Epílogo
“Vamos por ancho camino”
Hasta el 2008
el “caso Víctor Jara” estaba estancado y hasta ese momento sólo había un procesado: el comandante retirado
Mario César Manríquez Bravo, jefe del campo de prisioneros instalado en el
Estadio Chile después del golpe de Estado. A fines de aquel año, en las
pizarras del Palacio de Tribunales podía leerse: “Se cierra caso Víctor Jara”. Juan Eduardo Fuentes Belmar, el
juez a cargo, era escéptico ante la posibilidad de recaudar nueva información
para dilucidar el caso. "Se decretaron diversas diligencias y finalmente
he estimado que ya está agotada la
investigación y prueba de ello es que he decretado el cierre de ésta",
dijo el magistrado a la prensa, pero apenas fue publicada dicha sentencia, la
familia Jara alegó que la resolución del proceso permanecía inconclusa y que
aún quedaban más evidencias por recaudar.
Durante los
días siguientes, el abogado Nelson Caucoto, brillaba en los medios de
comunicación como la figura visible, representante de la de la familia Jara. De
sus clientes, sin embargo, estaba muy alejado. Aún así el caso no se cerró y
Joan por su parte, hizo un llamado público a las personas detenidas en el
Estadio Chile los primeros días del golpe, para que brindaran más y nueva
información al caso. También reunieron firmas, se abrieron campañas en redes
sociales en Internet y en general se desplegó un pequeño escándalo mediático
para tener el apoyo de la opinión pública. Finalmente el Caucoto logró, con más
de noventa nuevas diligencias, que se reabriera el caso.
Hubo un enorme
avance en la investigación a lo largo del año 2009, gracias al equipo reunido
en la Brigada de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones (PDI). Con
extensas entrevistas a más y nuevos involucrados en el caso, se logró
individualizar a los responsables en la muerte de Víctor Jara y de muchos otros
casos de violaciones a los
derechos humanos. También se
adquirieron más detalles del modus
operandi en aquel campo de concentración. Una de las confesiones más llena
de detalles la brindó José Alfonso Paredes Márquez, un ex conscripto que en
aquella época tenía tan sólo 18 años. Declaró estar acompañado por otro soldado
llamado Francisco Quiroz Quiroz, bajo las órdenes de los tenientes Nelson Haase
y Pedro Barrientos, estos también acompañados por un subteniente de quién
ignoraba el nombre, todos eran hombres provenientes del regimiento de Tejas
Verdes.
Paredes dijo
estar presente al momento en que Víctor Jara, y a otros quince detenidos fueron llevados al camarín donde él
hacía guardia. Todos fueron lanzados contra la pared, mientras el “desconocido”
subteniente separaba a Víctor y jugaba a la “ruleta rusa” con su cabeza. Un
certero proyectil le impactó en la sien. La orden siguiente fue que Paredes y
sus compañeros descargaran ráfagas de fusil en todos los detenidos y en
el cuerpo convulsionado que yacía en el
suelo.
El abogado de
derechos humanos e investigador de la causa, Cristián Cruz, señaló que los
peritajes científicos realizados al cuerpo de Víctor, no coincidían
completamente con el testimonio de los conscriptos. La exhumación realizada por el equipo de
antropología en Derechos Humanos del Servicio Medico Legal desde el 3 de
junio hasta finales del 2009, determinó que el impacto de bala que mató a Víctor
Jara tenía una trayectoria de abajo hacía arriba, partiendo desde la nuca. Esto
no coincidía con la declaración de Paredes sobre el disparo en la sien.
Para Cristian
Cruz, todos estos detalles son de suma importancia, ya que el caso Víctor Jara
se nutre de testimonios que ayudan a reconstruir la escena, para determinar
quiénes fueron los responsables. “Una pistola de mano por ejemplo no la porta
cualquiera, sólo oficiales”, aclaró Cruz, “lo cual brindaría muchas más
pruebas”. Por su parte, los soldados de menor rango portan armas de mayor
calibre como metralletas. Por ende los agujeros de bala y sus trayectorias,
sirven para disponer a las personas geográficamente en la escena del crimen,
estableciendo quién y cómo portaba las armas. Víctor presenta un tiro de bala
en la cabeza que no explotó como las otras y fue el que lo mató. Esto indicaría
que Víctor Jara no estaba sentado, sino que en el piso boca abajo y no contra
la pared como dijo Paredes. Lo absolutamente claro fue el ensañamiento con la
ráfaga de fusil que fue seguramente una orden expresa del oficial hacia los
soldados para rematarlo.
