Tal como ha ocurrido en distintos países del mundo, en las últimas semanas en Chile ha comenzado a hablarse con fuerza de acoso y abuso sexual en el ambiente universitario, lo que ha dejado en evidencia lo poco preparadas que están las instituciones de educación superior para enfrentar la violencia de género. Ante eso, los, y sobre todo, las estudiantes les están pidiendo que reaccionen. 10 de junio del 2016
En diciembre de 2014 Jaime Constanzo tenía 19 años y era alumno de tercer año de Ciencias Políticas en la Universidad Católica. Invitado por una compañera fue a una fiesta de despedida de alumnos que estaban de intercambio en su universidad. Esa noche bailó, tomó alcohol y lo estaba pasando bien. Cuando estaba por irse, subió al segundo piso a buscar el celular que había dejado cargando. Uno de los extranjeros, con el que había intercambiado algunas miradas, lo siguió. Jaime se sorprendió al verlo y el muchacho, bastante más alto que él, lo acosó con violencia. Él estaba ebrio y reaccionó lento, pero lo golpeó, bajó las escaleras y se fue asustado.
De esta historia sólo supieron un par de amigos y él le bajó el perfil por vergüenza. Su agresor se iba en tres días. “No lo voy a ver nunca más, qué saco con quedarme en el pasado… Fue una mala experiencia nomás”, dice que pensó.
El 21 abril de este año en la noche, Jaime contó el episodio en su Facebook personal. Su objetivo era mostrar que pese a que el acoso sexual afecta principalmente a las mujeres, los hombres no están exentos. Lo que lo motivó a hablar casi dos años después fue algo que paralelamente estaba pasando en la página Confesiones de su carrera (espacios que existen desde hace años en Facebook en los que estudiantes, generalmente sin identificarse, cuentan situaciones universitarias), donde ese mismo día había apareció un testimonio de una mujer que se extendió entre los alumnos: “Mi compañero de carrera abusó de mí, sí, Ciencia Política UC. Escribo desde el anonimato porque jamás le conté esto a nadie, porque en el momento en que sucedió no dimensioné la gravedad del asunto, lo bloqueé (…). Mi silencio se ha llamado culpa todo este tiempo, porque sí, siempre sentí que había sido mi culpa, aún lo siento, aunque mi corazón feminista se apriete al escribirlo”, decía parte del largo mensaje.
Jaime no fue el único que reaccionó: en pocas horas en la página de Confesiones aparecieron otros 10 testimonios, todos de mujeres, estudiantes que decían haber sufrido alguna experiencia de acoso o violencia sexual, desde un intento de alguien que trató de sobrepasarse hasta otras que se vieron forzadas a hacer cosas que no querían. No todas las historias habían ocurrido mientras estaban en la universidad o con otros estudiantes de la carrera, pero la mayoría se habían dado en contextos de carrete, con alcohol, y tenían en común que ellas se habían quedado calladas y habían tratado de pasar el hecho por alto. “También fui abusada por un compañero de mi generación. Siempre sentí mucha culpa porque ese día había tomado mucho, aunque después comprendí que no era mi culpa (…) El muy pelotudo todavía me saluda como si no hubiera pasado nada”, decía uno.
Según José Andrés Murillo, director de la Fundación para la Confianza que apoya a personas que han sido víctimas de abuso, estas muchas veces saben o intuyen que fueron transgredidas, pero si no hay un contexto, un protocolo o una persona que reconozca esa situación, puede tener la sensación de que su voz no va a ser escuchada. Además, “funciona la típica culpabilización que se les hace históricamente a las víctimas: ‘si tomaste o si consumiste alguna droga, estás bajo tu propia responsabilidad’. Pero tú puedes tomar todo lo que quieras, usar el escote que quieras y haber hecho lo que quieras y nadie tiene el derecho a transgredirte. Eso tiene que quedar clarísimo”.
Claudia Fischer, encargada del área técnica y orientación de esa fundación, que está actualmente apoyando a algunas federaciones estudiantiles a abordar este problema, dice que una persona agredida entre los 20 y los 24 años puede demorarse seis o hasta ocho años en reconocer que fue abusada.
Justamente por eso es importante generar una cultura que informe sobre el acoso y la violencia sexual, las situaciones de riesgo, y que oriente a las personas, sobre todo a las que por su edad y estilo de vida están más expuestas o son más vulnerables. Precisamente lo que les están pidiendo con fuerza grupos de estudiantes a sus universidades.
