esta campaña como agudos críticos del gobierno recuperando la idea de “reconducción del proceso de cambio” enarbolada por el MSM e incluyendo la alternancia presidencial como elemento central de su propuesta: “nueva oportunidad”, en alusión al NO. A estas novedades deben enfrentarse los jefes de los partidos con representación parlamentaria que, en la campaña en las redes sociales, también fueron estigmatizados y rechazados como alternativa al MAS.

El juego está abierto.

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