A pesar de las
nuevas declaraciones, aún no existen pruebas que inculpen definitivamente a un
sujeto. Se ha creado un mito entorno a que fue un oficial apodado el “Príncipe”
quién asesinó a Víctor, pero aún no está comprobado del todo. El apodo nace a
causa de su arreglada y frívola apariencia marcial, y según esta descripción,
habría sido él quién se ensañó duramente con Víctor al descubrirlo en el
recinto deportivo. A pesar de que muchos testigos apuntan a un hombre, la
identidad del “Príncipe” sigue puesta en duda, a causa de la discordancia de
algunos discursos que cambian con el paso del tiempo.
En la edición
del 26 de mayo al 1 de junio de 2006, el diario El Siglo publicó un reportaje
intitulado “La historia de Edwin Dimter uno de los conjurados en el tanquetazo
de junio de 1973 y actual funcionario del ministerio del Trabajo”. Fue la
periodista Pascale Bonnefoy, quién
mediante una extensa investigación, lograría individualizar y
confirmar
que la identidad del “Príncipe”
corresponde a la de Edwin Dimter. Con más de veinticinco entrevistas a
testigos, entre ellos ex soldados y numerosos detenidos políticos del Estadio
Chile, hubo incluso reconocimiento facial expreso por parte de los testigos que
a pesar del envejecido rostro afirmaban ver al vistoso y agresivo oficial
veinteañero.
Dimter se
querelló contra la periodista y contra el director del diario. El juicio tuvo
lugar en noviembre del 2009, y la resolución, a principio de este año, absolvió
a la periodista. Sin embargo Dimter, quién a su vez ha declarado varias veces
por el caso Víctor Jara, y a pesar de las numerosas pruebas recaudadas en su
contra, sigue impune ante la justicia.
En lo que sí coinciden
todos los testigos, fue que a Víctor lo interrogaron dos veces. La primera, fue
torturado y habría recibido fuertes golpes en el estómago y las manos. En la
segunda, salió tan malherido que sus compañeros de la UTE le cambiaron la
chaqueta para arroparlo y camuflarlo, e intentaron cambiar su aspecto cortando
su cabello con un cortaúñas.
El cuerpo de
Víctor fue visto por última vez en el Estadio, en uno de los oscuros pasillos
junto a otros cuerpos, mientras hacían el traslado de detenidos hasta el
Estadio Nacional. El cadáver fue encontrado luego, junto a otros seis en las
afueras del Cementerio Metropolitano, cerca de la vía férrea. Funcionarios de
la Primera Comisaría de Renca vestidos de civil, se los llevaron en una
furgoneta y los trasladaron como NN hasta el Servicio Médico Legal. Sin
embargo, lugareños de la población lograron reconocer a Víctor entre los
cuerpos abandonados. Una de ellos, de hecho, lo conocía personalmente y le
había
invitado un plato de porotos una vez que
visitaba la población. A causa del miedo los vecinos no lograron hacer nada
antes que la furgoneta llegara a llevarse los cuerpos.
En todo este
trayecto, cabe hacerse la pregunta de cómo es posible que el cuerpo de Víctor
no haya desaparecido desde un primer momento. Claramente no había una orden
central que dictara qué hacer con tantas muertes. Los mismos militares le
quitaron la vida, lo arrojaron a las afueras del Cementerio Metropolitano y
luego recogieron su cuerpo destrozado y lo fueron a dejar a la Morgue de Santiago.
Según las suposiciones de Alejandra Didier, la perito del Servicio Médico Legal
que exhumó el cuerpo el 2009, “en un
primer momento se siguió el curso normal de
una muerte violenta, pero llegó un minuto en que se dieron cuenta de que los
estaban matando en forma ilegal y no podían seguir con la misma estrategia”.
Héctor Herrera
y muchas personas más fueron testigos de este proceso. Como Chile es un país
legalista y burocrático, los militares seguramente no supieron o no se
atrevieron a desarticular el engranaje administrativo establecido en aquella
época. “Se dieron cuenta de lo delicada que era en términos simbólicos y
legales que la familia tuviera acceso a los cuerpos que los militares habían
destrozados a balazos”, dice Alejandra Didier.