Esto no es un hecho aislado de Chile sino que parte de una corriente global, que surge producto de cambios culturales que tienen que ver con que las mujeres y minorías sexuales no están tolerando situaciones que antes callaban y como consecuencia las denuncias por abusos sexuales en universidades se han sucedido en distintos países. Las ha habido en algunas de las instituciones de educación superior más prestigiosas de Estados Unidos, en Canadá, Australia, el Reino Unido y Argentina, demostrando una vez más que los segmentos más educados no son inmunes a estos problemas que son transversales en la sociedad. El más reciente ejemplo ocurrió la semana pasada cuando un tribunal de California condenó a seis meses de cárcel al estudiante de Stanford Brock Turner por violar a una compañera en el campus de la universidad.
A dónde, cuándo y cómo
Los testimonios en la página ligada a los alumnos de Ciencia Política de la Universidad Católica generaron conversaciones que se extendieron por los pasillos, y dos semanas después el rector de la UC, Ignacio Sánchez, les envió un correo a los alumnos en el que explicó que las situaciones de agresión sexual no eran “conocidas hasta ahora por las autoridades competentes” e invitó “a toda persona afectada a realizar las denuncias correspondientes” y a comunicarse con los servicios que tiene la universidad para que “estas denuncias se investiguen o se deriven a la justicia ordinaria, según corresponda”.
Aunque probablemente esta es la vez que ha generado más ruido, no es la primera en que el tema aparece. Carolina Pérez, quien fue consejera superior en 2012 (un cargo paralelo a la FEUC, elegido por los estudiantes y cuyo rol es representarlos ante las autoridades), dice que en su periodo recibió testimonios de acoso y abuso sexual entre sus compañeros. “Fueron entre 5 y 10”, dice. La alumna, sin saber cómo proceder, les pidió ayuda a profesores de sicología, habló con William Young, director de la Dirección de Asuntos Estudiantiles (DAE) y se dio cuenta de que no había un procedimiento específico. “La gente no sabía dónde ir. Podías buscar atención sicológica por los convenios que tiene la universidad, pero no había claridad de cómo denunciar”, dice.
En respuesta se formó una comisión con estudiantes y representantes de carreras, y se les pidió a las autoridades un protocolo que diera cuenta de que el acoso es un problema distinto al del, por ejemplo, el plagio, con el que hoy comparte procedimiento. Surgió el Fono Ayuda, un canal de contención sicológica inmediata para los afectados, que los orienta de acuerdo a si los hechos ocurrieron recientemente o hace tiempo, y los deriva a un centro de salud, a la Unidad de Apoyo Psicológico o la Secretaría General.
El problema es que éste no se ha difundido masivamente y por ejemplo Jaime Constanzo dice que él como muchos estudiantes, pensaba que era un soporte técnico. Andrea Parra, actual consejera superior, cree que si bien fue un avance, no es un canal muy validado por los alumnos y por eso los representantes estudiantiles sienten que se avanza poco.
Ahora, tras el episodio de las confesiones, se formó una nueva comisión de 12 personas que coordina William Young, director la DAE (ver entrevista en recuadro), donde participan expertos en salud mental, legal y comunicacional, que debe evaluar cómo están funcionando los canales para atender casos de abusos (Secretaría General, el Ombudsman y el Fono Ayuda). Hasta ahora sólo ha sesionado una vez y los alumnos se quejan de secretismo porque las actas no son públicas. “En la universidad están enojados por haber causado revuelo y haber ‘dañado’ la imagen institucional más que arreglar el problema”, dice una representante estudiantil.
Andrea Parra, la actual consejera estudiantil, dice que en general la universidad ha tratado el problema de manera “negligente. Y en todas las instituciones del país ha pasado lo mismo. No es un problema puntual de la UC”.
Tienen el poder
Las últimas dos semanas de abril, los estudiantes de la Facultad de Sociología de la Universidad de Valparaíso estuvieron en paro. No fue en apoyo al movimiento estudiantil, sino para exigir la destitución del profesor José Antonio Ávila que fue denunciado por acoso sexual por la alumna Leslie Toledo. Los hechos se remontan al 26 de septiembre del 2014, cuando la estudiante al salir de la universidad se encontró con el profesor y él le dijo que se fueron caminando juntos. Pasaron a comprar un regalo, y luego la acompañó a un bar en el que trabajaba una compañera de la estudiante. Finalmente ante la insistencia del profesor, comieron en un restaurante, momento en el que la alumna dice que el docente trató de sobrepasarse con ella por lo que salió casi escapando. Con el apoyo de su mamá, que viajó desde Punta Arenas, y de uno de los Centros de Atención Reparatoria a Mujeres Víctimas de Agresiones Sexuales, del Sernam, la alumna denunció el caso el 29 de octubre de 2014 y la universidad inició un sumario cinco días después. Tras la investigación, la fiscal a cargo recomendó destituir al académico, cosa que el rector hizo. Ávila apeló ante la junta directiva y ésta determinó en abril de este año darle la segunda pena más alta después del cese de actividades: suspensión por tres meses, que está cumpliendo actualmente, y rebaja del 30 por ciento del sueldo.
