jueves, 2 de junio de 2016

Héctor y la odisea del cadáver de Víctor Jara 7



Epílogo


“Vamos por ancho camino”

Hasta el 2008 el “caso Víctor Jara” estaba estancado y hasta ese momento sólo  había un procesado: el comandante retirado Mario César Manríquez Bravo, jefe del campo de prisioneros instalado en el Estadio Chile después del golpe de Estado. A fines de aquel año, en las pizarras del Palacio de Tribunales podía leerse: “Se cierra caso  Víctor Jara”. Juan Eduardo Fuentes Belmar, el juez a cargo, era escéptico ante la posibilidad de recaudar nueva información para dilucidar el caso. "Se decretaron diversas diligencias y finalmente he estimado que ya está agotada la investigación y prueba de ello es que he decretado el cierre de ésta", dijo el magistrado a la prensa, pero apenas fue publicada dicha sentencia, la familia Jara alegó que la resolución del proceso permanecía inconclusa y que aún quedaban más evidencias por recaudar.


Durante los días siguientes, el abogado Nelson Caucoto, brillaba en los medios de comunicación como la figura visible, representante de la de la familia Jara. De sus clientes, sin embargo, estaba muy alejado. Aún así el caso no se cerró y Joan por su parte, hizo un llamado público a las personas detenidas en el Estadio Chile los primeros días del golpe, para que brindaran más y nueva información al caso. También reunieron firmas, se abrieron campañas en redes sociales en Internet y en general se desplegó un pequeño escándalo mediático para tener el apoyo de la opinión pública. Finalmente el Caucoto logró, con más de noventa nuevas diligencias, que se reabriera el caso.


Hubo un enorme avance en la investigación a lo largo del año 2009, gracias al equipo reunido en la Brigada de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones (PDI). Con extensas entrevistas a más y nuevos involucrados en el caso, se logró individualizar a los responsables en la muerte de Víctor Jara y de muchos otros casos de violaciones a los


derechos humanos. También se adquirieron más detalles del modus operandi en aquel campo de concentración. Una de las confesiones más llena de detalles la brindó José Alfonso Paredes Márquez, un ex conscripto que en aquella época tenía tan sólo 18 años. Declaró estar acompañado por otro soldado llamado Francisco Quiroz Quiroz, bajo las órdenes de los tenientes Nelson Haase y Pedro Barrientos, estos también acompañados por un subteniente de quién ignoraba el nombre, todos eran hombres provenientes del regimiento de Tejas Verdes.


Paredes dijo estar presente al momento en que Víctor Jara, y a otros quince  detenidos fueron llevados al camarín donde él hacía guardia. Todos fueron lanzados contra la pared, mientras el “desconocido” subteniente separaba a Víctor y jugaba a la “ruleta rusa” con su cabeza. Un certero proyectil le impactó en la sien. La orden siguiente fue que Paredes y sus compañeros descargaran ráfagas de fusil en todos los detenidos  y en  el cuerpo convulsionado que yacía en el suelo.


El abogado de derechos humanos e investigador de la causa, Cristián Cruz, señaló que los peritajes científicos realizados al cuerpo de Víctor, no coincidían completamente con el testimonio de los conscriptos. La exhumación realizada por el equipo  de  antropología en Derechos Humanos del Servicio Medico Legal desde el 3 de junio hasta finales del 2009, determinó que el impacto de bala que mató a Víctor Jara tenía una trayectoria de abajo hacía arriba, partiendo desde la nuca. Esto no coincidía con la declaración de Paredes sobre el disparo en la sien.


Para Cristian Cruz, todos estos detalles son de suma importancia, ya que el caso Víctor Jara se nutre de testimonios que ayudan a reconstruir la escena, para determinar quiénes fueron los responsables. “Una pistola de mano por ejemplo no la porta cualquiera, sólo oficiales”, aclaró Cruz, “lo cual brindaría muchas más pruebas”. Por su parte, los soldados de menor rango portan armas de mayor calibre como metralletas. Por ende los agujeros de bala y sus trayectorias, sirven para disponer a las personas geográficamente en la escena del crimen, estableciendo quién y cómo portaba las armas. Víctor presenta un tiro de bala en la cabeza que no explotó como las otras y fue el que lo mató. Esto indicaría que Víctor Jara no estaba sentado, sino que en el piso boca abajo y no contra la pared como dijo Paredes. Lo absolutamente claro fue el ensañamiento con la ráfaga de fusil que fue seguramente una orden expresa del oficial hacia los soldados para rematarlo.