Aún en una
Morgue colapsada con no más de diez camillas, y en medio de todo ese desorden,
a Víctor se le hizo una somera autopsia el año 1973 que determinó la cantidad
de impactos, orificios de entrada y salida en su cuerpo:
Según el
informe Rettig: “Conforme expresa el informe de autopsia, Víctor Jara murió a
consecuencia de heridas múltiples de bala, las que suman 44 orificios de
entrada de proyectil con 32 de salida”.
“La Comisión se
formó la convicción de que el afectado fue ejecutado al margen de todo proceso,
constituyendo ello una violación a sus derechos fundamentales de
responsabilidad de agentes del Estado. Funda esa convicción en que se
encuentra acreditado el arresto así como su presencia en el Estadio Chile; que se halla acreditada su
muerte por una gran cantidad de heridas de
bala, lo que demuestra que fue ejecutado junto a los demás detenidos cuyos
cuerpos aparecieron junto a los de él”10.
“No es lo mismo
determinar los impactos de bala que recibe el cuerpo completo, que aquellos traumas que reciba a nivel
esqueletal por acción de proyectiles”, aclara la perito Alejandra Didier. En la
nueva autopsia, realizada el 2009, los datos cambiaron. Esta vez, el análisis
antropológico constató que tenía 56 traumas, tres de los cuales eran por golpes
en la cara y las costillas, el resto era por impactos de proyectil en el
cráneo, extremidades superiores, inferiores y en el tórax. Pero el número de
impactos inferidos al cuerpo de Víctor, resultaron ser 36, nos los 44 que en la
autopsia anterior, pero no por eso menos macabro.
El equipo del
Servicio Médico Legal tuvo que seguir el proceso estándar de cualquier exhumación.
“Víctor es una
víctima más. No
por ser él
tiene ningún trato
10 Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación,
“Informe de la Comisión Nacional de Verdad y
Reconciliación (Informe
Rettig)”, Santiago de Chile. La Nación, 1991. Tomo 1, P.153.
especial”, dice Alejandra Didier.
En este caso para comprobar la identidad tomaron muestras de AND de la hija y
de Joan, y se comparó con un examen de paternidad a la inversa. La siguiente
forma de identificación era la dentadura: “Había una concordancia absoluta con
su sonrisa de las fotos en vida, y lo que habíamos recuperado nosotros, porque
él tenía una salud dental envidiable. Antropológicamente tenía inserciones musculares súper marcadas en la cara y en las
manos, lo que da luces de una persona que trabajaba mucho con las manos y
ejercitando los músculos de la cara: era cantante que tocaba guitarra, era como obvio”.
Cuando
terminaron de guardar sus huesos en una pequeña caja, hicieron los trámites
para que el cuerpo fuera de nuevo trasladado a su lugar mortuorio. Alejandra,
como la encargada del peritaje, fue quién lo traslado hasta el Cementerio
General. Lo llevó en su auto. “Lo
bajé yo” recuerda, “en una actitud de mucho apego y es increíble la generosidad
de esas tres mujeres, o sea era el marido y era el papá, y la que lo llevó en
el auto fui yo”. El notable argumento
que Joan y sus hijas le respondieron ante tan singular estima fue que “estuve
cuidándolo durante cuatro meses, no pueden pretender que se lo quitemos de un
día para otro”.
Cuidar a Víctor
fue una experiencia emocionante para Alejandra, quién junto al equipo, estuvo
durante todo el periodo de exhumación escuchando la música del cantautor. En la
casa, en el auto, en todas partes y todo el tiempo. Era parte de un proceso que
rindió frutos espiritualmente y profesionalmente. “El Servicio Médico Legal
siempre fue el malo de la película, siempre lo ha sido. Entonces que una
familia tan emblemática en la lucha contra las violaciones a los derechos
humanos y en torno un personaje tan figurativo para
nuestra historia, haya confiado – aunque en
algún minuto me dijeron no tenían otra
opción
– pero hayan aceptado el trabajo de
nuestro equipo, fue un input de
energía súper grande para nosotros, sentimos que se estaban restableciendo las
confianzas y que estábamos empezando una nueva etapa”.