La estudiante por su parte inicialmente había congelado la carrera. “No tenía seguridad de ir a la universidad y no encontrarme con él”, dice ahora que ya retomó los estudios. Además, el ambiente universitario no le facilitó su reincorporación, ya que le llegaban comentarios del tipo “eso le pasa por tomar”.
Osvaldo Corrales, secretario general de la Universidad de Valparaíso, reconoce que el episodio desnudó la falta de un procedimiento de acompañamiento y apoyo a las personas que denuncian, como también la ausencia de manuales de modos de conducta. “Estamos por generar un contexto para prevenir y hacernos cargo de los cambios culturales para eliminar conductas que antes estaban naturalizadas y que hoy resultan menos aceptables”.
El 31 de mayo la universidad anunció la creación de una unidad de Igualdad y Diversidad. Junto con eso, una comisión trabaja en normas y criterios sobre acoso y abuso sexual, “un poco al estilo de las universidades norteamericanas”, agrega, las que en general tienen oficinas específicas para abordar estos casos.
Corrales asegura que en el ambiente universitario se ha avanzado poco en esta materia. “La sociedad chilena es muy conservadora. Y en general, las universidades tienen ese carácter conservador, tradicional y machista que es parte del entorno cultural del país. La resistencia del país también se ve en las universidades porque son expresión del país”.
Jaime Barrientos, académico de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica del Norte, quien ha investigado la sexualidad juvenil, explica que efectivamente las universidades hoy tienen una deuda pendiente con respecto a abordar la violencia de género y los abusos. “Es una responsabilidad moral y ética hacerse cargo de estos temas, de educar y proveer mecanismos para enfrentarlos. La formación universitaria no está sólo orientada a una carrera, sino que es más integral que eso. Además, muchas universidades tienen recursos disponibles para poder hacerlo, partiendo por escuelas de sicología”.
¿Quién lleva la batuta?
En la Universidad de Chile las cosas han estado más agitadas. A comienzos de abril el Decanato de la Facultad de Filosofía y Humanidades destituyó al docente de historia, Fernando Ramírez, tras el sumario que se abrió por la denuncia por acoso, abuso de poder y hostigamiento de la alumna María Ignacia León, un episodio que no sólo generó apoyo entre los estudiantes sino que entre otras cosas, motivó que más de 70 historiadoras y docentes de otras carreras y universidades firmaran una carta llamando a terminar con el acosos sexual y discriminación en el mundo académico chileno. El 10 de mayo, la cantante Mariel Mariel ganó el Premio Pulsar a la mejor artista y disco de música urbana. “Me fui de Chile hace siete años… por un acoso que sufrí siendo estudiante de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile”, dijo al momento de recibir el premio y luego en entrevista con The Clinic agregó que se trató de un profesor.
Y la semana pasada, la cuenta de la Secretaría de Sexualidades y Género de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Sesegen Fech) anunció que además del profesor destituido, ellos han recibido 19 denuncias públicas de acoso y abuso sexual en distintas carreras, desde hostigamiento de connotación sexual por teléfono hasta violaciones. Ocho de ellas son de profesores a estudiante y las 11 restantes entre alumnos.
Otra vez, el problema no es una sorpresa. En 2012 la universidad hizo un diagnóstico sobre igualdad de género que se tradujo en el libro Del biombo a la cátedra. Pese a que no era el foco del estudio, éste concluyó que existían episodios de acoso sexual y mostró que aunque muchas veces estos son conocidos en los entornos académicos, no llegan a ser denunciados. También que en ese momento ninguna universidad chilena tenía políticas integrales para prevenir, investigar, sancionar y proteger a sus víctimas. En 2013, la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones creó la Oficina de Igualdad de Oportunidades de Género que dirige Carmen Andrade, ex ministra del Sernam, quien está empujando una instancia especializada con médicos, abogados y comunicadores para atender los casos. Desde 2015, los mechones de la Universidad de Chile al llegar reciben el manual “Orientaciones para enfrentar el acoso sexual en la Universidad de Chile”.
El miércoles pasado, en la Facultad de Medicina de esta casa de estudios se reunieron alumnos de distintas carreras. “Parece que les quedó chica la sala”, comentó un funcionario, ya que llegaron más de 70 interesados al foro organizado por la Sesegen Fech y Salud, en el que se explicó qué es el acoso, cómo se manifiesta, de qué manera identificarlo y ver cómo se ha tratado el tema a nivel mundial. Javiera Ortiz, coordinadora de comunicaciones de Sesegen Fech, dice que si bien rescatan los pasos que se han dado en su institución, “ha sido un proceso complejo, sobre todo con las denuncias que tienen relación con algunas facultades. No siempre tenemos el apoyo que esperaríamos de algunas autoridades de la universidad”.