A pesar de las nuevas declaraciones, aún no existen pruebas que inculpen definitivamente a un sujeto. Se ha creado un mito entorno a que fue un oficial apodado el “Príncipe” quién asesinó a Víctor, pero aún no está comprobado del todo. El apodo nace a causa de su arreglada y frívola apariencia marcial, y según esta descripción, habría sido él quién se ensañó duramente con Víctor al descubrirlo en el recinto deportivo. A pesar de que muchos testigos apuntan a un hombre, la identidad del “Príncipe” sigue puesta en duda, a causa de la discordancia de algunos discursos que cambian con el paso del tiempo.


En la edición del 26 de mayo al 1 de junio de 2006, el diario El Siglo publicó un reportaje intitulado “La historia de Edwin Dimter uno de los conjurados en el tanquetazo de junio de 1973 y actual funcionario del ministerio del Trabajo”. Fue la periodista Pascale Bonnefoy,  quién mediante una extensa investigación, lograría individualizar  y    confirmar


que la identidad del “Príncipe” corresponde a la de Edwin Dimter. Con más de veinticinco entrevistas a testigos, entre ellos ex soldados y numerosos detenidos políticos del Estadio Chile, hubo incluso reconocimiento facial expreso por parte de los testigos que a pesar del envejecido rostro afirmaban ver al vistoso y agresivo oficial veinteañero.


Dimter se querelló contra la periodista y contra el director del diario. El juicio tuvo lugar en noviembre del 2009, y la resolución, a principio de este año, absolvió a la periodista. Sin embargo Dimter, quién a su vez ha declarado varias veces por el caso Víctor Jara, y a pesar de las numerosas pruebas recaudadas en su contra, sigue impune ante la justicia.


En lo que sí coinciden todos los testigos, fue que a Víctor lo interrogaron dos veces. La primera, fue torturado y habría recibido fuertes golpes en el estómago y las manos. En la segunda, salió tan malherido que sus compañeros de la UTE le cambiaron la chaqueta para arroparlo y camuflarlo, e intentaron cambiar su aspecto cortando su cabello con un cortaúñas.


El cuerpo de Víctor fue visto por última vez en el Estadio, en uno de los oscuros pasillos junto a otros cuerpos, mientras hacían el traslado de detenidos hasta el Estadio Nacional. El cadáver fue encontrado luego, junto a otros seis en las afueras del Cementerio Metropolitano, cerca de la vía férrea. Funcionarios de la Primera Comisaría de Renca vestidos de civil, se los llevaron en una furgoneta y los trasladaron como NN hasta el Servicio Médico Legal. Sin embargo, lugareños de la población lograron reconocer a Víctor entre los cuerpos abandonados. Una de ellos, de hecho, lo conocía personalmente y le había


invitado un plato de porotos una vez que visitaba la población. A causa del miedo los vecinos no lograron hacer nada antes que la furgoneta llegara a llevarse los cuerpos.


En todo este trayecto, cabe hacerse la pregunta de cómo es posible que el cuerpo de Víctor no haya desaparecido desde un primer momento. Claramente no había una orden central que dictara qué hacer con tantas muertes. Los mismos militares le quitaron la vida, lo arrojaron a las afueras del Cementerio Metropolitano y luego recogieron su cuerpo destrozado y lo fueron a dejar a la Morgue de Santiago. Según las suposiciones de Alejandra Didier, la perito del Servicio Médico Legal que exhumó el cuerpo el 2009, “en  un primer momento se siguió el curso normal de una muerte violenta, pero llegó un minuto en que se dieron cuenta de que los estaban matando en forma ilegal y no podían seguir con la misma estrategia”.
Héctor Herrera y muchas personas más fueron testigos de este proceso. Como Chile es un país legalista y burocrático, los militares seguramente no supieron o no se atrevieron a desarticular el engranaje administrativo establecido en aquella época. “Se dieron cuenta de lo delicada que era en términos simbólicos y legales que la familia tuviera acceso a los cuerpos que los militares habían destrozados a balazos”, dice Alejandra Didier.