Sobre el famoso
mito de las manos de Víctor Jara, el análisis determinó que esta parte de la
historia es eso, un mito. Las manos no desaparecieron, y su estructura ósea ni
siquiera estaba fracturada. “A lo mejor le cortaron los tendones. Es muy
probable que en la tortura le hayan afectado las manos, pero la tortura no
necesariamente deja huellas a nivel esqueletal. Entonces seguramente el tenía
las manos hinchadas, pero no por fracturas”, aclara Alejandra Didier.
Héctor Herrera
también sabía que el mito era falso, sin la clara estructura de las diez yemas
de sus dedos, su cuerpo jamás hubiese sido identificado. El mito seguramente
responde a un símbolo de silenciamiento, que se propaló a nivel popular durante
años. La mitología popular es muy poderosa y responde a un sentimiento que
plantea que ante cualquier tipo de censura, Víctor Jara no calla.
“Efectivamente
al estar en Chile, y luego afuera, cuando yo leí las versiones que le habían
cortado las manos, no podía dejar de olvidar esas manos que yo vi. O sea que
aquí hay una equivocación, decía yo. No es posible, no habríamos podido nosotros identificarlo”. Sin sus huellas,
verificar la identidad era imposible, sin embargo Héctor nunca desmintió aquel
mito, porque tampoco nunca reveló la historia de cómo el cuerpo de Vítor Jara
logró ser enterrado. No fue hasta fines de los setenta, que Héctor se vio obligado
a contar la historia a causa de la
indiscreción de un amigo cercano. Entre un grupo de intelectuales de todas
partes del mundo, en pleno invierno alemán en 1979, Héctor reveló por primera
vez su secreto. Tuvo que esperar que se le pasara la rabia de ser considerado
un sudamericano de exhibición y a que la mitad de los asistentes se retiraran
para hacerlo. Accedió a registrarlo todo en un magnetófono, bajo los términos
que el material se le haría llegar a Joan Turner, para su investigación
personal sobre la muerte de Víctor.
Luego de eso,
Héctor volvió a contar la historia personas más cercanas, pero siempre con
mucha discreción. El relato se esparció como un rumor entre los familiares y
amigos que incluso sin ver a Héctor en años o siquiera conocerlo, sabían de su
hazaña. Logró que su nombre permaneciera desconocido para el mundo, y pasar
como una persona que nunca tuvo relación oficial con Víctor Jara. Salió de
Chile en calidad de perseguido político a fines de los setenta, a causa de su
relación con el Partido Comunista y como funcionario del gobierno de Allende,
pero nunca se le vinculó al cantautor. Hasta que una llamada telefónica el año
2009 le pidió ayuda. Joan Turner, quién siempre se esforzó por mantener el
contacto con Héctor, personalmente le pidió que declarara ante el juez Fuentes
Belmar, quién se proponía a toda costa cerrar el caso. Héctor quién se radicó
en Francia, pero que en ese momento se encontraba en Chile, accedió revelar su
nombre y su testimonio oficialmente ante
el juez y su actuario.
La brigada de
Derechos Humanos de la PDI, se contactó con él y le consiguieron una audiencia
que duró cerca de tres horas la primera jornada, tuvieron que seguir al otro
día porque no alcanzaron a terminar. Héctor dijo todo lo que recordaba,
con lujo
de detalles. Describió todo, hasta el color de piel de las personas que
vio muertas. Se abrió una
investigación paralela, por esas
cerca de cincuenta personas extranjeras, aquellas que estaban diferenciados por
haber sido rapadas. “De eso fue una cosa que yo
te digo, me siento orgulloso, al menos por esos jóvenes que se sepa
algún día quienes eran, qué pasó con ellos”.
La declaración
de Héctor impresionó al juez, “yo era el único testigo imparcial en esta
historia, no tenía nada que ver con el muerto, no era militar, yo era un simple
funcionario público enviado a trabajar allá”. Y su recuerdo de la historia se
mantuvo fresco “por el simple hecho de que era 18 de septiembre y es una fecha
que nos marca a los chilenos”, cuenta Héctor, y gracias a eso los tiempos y las
datas no eran tan difíciles de recordar.