Una de las últimas medidas que tomó el senado de la Universidad de Chile, instancia integrada por los mismos estudiantes, fue reformar el reglamento estudiantil y estableció que no se podrá incurrir en actitudes de discriminación arbitraria entre alumnos, específicamente en el acoso sexual. María Ignacia del Valle, representante estudiantil, asegura que reformar el reglamento es un gran paso y que una de sus prioridades es “erradicar el machismo y las conductas misóginas que recibimos todos los días. Para nosotras no es seguro venir a la universidad. No es seguro el camino a ésta y no es seguro estar acá. Entonces ¿dónde estamos seguras?”.
Entrevista a William Young. Director de la Dirección de Asuntos Estudiantiles (DAE) de la Universidad Católica.
¿Cuántos abusos sexuales se han cometido dentro de la UC?
Hay procesos que se hacen dentro de la universidad y que los maneja la Secretaría General, pero no llevan una estadística de cuántos casos. Es uno más de los casos que se manejan ahí. No tengo cifras.
¿Le parece importante saber cuántos alumnos son?
Lo que nos parece importante es tener los medios de denuncia y los protocolos adecuados. Nos parece importante tener educación, prevención y sensibilización.
¿La Dirección de Asuntos Estudiantiles sabe cuántos alumnos han hecho denuncias sobre violencia sexual en la Secretaría General?
Nosotros tenemos una visión parcial de cuántos llamados al año se hace al Fono Ayuda.
¿Cuántos?
Cinco. Que pueden ser de cualquier cosa, no sólo de temas de abuso sexual. No es una cifra tan grande y que pueden ser distintos tipos de denuncia.
¿No es un llamado de atención que las denuncias se hayan hecho a través de una página de Facebook y no por medio de sus canales establecidos? ¿Por qué cree que sucedió eso?
No te podría decir.
¿Son los canales de denuncia los correctos?
Obviamente que son mejorables y en eso estamos. Pero eso no fue una denuncia, fue alguien que contó su experiencia y anónimamente.
La definición
En general se entiende por acoso sexual las conductas de naturaleza sexual no deseadas por la persona que las recibe y que, por ello, afectan su dignidad y resultan ofensivas o amenazadoras. En el ámbito educativo se considera que hay acoso cuando es un comportamiento que directa o indirectamente afecta las oportunidades de educación, o se traducen en un ambiente hostil o intimidante para la víctima. Las relaciones consentidas entre adultos no constituyen acoso, pero el consentimiento no puede inferirse del silencio o falta de resistencia de una persona, sobre todo cuando hay relaciones de poder o autoridad.
Un problema de largo alcance
En 2015 se estrenó el documental The Hunting Ground (disponible en Netflix), que luego se mostró con profusión en salas con estudiantes de todo Estados Unidos e incluso se presentó en la Casa Blanca. El filme denuncia los ataques y abusos sexuales en los campus universitarios en Estados Unidos y la impunidad con que muchas veces son tratados por las autoridades de esas instituciones. Pese a que hubo varias personas, incluidos profesores de la Escuela de Derecho de Harvard que criticaron su objetividad, el documental tuvo muy buena crítica y contribuyó a la sensación de que en el mundo académico hay una cultura que minimiza si es que no niega la existencia de sexismo, discriminación y violencia contra las mujeres y las minorías sexuales. Esto es algo de lo que ya se viene hablando hace años y que ha forzado a establecimientos de educación superior en distintas partes del mundo a tomar medidas para asistir y proteger a sus alumnos, sobre todo en los casos en que estos viven en sus instalaciones.
En Estados Unidos, el Departamento de Educación ha promovido iniciativas en ese sentido, y hoy la mayoría de las universidades tienen oficinas especializadas que educan a la comunidad y asisten a las víctimas. Yale y Princeton tienen cursos sobre violencia de género, acoso y abuso sexual y sus consecuencias sicológicas.
En Harvard se entregan trípticos con ejemplos concretos para identificar situaciones y hay un servicio que acompaña a las víctimas en las denuncias. En Columbia también hay grupos de discusión con estudiantes. Las universidades también han mejorado los procedimientos para garantizar la confidencialidad de los involucrados en las investigaciones.
Esto no significa que los casos hayan desparecido, tal como demuestra el de Brock Turner, un nadador y estudiante de Stanford de 20 años, que fue condenado hace dos semanas a seis meses de cárcel porque el año pasado violó en el campus a una estudiante que estaba inconsciente. El padre del joven trató de defenderlo diciendo que era “un alto precio por 20 minutos de acción” lo que ha causado indignación e incluso motivó que Lena Dunham y el resto del elenco de la serie Girls difundiera el jueves un video en apoyo de la víctima.
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