Aún en una Morgue colapsada con no más de diez camillas, y en medio de todo ese desorden, a Víctor se le hizo una somera autopsia el año 1973 que determinó la cantidad de impactos, orificios de entrada y salida en su cuerpo:


Según el informe Rettig: “Conforme expresa el informe de autopsia, Víctor Jara murió a consecuencia de heridas múltiples de bala, las que suman 44 orificios de entrada de proyectil con 32 de salida”.


“La Comisión se formó la convicción de que el afectado fue ejecutado al margen de todo proceso, constituyendo ello una violación a sus derechos fundamentales de responsabilidad de agentes del Estado. Funda esa convicción en que se encuentra  acreditado el arresto así como su presencia en el Estadio Chile; que se halla acreditada su
muerte por una gran cantidad de heridas de bala, lo que demuestra que fue ejecutado junto a los demás detenidos cuyos cuerpos aparecieron junto a los de él”10.

“No es lo mismo determinar los impactos de bala que recibe el cuerpo completo,  que aquellos traumas que reciba a nivel esqueletal por acción de proyectiles”, aclara la perito Alejandra Didier. En la nueva autopsia, realizada el 2009, los datos cambiaron. Esta vez, el análisis antropológico constató que tenía 56 traumas, tres de los cuales eran por golpes en la cara y las costillas, el resto era por impactos de proyectil en el cráneo, extremidades superiores, inferiores y en el tórax. Pero el número de impactos inferidos al cuerpo de Víctor, resultaron ser 36, nos los 44 que en la autopsia anterior, pero no por eso menos macabro.


El equipo del Servicio Médico Legal tuvo que seguir el proceso estándar de cualquier  exhumación.  “Víctor  es  una  víctima  más.  No  por  ser  él  tiene  ningún   trato




10 Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, “Informe de la Comisión Nacional de Verdad y
Reconciliación (Informe Rettig)”, Santiago de Chile. La Nación, 1991. Tomo 1, P.153.


especial”, dice Alejandra Didier. En este caso para comprobar la identidad tomaron muestras de AND de la hija y de Joan, y se comparó con un examen de paternidad a la inversa. La siguiente forma de identificación era la dentadura: “Había una concordancia absoluta con su sonrisa de las fotos en vida, y lo que habíamos recuperado nosotros, porque él tenía una salud dental envidiable. Antropológicamente tenía inserciones  musculares súper marcadas en la cara y en las manos, lo que da luces de una persona que trabajaba mucho con las manos y ejercitando los músculos de la cara: era cantante que tocaba guitarra, era como obvio”.


Cuando terminaron de guardar sus huesos en una pequeña caja, hicieron los trámites para que el cuerpo fuera de nuevo trasladado a su lugar mortuorio. Alejandra, como la encargada del peritaje, fue quién lo traslado hasta el Cementerio General. Lo llevó en su auto. “Lo bajé yo” recuerda, “en una actitud de mucho apego y es increíble la generosidad de esas tres mujeres, o sea era el marido y era el papá, y la que lo llevó en el auto fui yo”.  El notable argumento que Joan y sus hijas le respondieron ante tan singular estima fue que “estuve cuidándolo durante cuatro meses, no pueden pretender que se lo quitemos de un día para otro”.


Cuidar a Víctor fue una experiencia emocionante para Alejandra, quién junto al equipo, estuvo durante todo el periodo de exhumación escuchando la música del cantautor. En la casa, en el auto, en todas partes y todo el tiempo. Era parte de un proceso que rindió frutos espiritualmente y profesionalmente. “El Servicio Médico Legal siempre fue el malo de la película, siempre lo ha sido. Entonces que una familia tan emblemática en la lucha contra las violaciones a los derechos humanos y en torno un personaje tan figurativo para


nuestra historia, haya confiado – aunque en algún minuto me dijeron no tenían otra   opción

– pero hayan aceptado el trabajo de nuestro equipo, fue un input de energía súper grande para nosotros, sentimos que se estaban restableciendo las confianzas y que estábamos empezando una nueva etapa”.