Después de 36
años, por primera vez en mayo del 2009, apareció públicamente el nombre de
Héctor Herrera Olguín en el caso Víctor Jara. Su declaración fue importante ya
que pudo atar muchísimos cabos sueltos en el caso, pero no contribuyó para
efectos legales en la investigación de quiénes fueron los autores materiales
del asesinato. Lo claro es que sin él, el cuerpo de Víctor probablemente se
habría perdido en el caos de la Morgue. Quizás cuántos fueron los cuerpos que
resultó imposible encontrar, ya que pocos días después del 18 de septiembre del
73 se declaró tétanos en la Morgue y muchos cadáveres tuvieron que ser
evacuados e incinerados.
Héctor y Joan
se han reencontrado varias veces a lo largo de los años. Héctor se radicó en
Francia, pero visita Chile todos lo veranos. Joan, en diversas oportunidades,
ha sido comensal en su restaurant “El Rinconcito” en la ciudad de Nîmes. En
este lugar,
Héctor inició su homenaje personal
al cantautor, creando su propio grupo cultural, “Les amies de Víctor Jara” (los
amigos de Víctor Jara). Todos los años este grupo de hispanoparlantes hacen
actividades culturales y culinarias para reunir dinero y llevar cada mes de
febrero un aporte monetario a la fundación chilena. “Febrero es el peor mes,
Héctor siempre llega a salvarnos”, confiesa Joan quién hasta hoy dirige la
Fundación Víctor Jara.
“La
colaboración de Héctor en la Fundación Víctor Jara, ha sido continua. Esa es
una gran característica de Héctor, de dar desinteresadamente, y esperar que los
resultados le lleguen a gente que tal vez nunca va a conocer”, así lo describe
su hermano Ricardo Herrera. “Dentro de los viajes que él ha hecho por Chile, sí ha conocido gente que ha recibido beneficios
de la fundación. Cuando fue a Tirúa allá en el alto Bío-Bío, conoció al alcalde
que era comunista, y él le comentó que recibió apoyo de la Fundación Víctor
Jara para un colegio y después me dijo Héctor: Cuando veo un cabro chico que está
moqueando, que sé que en el invierno tiene un poco de abrigo, porque
hicieron una actividad allá, es satisfactorio”, cuenta Ricardo emocionado.
Fue este hermano quién para el día del funeral de Víctor, en diciembre del
2009, en representación de Héctor, y junto a Joan y a sus hijas, hicieron
guardia oficial al lado del féretro. “Algo muy típico comunista”, dice Ricardo.
Víctor Jara fue
velado masivamente, en una demostración potente de que luego de 36 años, la
memoria del cantautor sigue viva. Llegó gente de todo el país a despedirlo,
gente que incluso no había nacido hasta décadas después de su muerte. Su tercer
y último funeral fue precedido por una inmensa y sobrecogedora procesión que lo
acompañó durante
cinco horas por las calles de Santiago de
Chile. Pero si la romería era multitudinaria, el funeral en el Cementerio
General fue privado. Privado y solemne, entre familia y amigos.
“Lo prestamos a
Chile durante tantos estos años, pero ahora Víctor vuelve a su familia. Yo
quiero estar enterrado con él, la Amanda y la “Manue”. Queremos estar todos
juntitos. Se lo llevaron al cosmos a Víctor, pero en el fondo sigue siendo el
papi”, comenta Joan.
Los poemas,
cartas de amor y demás ofrendas al cantautor se respetaron y permanecen en la
antigua tumba roja en la pared del Cementerio, transformada hoy en un verdadero
monumento de peregrinación popular. Fue un deseo que Víctor tuvo en vida y por eso la actual tumba está en la tierra,
muy cerca de la anterior, tiene más espacio y está decorada con hermosas flores
del jardín de su casa.
Un cierre personal
La mayor parte
de este trabajo fue basado en entrevistas que la hice a Héctor Herrera Olguín durante el verano del 2010. La
principal y más extensa duró toda la tarde
del 26 de febrero del 2010, el día precedente al terremoto que sacudió Chile.
La última vez
que Héctor contó su historia fue el 2009 ante el juez Fuentes Belmar. En esa
oportunidad, después de horas de declaraciones, Héctor tuvo una reacción física
violenta a causa de tanta descarga. Después de la audiencia, un ataque de
vomito lo llevó al hospital. La atención psicológica que recibió en Francia,
con una amiga argentina lo tranquilizó. A pesar de que Héctor había contado la
historia muchas veces, era la primera vez que lo hacía con tanto detalle en español.