Sobre el famoso mito de las manos de Víctor Jara, el análisis determinó que esta parte de la historia es eso, un mito. Las manos no desaparecieron, y su estructura ósea ni siquiera estaba fracturada. “A lo mejor le cortaron los tendones. Es muy probable que en la tortura le hayan afectado las manos, pero la tortura no necesariamente deja huellas a nivel esqueletal. Entonces seguramente el tenía las manos hinchadas, pero no por fracturas”, aclara Alejandra Didier.


Héctor Herrera también sabía que el mito era falso, sin la clara estructura de las diez yemas de sus dedos, su cuerpo jamás hubiese sido identificado. El mito seguramente responde a un símbolo de silenciamiento, que se propaló a nivel popular durante años. La mitología popular es muy poderosa y responde a un sentimiento que plantea que ante cualquier tipo de censura, Víctor Jara no calla.


“Efectivamente al estar en Chile, y luego afuera, cuando yo leí las versiones que le habían cortado las manos, no podía dejar de olvidar esas manos que yo vi. O sea que aquí hay una equivocación, decía yo. No es posible, no habríamos podido  nosotros identificarlo”. Sin sus huellas, verificar la identidad era imposible, sin embargo Héctor nunca desmintió aquel mito, porque tampoco nunca reveló la historia de cómo el cuerpo de Vítor Jara logró ser enterrado. No fue hasta fines de los setenta, que Héctor se vio  obligado


a contar la historia a causa de la indiscreción de un amigo cercano. Entre un grupo de intelectuales de todas partes del mundo, en pleno invierno alemán en 1979, Héctor reveló por primera vez su secreto. Tuvo que esperar que se le pasara la rabia de ser considerado un sudamericano de exhibición y a que la mitad de los asistentes se retiraran para hacerlo. Accedió a registrarlo todo en un magnetófono, bajo los términos que el material se le haría llegar a Joan Turner, para su investigación personal sobre la muerte de Víctor.


Luego de eso, Héctor volvió a contar la historia personas más cercanas, pero siempre con mucha discreción. El relato se esparció como un rumor entre los familiares y amigos que incluso sin ver a Héctor en años o siquiera conocerlo, sabían de su hazaña. Logró que su nombre permaneciera desconocido para el mundo, y pasar como una persona que nunca tuvo relación oficial con Víctor Jara. Salió de Chile en calidad de perseguido político a fines de los setenta, a causa de su relación con el Partido Comunista y como funcionario del gobierno de Allende, pero nunca se le vinculó al cantautor. Hasta que una llamada telefónica el año 2009 le pidió ayuda. Joan Turner, quién siempre se esforzó por mantener el contacto con Héctor, personalmente le pidió que declarara ante el juez Fuentes Belmar, quién se proponía a toda costa cerrar el caso. Héctor quién se radicó en Francia, pero que en ese momento se encontraba en Chile, accedió revelar su nombre y su  testimonio oficialmente ante el juez y su actuario.


La brigada de Derechos Humanos de la PDI, se contactó con él y le consiguieron una audiencia que duró cerca de tres horas la primera jornada, tuvieron que seguir al otro día porque no alcanzaron a terminar. Héctor dijo todo lo que recordaba, con  lujo  de detalles. Describió todo, hasta el color de piel de las personas que vio muertas. Se abrió una


investigación paralela, por esas cerca de cincuenta personas extranjeras, aquellas que estaban diferenciados por haber sido rapadas. “De eso fue una cosa que yo te digo, me siento orgulloso, al menos por esos jóvenes que se sepa algún día quienes eran, qué pasó con ellos”.


La declaración de Héctor impresionó al juez, “yo era el único testigo imparcial en esta historia, no tenía nada que ver con el muerto, no era militar, yo era un simple funcionario público enviado a trabajar allá”. Y su recuerdo de la historia se mantuvo fresco “por el simple hecho de que era 18 de septiembre y es una fecha que nos marca a los chilenos”, cuenta Héctor, y gracias a eso los tiempos y las datas no eran tan difíciles de recordar.


Después de 36 años, por primera vez en mayo del 2009, apareció públicamente el nombre de Héctor Herrera Olguín en el caso Víctor Jara. Su declaración fue importante ya que pudo atar muchísimos cabos sueltos en el caso, pero no contribuyó para efectos legales en la investigación de quiénes fueron los autores materiales del asesinato. Lo claro es que sin él, el cuerpo de Víctor probablemente se habría perdido en el caos de la Morgue. Quizás cuántos fueron los cuerpos que resultó imposible encontrar, ya que pocos días después del 18 de septiembre del 73 se declaró tétanos en la Morgue y muchos cadáveres tuvieron que ser evacuados e incinerados.


Héctor y Joan se han reencontrado varias veces a lo largo de los años. Héctor se radicó en Francia, pero visita Chile todos lo veranos. Joan, en diversas oportunidades, ha sido comensal en su restaurant “El Rinconcito” en la ciudad de Nîmes. En este lugar,


Héctor inició su homenaje personal al cantautor, creando su propio grupo cultural, “Les amies de Víctor Jara” (los amigos de Víctor Jara). Todos los años este grupo de hispanoparlantes hacen actividades culturales y culinarias para reunir dinero y llevar cada mes de febrero un aporte monetario a la fundación chilena. “Febrero es el peor mes, Héctor siempre llega a salvarnos”, confiesa Joan quién hasta hoy dirige la Fundación Víctor Jara.


“La colaboración de Héctor en la Fundación Víctor Jara, ha sido continua. Esa es una gran característica de Héctor, de dar desinteresadamente, y esperar que los resultados le lleguen a gente que tal vez nunca va a conocer”, así lo describe su hermano Ricardo Herrera. “Dentro de los viajes que él ha hecho por Chile, ha conocido gente que ha recibido beneficios de la fundación. Cuando fue a Tirúa allá en el alto Bío-Bío, conoció al alcalde que era comunista, y él le comentó que recibió apoyo de la Fundación Víctor Jara para un colegio y después me dijo Héctor: Cuando veo un cabro chico que está  moqueando, que sé que en el invierno tiene un poco de abrigo, porque hicieron una actividad allá, es satisfactorio”, cuenta Ricardo emocionado. Fue este hermano quién para el día del funeral de Víctor, en diciembre del 2009, en representación de Héctor, y junto a Joan y a sus hijas, hicieron guardia oficial al lado del féretro. “Algo muy típico comunista”, dice Ricardo.


Víctor Jara fue velado masivamente, en una demostración potente de que luego de 36 años, la memoria del cantautor sigue viva. Llegó gente de todo el país a despedirlo, gente que incluso no había nacido hasta décadas después de su muerte. Su tercer y último funeral fue precedido por una inmensa y sobrecogedora procesión que lo acompañó durante


cinco horas por las calles de Santiago de Chile. Pero si la romería era multitudinaria, el funeral en el Cementerio General fue privado. Privado y solemne, entre familia y amigos.


“Lo prestamos a Chile durante tantos estos años, pero ahora Víctor vuelve a su familia. Yo quiero estar enterrado con él, la Amanda y la “Manue”. Queremos estar todos juntitos. Se lo llevaron al cosmos a Víctor, pero en el fondo sigue siendo el papi”, comenta Joan.


Los poemas, cartas de amor y demás ofrendas al cantautor se respetaron y permanecen en la antigua tumba roja en la pared del Cementerio, transformada hoy en un verdadero monumento de peregrinación popular. Fue un deseo que Víctor tuvo en vida y  por eso la actual tumba está en la tierra, muy cerca de la anterior, tiene más espacio y está decorada con hermosas flores del jardín de su casa.

Un cierre personal


La mayor parte de este trabajo fue basado en entrevistas que la hice a Héctor  Herrera Olguín durante el verano del 2010. La principal y más extensa duró toda la tarde  del 26 de febrero del 2010, el día precedente al terremoto que sacudió Chile.

La última vez que Héctor contó su historia fue el 2009 ante el juez Fuentes Belmar. En esa oportunidad, después de horas de declaraciones, Héctor tuvo una reacción física violenta a causa de tanta descarga. Después de la audiencia, un ataque de vomito lo llevó al hospital. La atención psicológica que recibió en Francia, con una amiga argentina lo tranquilizó. A pesar de que Héctor había contado la historia muchas veces, era la primera vez que lo hacía con tanto detalle en español. Su cuerpo lo había expulsado todo.


El libro de Joan Turner Jara “Un canto truncado”, fue también una base esencial. Es una expresión completa de la devoción que la mujer tenía por su marido, tanto emocional como artísticamente. La mayor parte del segundo capítulo de este trabajo fue basado en esta obra. Sin embargo en el libro se le dedica sólo una página al episodio de Héctor. Ahora que esa parte historia ya no es confidencial, considero esta memoria como una suerte de complemento a esa página.


La entrevista con Joan fue realizada en el segundo piso de la fundación Víctor Jara en junio del 2010. Fue nutritiva en detalles de cómo la bailarina llegó a conocer a Héctor.


Sin embargo el trauma y el tiempo dejaron en ciertos momentos lagunas mentales en su relato.


Así mismo recurrí a médicos, periodistas y abogados relacionados con  el  caso Víctor Jara, quienes también aportaron bastante en detalles y cuyo relato se plasma en detalles técnicos a lo largo del relato y más que nada en el epílogo. Para desarrollar la historia acudí a principios de septiembre de 2010 al Servicio Médico Legal de Avenida La Paz, pero mi visita fue más bien corta. La huelga de la Confederación de Funcionarios de la Salud Municipal (Confusam) no me permitió entrar al edificio, sólo quedarme en el estacionamiento. El edificio ya no luce como en aquella época y ha sido remodelado por dentro en variadas ocasiones. Fue difícil para mí describir la Morgue durante los primeros días del golpe de Estado. Los testimonios eran tan crudos que situarse en aquel escenario no fue fácil.


Si bien esta historia no está tan desarrollada como la espléndida crónica “Los Fusileros” de Cristóbal Peña, sí se inspira en ella. Sobre todo en la reconstrucción de diálogos y de escenas, así también como en el lenguaje literario del nuevo periodismo. Fueron relatos como el suyo los que me hicieron interesarme por el periodismo. Hacer profesional, interesante y sobre todo entretenido el hecho de contar una historia.


Considero a Héctor como una persona sumamente sensible, inteligente y humana. Nuestras familias fueron cercanas desde hace décadas, pero el tiempo y las distancias nos han apartado. Mi madre, Lucía de la Fuente, es la que más se esfuerza por seguir manteniendo el contacto. La historia de Héctor, así como tantas otras que tiene, han sido


tema de conversación en varias sobremesas familiares. Fue en una de esas oportunidades que se me ocurrió –o me recomendaron, no recuerdo– que hiciera la memoria sobre su historia. Fue sobre todo la humildad de Héctor al considerar que lo suyo no fue un acto de valentía, lo que me llamó la atención y me impulsó a escribirla. Su relato es de gran aporte  a la historia mínima que crea cada familia, así como tantos otros relatos incógnitos de personas comunes y corrientes que componen este país.

Agradecimientos


A mi familia que me apoya siempre incondicionalmente: Javiera Beltrán de la Fuente, Lucía de la Fuente y Rodolfo Beltrán.
A todos quiénes aportaron con valiosa ayuda en esta memoria: Daniel Hermosilla, Gabriela Zúñiga, Rafael Andaur, profesor Gustavo González, Tamara Homel e Hilda  López.
A las familias Herrera y de la Fuente.

A la Fundación Víctor Jara, a todos sus miembros y sus seguidores.

A todos los entrevistados y personas que contribuyeron en la realización de esta memoria de título.
Al Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile y su Escuela de Periodismo por su apoyo durante mis estudios.
Al Campus Juan Gómez Millas, por ser mi fuente de inspiración.



Dedicatoria


La redacción final de esta memoria fue realizada durante los meses de agosto y septiembre del 2010, fecha en la que comenzaron las celebraciones de la patria. Personalmente, este fue mi homenaje a septiembre, un mes tan importante para Chile, donde hay momentos para celebrar, pero sobre todo hay momentos para recordar.


Dedico esta memoria a mi abuelo José Antonio Beltrán González, una persona que debe tener muchas historias, pero cuyos recuerdos se han desvanecido.
A Víctor Jara Martínez cuya memoria permanecerá siempre viva en el pueblo chileno.

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