Su cuerpo lo había expulsado todo.
El libro de
Joan Turner Jara “Un canto truncado”, fue también una base esencial. Es una
expresión completa de la devoción que la mujer tenía por su marido, tanto
emocional como artísticamente. La mayor parte del segundo capítulo de este
trabajo fue basado en esta obra. Sin embargo en el libro se le dedica sólo una
página al episodio de Héctor. Ahora que esa parte historia ya no es
confidencial, considero esta memoria como una suerte de complemento a esa
página.
La entrevista
con Joan fue realizada en el segundo piso de la fundación Víctor Jara en junio
del 2010. Fue nutritiva en detalles de cómo la bailarina llegó a conocer a
Héctor.
Sin embargo el trauma y el tiempo dejaron en
ciertos momentos lagunas mentales en su relato.
Así mismo
recurrí a médicos, periodistas y abogados relacionados con el
caso Víctor Jara, quienes también aportaron bastante en detalles y cuyo
relato se plasma en detalles técnicos a lo largo del relato y más que nada en
el epílogo. Para desarrollar la historia acudí a principios de septiembre de
2010 al Servicio Médico Legal de Avenida La Paz, pero mi visita fue más bien
corta. La huelga de la Confederación de Funcionarios de la Salud Municipal
(Confusam) no me permitió entrar al edificio, sólo quedarme en el
estacionamiento. El edificio ya no luce como en aquella época y ha sido
remodelado por dentro en variadas ocasiones. Fue difícil para mí describir la
Morgue durante los primeros días del golpe de Estado. Los testimonios eran tan crudos
que situarse en aquel escenario no fue fácil.
Si bien esta
historia no está tan desarrollada como la espléndida crónica “Los Fusileros” de
Cristóbal Peña, sí se inspira en ella. Sobre todo en la reconstrucción de
diálogos y de escenas, así también como en el lenguaje literario del nuevo
periodismo. Fueron relatos como el suyo los que me hicieron interesarme por el
periodismo. Hacer profesional, interesante y sobre todo entretenido el hecho de
contar una historia.
Considero a
Héctor como una persona sumamente sensible, inteligente y humana. Nuestras
familias fueron cercanas desde hace décadas, pero el tiempo y las distancias
nos han apartado. Mi madre, Lucía de la Fuente, es la que más se esfuerza por
seguir manteniendo el contacto. La historia de Héctor, así como tantas otras
que tiene, han sido
tema de conversación en varias
sobremesas familiares. Fue en una de esas oportunidades que se me ocurrió –o me
recomendaron, no recuerdo– que hiciera la memoria sobre su historia. Fue sobre
todo la humildad de Héctor al considerar que lo suyo no fue un acto de
valentía, lo que me llamó la atención y me impulsó a escribirla. Su relato es
de gran aporte a la historia mínima que
crea cada familia, así como tantos otros relatos incógnitos de personas comunes
y corrientes que componen este país.
Agradecimientos
A mi familia
que me apoya siempre incondicionalmente: Javiera Beltrán de la Fuente, Lucía de
la Fuente y Rodolfo Beltrán.
A todos quiénes
aportaron con valiosa ayuda en esta memoria: Daniel Hermosilla, Gabriela
Zúñiga, Rafael Andaur, profesor Gustavo González, Tamara Homel e Hilda López.
A las familias Herrera y de la Fuente.
A la Fundación Víctor Jara, a todos sus miembros y sus seguidores.
A todos los
entrevistados y personas que contribuyeron en la realización de esta memoria de
título.
Al Instituto de
la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile y su Escuela de Periodismo
por su apoyo durante mis estudios.
Al Campus Juan Gómez Millas, por ser mi fuente de inspiración.
Dedicatoria
La redacción
final de esta memoria fue realizada durante los meses de agosto y septiembre
del 2010, fecha en la que comenzaron las celebraciones de la patria.
Personalmente, este fue mi homenaje a septiembre, un mes tan importante para
Chile, donde hay momentos para celebrar, pero sobre todo hay momentos para recordar.
Dedico esta
memoria a mi abuelo José Antonio Beltrán González, una persona que debe tener
muchas historias, pero cuyos recuerdos se han desvanecido.
A Víctor Jara
Martínez cuya memoria permanecerá siempre viva en el pueblo chileno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario