sábado, 31 de octubre de 2015

La alerta de la carne procesada. MARTÍN CAPARRÓS

El consumo de animales es un lujo reciente para la humanidad. Tal vez la alerta de la OMS marque el principio del fin de esta époc. La alerta de la carne procesada . MARTÍN CAPARRÓS 31 OCT 2015
La carne se ha vuelto, de pronto, todavía más débil. Ya la atacaban desde varios flancos y ahora, de pronto, el golpe artero: que produce cáncer. Lo sabemos, tratamos de ignorarlo: vivir produce mucho cáncer y estas vidas del siglo XXI producen, sobre todo, paranoicos, ciudadanos tan satisfechos de esas vidas, tan aburridos de esas vidas que viven para conservarlas. Para eso se atrincheran en sí mismos —porque todo lo que viene de fuera puede ser peligroso: humos, sales, azúcares, hidratos, grasas, drogas varias, cuerpos extraños o incluso conocidos—. Y ahora, faltaba más, la carne cancerera.
Dicen que, en el principio, la carne hizo a los hombres: que aquellos animalitos carroñeros que fuimos hace tres millones de años desarrollaron sus mentes gracias a las grasas y proteínas animales que comían cuando encontraban algún cadáver sin terminar. Así fueron mejorando y aprendieron a matar ellos mismos y mejoraron más y descubrieron el fuego y cocinaron y, tan lentos, se hicieron hombres y mujeres. Comían carne cazada y frutos recogidos hasta que, hace unos días, alguien entendió que si enterraba una semilla conseguiría una planta y el mundo se fue volviendo otro, éste: aparecieron la agricultura, las ciudades, los reyes, nuevos dioses, la rueda, los metales, millones de personas, las caries, las clases, la riqueza y sus variadas injusticias. La revolución neolítica cambió todo y, con todo, la alimentación: desde entonces los humanos —salvo, claro, los ricos y famosos— comimos más que nada algún cereal o tubérculo o verdura acompañados de vez en cuando por un trocito o dos de alguna carne. Y así fue, durante diez mil años, hasta que, unas décadas atrás, las sociedades más ricas del planeta entraron en la Era de la Carne.
La carne es estandarte y es proclama: que este planeta sólo se puede usar así si miles de millones se resignan a usarlo mucho menos
Ahora nos parece normal, pero es tan raro: un bistec con patatas, unas salchichas con puré, un pollo con arroz, proteína animal con algún vegetal acompañando, es una inversión del orden histórico, tremendo cambio cultural —y ni siquiera lo pensamos—. Y menos pensamos lo que eso significa como gesto económico, social. No le digan a nadie que lo está diciendo un argentino: comerse un buen bife/chuletón/bistec, un gran trozo de carne, es una de las formas más eficaces de validar y aprovechar un mundo injusto.
Consumir animales es un lujo: una forma tan clara de concentración de la riqueza. La carne acapara recursos que se podrían repartir: se necesitan cuatro calorías vegetales para producir una caloría de pollo; seis, para producir una de cerdo; diez calorías vegetales para producir una caloría de vaca o de cordero. Lo mismo pasa con el agua: se necesitan 1.500 litros para producir un kilo de maíz, 15.000 para un kilo de vaca. O sea: cuando alguien come carne se apropia de recursos que, repartidos, alcanzarían para cinco, ocho, diez personas. Comer carne es establecer una desigualdad bien bruta: yo soy el que puede tragarse los recursos que ustedes necesitan. La carne es estandarte y es proclama: que este planeta sólo se puede usar así si miles de millones se resignan a usarlo mucho menos. Si todos quieren usarlo igual no puede funcionar: la exclusión es condición necesaria —y nunca suficiente—.
Cada vez más gente se empuja para sentarse a la mesa de las carnes —los chinos, por ejemplo, que hace 20 años consumían cinco kilos por persona y por año, y ahora más de 50— porque comer carne te define como un depredador exitoso, un triunfador. En las últimas décadas el consumo de carne aumentó el doble que la población del mundo. Hacia 1950 el planeta producía 50 millones de toneladas de carne por año; ahora, casi seis veces más —y se prevé que vuelva a duplicarse en 2030—. Mientras, un buen tercio de la población mundial sigue comiendo como siempre: miles de millones no prueban la carne casi nunca, la mitad de la comida que la humanidad consume cada día es arroz, y un cuarto más, trigo y maíz.
Tardará: pero alguna vez, dentro de décadas, un siglo, los historiadores empezarán a mirar atrás y hablarán de estos tiempos —un lapso breve, un suspiro en la historia— como la Era de la Carne
Y aparecen las grietas en el imperio de la carne. Primero fue el imperativo de la salud: cuando nos dijeron que su colesterol nos embarraba el cuerpo. Y ahora, en los barrios más cool de las ciudades ricas, cada vez más señoras y señores rechazan la carne por convicciones varias: que no quieren comer cadáveres, que no quieren ser responsables de esas muertes, que no quieren exigir así a sus cuerpos, que no quieren. Llueve, estos días, sobre mojado: la amenaza del cáncer. Hasta que llegue la imposibilidad más pura y dura: tantos querrán comer su libra de carne que el planeta, agotado, dirá basta.
Tardará: el comercio mundial de alimentos está organizado para concentrar los recursos en beneficio de unos pocos, intereses potentes defenderán sus intereses. Pero alguna vez, dentro de décadas, un siglo, los historiadores empezarán a mirar atrás y hablarán de estos tiempos —un lapso breve, un suspiro en la historia— como la Era de la Carne. Que habrá, entonces, pasado para siempre.
Martín Caparrós es escritor y periodista argentino y autor de Hambre (Anagrama)

Falleció Luisa Báez Ruz. Trabajo, Lucha y Dignidad.




ARICA: Gran dirigenta regional y nacional de las trabajadoras domésticas, Luisa Báez Ruz. Histórica líder de las mujeres ariqueñas. Presidió por largos años la Agrupación de Trabajadoras de Casa Particulares. Se definió siempre como una obrera, luchadora e integrante orgullosa de la clase obrera. Le indignaba que le dijeran "tía" o Luchita o Nana. Comenzó su vida laboral muy joven, conoció los abusos en sus tres categorías: mujer, pobre y trabajadora. Peleó por la unidad de su sector laboral y, aún desde una región tan lejana a la capital, logró, en conjunto con sus compañeras, cambios en la legislación laboral. Sabía, y lo dijo cada vez que pudo, que faltaba mucho camino para lograr la muy ansiada justicia social. El Norte Grande de Chile sufre una gran pérdida con su muerte. ¡Adiós, Luisa! Te vas con el respeto de tu clase y con la seguridad de que hiciste lo que tu conciencia te dijo que hicieras.

El jardín de los Oé

Por Juan Forn
En 1994, Martha Argerich tenía que dar un concierto en Japón a dúo con Rostropovich y le propuso tocar, entre la primera y la segunda parte del concierto, una pieza muy breve, de menos de cinco minutos, obra de un compositor japonés desconocido. La extrema levedad y sencillez de la pieza dejó perplejo al exigente público japonés. Argerich explicó después que para ella era “música pura” y que la había descubierto a través de su discípula y protegida Akiko Ebi, quien acababa de grabar un disco entero con las breves piezas de ese compositor desconocido. Ebi había grabado aquel disco por influencia de su primera profesora de piano, Kumiko Tamura. La señorita Tamura había dejado de dar clases a niños virtuosos para dedicarse por entero a un único alumno, con el cual venía trabajando hacía más de quince años. El alumno en cuestión era autista, epiléptico y tenía serias dificultades motrices. Su nombre era Hikari Oé y los lectores de Japón estaban bastante familiarizados con él porque aparecía en todos los libros de su padre, el flamante Premio Nobel Kenzaburo Oé.
Hikari había nacido en 1963 con una hidrocefalia tan tremenda que parecía tener dos cabezas. Su única posibilidad de vida dependía de una operación muy riesgosa y complicada que, en el mejor de los casos, lo dejaría con daños cerebrales irreversibles. Los médicos preferían no operar y el propio Kenzaburo era de la misma opinión, pero su esposa le dijo que prefería suicidarse antes que dejar morir a su único hijo. Kenzaburo debía partir a Hiroshima, para escribir un artículo sobre los médicos que trataban a las víctimas de la radiación. Muchos de ellos padecían los mismos síntomas que sus pacientes. Tenían, según Oé, más motivos que nadie para dejarse morir y sin embargo perseveraban, logrando en algunos casos resultados asombrosos. Kenzaburo volvió y le dijo a su mujer que apoyaba su decisión. Hikari sobrevivió a la operación pero quedó con lesiones cerebrales permanentes, epilepsia, problemas de visión y limitaciones severas de movimiento y coordinación. Su autismo era total hasta que la madre notó que su atención respondía al canto de los pájaros. Kenzaburo consiguió un disco en que se oían diversos cantos de aves y una voz masculina que los identificaba. Un año después, mientras llevaba a su hijo en bicicleta por un parque cercano, Hikari pronunció su primera palabra: “Avutarda”, dijo al oír el canto de un pájaro. Había memorizado los setenta cantos distintos de aquel disco. Lo mismo le pasaba con la música: cuando oía un fragmento de Mozart (la música favorita de su madre) era capaz de identificarla al instante por su número Kochel.
Así hace su entrada la profesora Tamura en la vida de Hikari. Al principio se limitaba a mostrarle melodías sencillas en el piano, que él pudiera repetir con un dedo, pero el interés de Hikari por esas lecciones (esperaba a su maestra en la puerta de la casa con un reloj despertador en la mano) y sus sorprendentes progresos hicieron que la señorita Tamura fuese abandonando sus otros alumnos y se dedicara por completo a él. De a poco logró que cada uno de los dedos de Hikari trabajara en forma separada y pudiera encarar progresiones armónicas. Luego le enseñó solfeo y notación musical. Pero Hikari mostraba menos interés en practicar piezas de Chopin o Bach que en sus propias improvisaciones.
La señorita Tamura decidió entonces empezar a explorar junto a Hikari ese mundo de sonidos que éI tenía adentro. Las sesiones frente al piano se hicieron diarias y ocupaban toda la tarde, luego de que Hikari volviera de la escuela especial donde hacía manualidades. Rara vez apelaba a la palabra para comunicarse pero con un mero tarareo era capaz de expresar lo que quería a sus padres y sus dos hermanos. Hikari y la señorita Tamura trabajaron en ese lenguaje, con proverbial templanza japonesa, durante diecisiete años. Hikari fue componiendo breves piezas en ese lenguaje, que pulía y pulía con obsesión autista hasta lograr poner en ellas su relación emocional y sensorial con el mundo, desde la muerte de un maestro querido hasta un día en el campo con sus hermanos (así eran los títulos de las composiciones). Un día, la señorita Tamura recibió en su casa la visita de una ex alumna, la ya célebre Akiko Ebi. Cuando ésta le preguntó a qué había dedicado todos esos años, la anciana la sentó al piano y le mostró las piezas de Hikari, y el resto ya ha sido dicho.
En 1994 Kenzaburo ganó el Premio Nobel y en su discurso en Estocolmo anunció que ya no escribiría más novelas, que no hacía falta. Porque desde 1963, desde el regreso de aquel viaje a Hiroshima y de la operación a su hijo, Kenzaburo había instalado a Hikari en el centro de su literatura: había decidido darle una voz, ya que su hijo no podía tenerla. Hasta entonces su escritura estaba orientada a las catástrofes de la historia japonesa reciente: la guerra, la bomba atómica, el culto al emperador, al militarismo, y sus consecuencias. A partir de entonces, el foco pasó a la paternidad y su vínculo con Hikari. En 1964, luego de la operación de su hijo, publicó Una cuestión personal. En 1966 fue aun más áspero: Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura. A los que siguieron El grito silencioso y luego Las aguas han invadido mi alma. La irrupción de la música y de la profesora Tamura en la vida de Hikari se puede adivinar en los títulos siguientes (Despertad, oh jóvenes de la nueva era, o Una familia tranquila, o Carta a los años de nostalgia), pero casi no se la menciona en sus páginas; es como si no tuviera lugar en la áspera escritura de Kenzaburo: Hikari es sólo esa presencia constante en casa de los Oé. Hasta que salió el disco de Akiko Ebi y Japón primero y el mundo después descubrieron que Hikari tenía una voz propia: ya no necesitaba que su padre hablara por él.
Para Kenzaburo, darle una voz a Hikari consistió en realidad en cargar él con el tormento, alivianarle las espaldas a su hijo. Cualquiera que haya leído sus libros sabe lo duro e insobornable que ha sido siempre consigo mismo, así como con su país. Cualquiera que escuche la música de Hikari después de leer los libros de Kenzaburo entenderá al instante que, lo que hizo el padre, efectivamente liberó las espaldas del hijo. Nabokov decía que no se lee con la cabeza y tampoco se lee con el corazón: se lee con la espalda, más precisamente con ese lugar entre los omóplatos donde alguna vez tuvimos alas. La música de Hikari es así: entra por la espalda. Apenas empieza, termina. Pero mientras dura es posible imaginar esos otros momentos en casa de los Oé, esos que Kenzaburo no retrató en sus libros, esos que hicieron posible que los Oé pudieran sobrevivir a su locura, al grito silencioso (“Me horroriza pensar lo que hubiese sido la vida de Hikari y la de su familia sin la música”, ha dicho el padre).
Kenzaburo no cumplió su promesa de no escribir más novelas; ya publicó tres. Hikari sigue componiendo sus piezas breves; ya le hicieron tres discos. En casa de los Oé, todos los días se parecen: en un rincón del living está Kenzaburo escribiendo, en otro rincón está Hikari frente al piano y, en el jardín, poblado de comederos de pájaros, se ve a la señora Oé rellenando los cuencos con un sobrecito de semillas. 

Cristian Cuevas. Educación cívica para la repolitización de la sociedad

Cristian Cuevas Zambrano
Educación cívica para la repolitización de la sociedad
En el marco de la contingencia y los debates respecto al proceso constituyente propuesto por la Presidenta, de manera asombrosa un alto dirigente de un partido de derecha ha comentado en un noticiario sus temores respecto de una posible “politización del debate constitucional” (Luis Mayol, CNN, 19 de octubre de 2015). Más allá de las esperadas aprensiones de parte de la derecha respecto a la posibilidad de generar una nueva Constitución, parte de sus temores se centran en los llamados mecanismos de educación cívica y participación ciudadana.
Estos temores se condicen con el rechazo permanente de la derecha durante los últimos 20 años a reincorporar los contenidos de educación cívica en las aulas de clases. Si recordamos, la implementación del proyecto neoliberal chileno durante la dictadura –de cómoda administración concertacionista en los 90 y 2000, hay que decirlo– requirió siempre del ejercicio de una masiva despolitización de la sociedad, poniendo el manejo del debate político fuera del alcance del chileno promedio y confinándolo a espacios reducidos y elitizados. Así, mientras el mercado infiltraba cada espacio de la vida social y se favorecía un creciente individualismo, la política y la información respecto al funcionamiento de las instituciones del Estado quedaron distanciadas de la ciudadanía.
Es indudable que una asignatura o una estrategia de educación cívica de seis meses como la que propone el Gobierno no es suficiente para asegurar la participación crítica y activa de la sociedad, pero los temores dan cuenta de lo rentable que pareciera ser para ciertos sectores políticos el que la ciudadanía no acceda a información respecto a la participación política y cívica. La historia del movimiento sindical de nuestro país nos dio ejemplos de cómo la formación de los obreros significó grandes aportes al desarrollo de la vida democrática del país durante el siglo XX, en la obra de destacados sindicalistas como Luis Emilio Recabarren o Clotario Blest, entre otros, que no dudaron en dedicarse de manera diligente en la formación de los trabajadores, permitiendo que la población pudiera acceder a información respecto al rol político que cada uno cumplimos en nuestra vida en sociedad. Personalmente, una de las mejores escuelas de educación cívica que tuve fue la que aprendí en el fragor de la lucha contra la dictadura, entre las batallas de los trabajadores contratistas del cobre y en las demandas del movimiento social. En esas situaciones muchos aprendimos que nos han robado lo que por derecho nos pertenece y hemos alimentado nuestra sed de justicia verdadera.
Hoy, en medio de la crisis que tiene tambaleando a la institucionalidad política postdictatorial se hace imperioso realizar esfuerzos por educar cívica y políticamente a la ciudadanía, no solo en temas de funcionamiento del sistema político sino además respecto de la vida en común, la igualdad, el respeto por la diversidad, el cuidado y protección del medio ambiente. Todos temas que son parte de la vida política y que dan cuenta de la condición política del ser humano. No es a la politización de los debates a lo que tememos, sino a que las decisiones se mantengan secuestradas en una clase dirigente que tambalea. Si bien es una exigencia para el Estado, seguirá siendo nuestra tarea la de traer el debate público y la formación ciudadana a los sindicatos, centros de estudiantes y a las organizaciones territoriales.
Cristian Cuevas. Fundación EMERGE
Publicado en www.elmostrador.cl

viernes, 30 de octubre de 2015

El último concierto de Jorge González


La madrugada del 8 de febrero el ex Prisionero se subió a un escenario en Nacimiento, en la Región del Biobío, con un accidente vascular en su cabeza. Esa agitada noche, fatal para la lenta recuperación del artista, puede ser la última vez que él dé un concierto propiamente tal en mucho tiempo: pese a sus ganas y convicción, nadie en su círculo sabe con certeza cuándo estará nuevamente en condiciones. "Sábado" reconstruyó en detalle el concierto, revelando escenas y fotos inéditas del trágico show.
POR GABRIELA GARCíA DESDE NACIMIENTO  
Loco, ¿qué te pasa? Estás como bajado, sin confianza -le escribió el guitarrista y cantante uruguayo Gonzalo Yáñez a Jorge González cuando el tour 2015 acababa de arrancar. Eran los primeros días de febrero. Y a diferencia de otras giras donde González solía tomarse unos días de adaptación en Chile, llegó directo desde Berlín a tocar. Venía resfriado, pero no quería esperar. Acababa de componer su último disco: Trenes, y se había preparado para que una de las giras más importantes de su carrera solista saliera como la imaginó. El ex Prisionero tenía agendado 19 shows en provincias del país. Y antes de continuar presentándose en Perú, Colombia y Estados Unidos, pasaría por el festival de música más importante de Latinoamérica: Lollapalooza. Sus 50 años lo pillaban haciendo lo que más le gusta hacer: música. Y lo hacía acompañado de una banda de lujo, compuesta además por amigos como Jorge del Campo en el bajo, Pedro Piedra en la batería, Felipe Carbone en los teclados y Gonzalo Yáñez en la guitarra.
De ellos, Yáñez -quien le dice cariñosamente "Cabeza" a González- es uno de los más cercanos. Los días que pasaron juntos en México cuando el compositor inauguró su vida allá en 2005 y hospedó al guitarrista y cantante, sellaron un vínculo que persiste hasta hoy.
Cuando Yáñez le escribió ese mail apeló a esa confianza. Para el guitarrista, González es su hermano mayor y el padrino de su pequeño hijo Julián. González hasta le había hecho una canción al niño que estaba por estrenar. Sin embargo, en el concierto que realizaron en Coquimbo el 1 de febrero, Yáñez lo notó extraño. González no se veía bien. Estaba sin energía. Decaído.
-Niños y niñas, cumplí 50 años. Estoy hecho concha, soy un viejo de mier... -le dijo en ese show al público. A González le estaba costando cantar. El resfrío parecía haberse agudizado al pasar bruscamente de las mínimas bajo cero de Berlín al verano chileno. Pero él se negaba ir al médico, decía sentirse bien. Yáñez y el resto de la banda, sin embargo, notaban que se movía más lento y que cuando tocaba el teclado su mano izquierda fallaba. Estaba malhumorado. La sensación de que algo no andaba bien estaba latente. Pero nadie sabía muy bien qué hacer.
-¡Vamos a meterle huevo, Cabeza! -le escribió Yáñez para animarlo en ese mail.
Pero la respuesta de Jorge fue lapidaria:
-No es que no quiera hacer los shows o no le ponga ganas. Es que no puedo -sentenció.
Yáñez no entendió lo que quería decir. Pero lo leyó molesto en esas líneas y no siguió escarbando.
-Jorge venía mostrando indicios de que no andaba bien. Pero más que decírselo, no podías hacer mucho más. Él tiene un lugar de su vida muy guardado y uno no puede invadirlo si no quiere contar. Además, es un hombre grande. Cuando sabes que a él lo que más le importa es hacer lo que él quiere, no te queda más que apañarlo. Eso hacen los amigos -cuenta Yáñez hoy.
En el camarín. La noche que Jorge González cerraría en Nacimiento -capital forestal de la región del Biobío, ubicada a 100 kilómetros de Concepción- el 8 de febrero, era, en apariencia, ideal. Hacía calor y el final de la trigésima segunda versión del Festival Alonso de Ribera tenía revolucionado a los vecinos que se agolpaban lentamente en la Cancha Coinac: un estadio de tierra donde hay un par de arcos sin red y una gradería desvencijada por la lluvia. Pero que ese día alcanzó a reunir a 15 mil personas que esperaban ver la primera presentación de González allí, en esa comuna rodeada de ríos y araucarias, y atravesada por un fuerte, cuya arquitectura es señal de una prosperidad perdida.
Tras bambalinas, sin embargo, el panorama era tenso. Aunque el contrato que la productora externa Leticia Monsalves cerró con la Municipalidad por el número de Jorge González, establece que el ex Prisionero probaría sonido a las 15 horas del 7 de febrero. Y que su presentación sería a las 00:30 de la madrugada siguiente, todo se alteró sobre la marcha. Según Monsalves, los músicos hicieron el chequeo después de las 17 horas debido a que venían con retraso desde Concepción. Pero además Daniela, tour manager y polola de González, venía insistiendo en que la presentación se acercara lo más posible a la medianoche porque Jorge no se sentía bien, lo que obligó a que la Municipalidad de Nacimiento adaptara su programa sacando a la orquesta de la obertura para ajustarse lo más posible al requerimiento del artista.
Los fanáticos salieron a recibirlo aproximadamente a las 23:30 horas con sus discos en la mano cuando González bajó de una van. Pero el ex Prisionero pasó raudo. Traía la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, según recuerdan los organizadores. Se veía somnoliento. Como un púgil que no quiere ser molestado antes de salir al ring, entró protegido por su mánager Alfonso Carbone a una sede de cueca que había sido adaptada como camarín y en el que pidió estar solo.
La gente comenzó a comentar que venía enojado, por lo que la organización cruzaba los dedos: "Ojalá que no haga nada", decían. -Es que se veía extraño. Parecía un zombie. Era como si los años le hubieran caído encima -explica Salomón Bobadilla, periodista de la Municipalidad de Nacimiento que junto al audiovisualista Alfonso Chávez tuvieron la labor de registrar esa noche para el informativo Panorama Municipal que se emite por el canal Zona Cero de la comuna. Erika Medina, funcionaria municipal que esa noche le tocó atenderlo en el camarín ubicado a 20 metros del escenario y que estaba adornado como un living con sillones de cuero oscuros, piso de cerámica local y flores, brochetas de fruta, sándwiches y agua mineral por doquier, recuerda la escena:
-González permanecía sentado en silencio con las manos en las rodillas, mientras Daniela, su polola, se acercaba a él para susurrarle y ofrecerle mate. Su mirada clavada en una mesa de centro, parecía extraviada. González solo hablaba para decir que quería subir cuanto antes al escenario. Se le veía irascible, como una olla de presión que estaba por desbordarse.
Dos días antes había estado en otro Festival de la Voz, el de Pichidegua, donde las cosas no habían salido bien. González se excusó con el público por el mal estado de su garganta y le pidió que le ayudaran con la versión acústica de "Tren al sur", en el teclado, pues la tos irrumpía súbita cada vez que intentaba cantar.
-Esto casi nunca me pasa, pero ahora en esta gira me ha pasado y la verdad es que estoy desesperado. Yo no debería estar aquí -dijo en esa ocasión.
Pero a la tercera canción no dio más. Mientras interpretaba "Amiga mía", golpeó furibundo el teclado y se retiró del escenario.-No, no puedo. Estoy haciendo el loco mal. Perdónenme, buenas noches, no puedo cantar -terminó diciendo. Eso era lo que no quería que pasara esta noche. En el camarín, González insistía en que salieran pronto a la Cancha Coinac. Pero eran las 00:00 horas y Los atletas de la risa recién comenzaban su presentación. Cantando "La vida es un carnaval" de Celia Cruz, González los escuchó saludar al público y ser ovacionados. -Sabemos que muchos vienen a ver a Jorge González -dijeron los humoristas-, ¿o nos vienen a ver a nosotros también?
Los chistes de doble sentido suscitaron carcajadas. Mientras en el camarín, Erika Medina trataba de que la espera a González se le hiciera cómoda.
-Por favor, no entre. Jorge no se siente bien y quiere estar solo -recuerda Erika que le dijo Daniela con sutileza.
En la sala los platos con comida permanecían intactos. Leticia Monsalves, la productora, había llevado algunas botellas de alcohol para los músicos, pero González, según ella, no las probó. Erika miró a través de una cortina. González permanecía callado, con la mirada al frente, ensimismado. Ninguno de los chistes de Los atletas de la risa le causaba gracia.
Daniela subía cada cinco minutos detrás del escenario a controlar los tiempos. Advertía que si la espera se seguía dilatando, Jorge no iba a actuar.
-Ya queda poco, unos cinco minutos -le dijo Leticia al verla nerviosa ir y venir del backstage. Pero a Daniela le temblaban las manos.
-Esos cinco minutos pueden ser vitales -respondió volviendo al lado de González que ahora estaba acompañado de los músicos en el camarín. Yáñez lo miró bien.
-Estaba apestado. Cansado y con el ceño fruncido -recuerda.
-¿Y si subimos y los bajamos a estos? -bromeó el guitarrista para descomprimirlo.
Jorge esbozó una sonrisa desganada cuando Yáñez salió del camarín para que Jorge pudiera vocalizar porque sabe que le da vergüenza hacerlo delante de otros. Y afuera encendió un cigarrillo. Estaba en eso cuando escuchó que Daniela buscaba desesperadamente a Jorge y a Alfonso Carbone, su mánager.
-¡Alfonso, Alfonso! -gritaba Daniela.
Jorge del Campo corrió hacia Yáñez.
-Jorge se fue. Se subió al escenario -le dijo jadeando.
Chao atletas. El reloj marca las 00:37 horas en el registro que el audiovisualista de la Municipalidad de Nacimiento Alfonso Chávez conserva de esa noche. Sobre el escenario, Los atletas de la risa son despedidos entre aplausos por el animador Ivor Manríquez. Y el alcalde Hugo Inostroza se alista para entregarles un reconocimiento. Está pidiéndoles que regresen por el bis, cuando Jorge González irrumpe en escena. El artista parece sacudirse la modorra después de una siesta cuando avanza con las manos empuñadas y una breve sonrisa de niño maldadoso. Saluda con la mano derecha. Su cuerpo desgarbado se acerca al micrófono arrastrando levemente la pierna izquierda.
-Un aplauso para los artistas -dice mientras los humoristas que van saliendo se miran descolocados. Aún les queda el remate de su rutina. Pero nadie se atreve a detener a González. El animador lo mira absorto. No sabe qué hacer.
-Muchachos, si no cantamos ahora, vamos a tener que irnos. Es muy tarde para nosotros. De hecho ya vamos a tener que acortar un montón el show. Nos habían dicho otra hora a nosotros, siempre nos mienten -dice González alejándose hacia un costado del escenario con las manos en la cabeza. Su mandíbula se ve tensa. Su caminata es torpe y oscilante.
00:38 horas y el público desconcertado comienza a pifiar. Piden que los humoristas regresen, el alcalde insiste en que sea así, pero atrás del escenario los humoristas están divididos, no están seguros de que sea buena idea.
El mánager de Los atletas, Carlos Araneda, recuerda el episodio de Jorge González botando los micrófonos en una conferencia previa a una presentación en el Festival de Viña. Finalmente, resuelve no continuar.
-Puede ser peor -les advierte a los humoristas.
-Fue un momento muy raro, nadie sabía muy bien cómo reaccionar -dice Araneda hoy.
Todo ocurre en cosa de segundos. En el video, un minuto después se ve a González sentado en la tarima frente a la batería mientras Pato Mejías, integrante del grupo humorístico, sale a dar las disculpas al público.
-En honor al tiempo nos vamos. Somos solidarios -vociferó.
Atrás, el productor de piso Francisco Vergara aceleraba la premiación del Festival de la Voz y les pedía a los artistas regionales que subieran al escenario. Mientras Yáñez le hacía señas a González de que saliera. Pero él solo contestaba con un movimiento de cabeza.
Las pifias se vuelven ensordecedoras en el video de Chávez. A las 00:45, Leslie Pérez, ganadora esa noche del Alonso de Ribera, recibe el galardón por su canción "El poder del amor" con Jorge allí, sentado en la tarima, aplaudiendo como en cámara lenta y levantando por segundos la mirada.
-No pude cantar mi canción. Fue muy penoso -recuerda Leslie hoy.
Cinco minutos después y mientras el periodista Salomón Bobadilla y Alfonso Chávez la entrevistan tras bambalinas para el informativo Panorama Municipal y la gente sigue pidiendo el retorno de Los atletas, parte el show de Jorge González.
En el registro audiovisual son las 00:50 horas. Aunque el repertorio que Yáñez había creado con González para esa gira partía con "Nunca te haría daño", una canción del disco Libro que a Jorge le gustaba mucho pues le permitía calentar la voz, se altera sobre la marcha.
-Ante las pifias y sabiendo ya que Jorge no iba a terminar el show, la política fue calmar los ánimos y cantar lo que a él no le diera lata -explica Yáñez.Jorge va directo al grano. Arranca con el hit "Sexo". Con los ojos cerrados comienza a cantar pero la voz le vibra como si cantara bajo el agua. No da con el tono. Desafina.
Quieren dinero. En la imagen, González mira constantemente el setlist que está a los pies de su micrófono como buscando una salida. La canción que viene es "Mi casa en el árbol". Pero se la salta. El show continúa con "Quieren dinero" y los fanáticos se contagian y cantan.
El ex Prisionero mira a Yáñez.
-Canten porque estoy pa' la ca... -les dice a sus músicos vestido con un buzo, chaqueta de cuero negro y zapatillas.
Tose: una, dos, tres, cuatro veces. El cuerpo de González se estremece completo cuando lo hace, parece que se desarmara y le dieran arcadas. La gente reacciona: están los que lo alientan a seguir y los que vuelven a pifiar. Pero él, aferrado con las dos manos al micrófono, parece encontrar por momentos el eje y continúa.
-¡Qué mierda pifian!, no entiendo. Si quieren pifiar, háganlo fuerte -interpela al público González.
Luego anuncia la canción "La cumbia triste" y vuelve a sentarse junto a la batería de Pedro Piedra. Su humanidad cae pesada en la tarima mientras Yáñez, Del Campo y Pedro Piedra suenan como reloj, tratando de mantener el show arriba.
Para darle un respiro a Jorge, los músicos continúan con un cover de Los auténticos decadentes que les encanta y que suelen tocar en las giras: "La guitarra" y la gente se anima y corea. Yáñez la canta para que Jorge entre en la parte del diálogo que dice: "Vos mejor que te afeites / mejor que madures, mejor que labores / ya me cansé de que me tomes la cerveza / te voy a dar con la guitarra en la cabeza". Pero Jorge ya no se puede mantener en pie. Arrastrando su pierna izquierda va a buscar el micrófono y se vuelve a sentar. Cuando le toca su turno, Yáñez lo mira, pero a Jorge apenas le sale la voz. El fotógrafo Juan Carlos Mansilla dispara desde un costado del escenario. Cuenta que los músicos le sugieren canciones del repertorio, pero él niega con la cabeza.
En el video a Jorge se le ve levantarse para tomar sorbos de una copa que hay sobre un amplificador y vuelve a sentarse. Mansilla registra una botella de vino blanco que está prácticamente llena detrás de un parlante.
-Este gallo está curado -dice que piensa. Y es el rumor que empieza también a circular entre los asistentes y los organizadores ante un González que apenas puede coordinar sus movimientos.
Felipe Vega, quien estaba en primera fila viendo el show y tenía acceso al backstage y que grabó un video que luego subió a YouTube y que tituló "Jorge González en Nacimiento 'dudoso estado'" lo recuerda:
-Jorge apenas caminaba y tenía los ojos desorbitados. Su voz no se entendía. Balbuceaba. Se le veía desorientado. Nadie se imaginó que Jorge estaba enfermo, sino que estaba borracho o volado. A veces parecía que se quedaba dormido en el escenario -dice hoy.
Los músicos y Alfonso Carbone, su mánager, aseguran que Jorge no se droga hace una década. Según Yáñez, incluso hace dos giras, le pidió a él y al resto de los músicos que no tomaran alcohol antes de subirse al escenario. Sin embargo, su comportamiento era tan errático que Yáñez pensó que pudo haber recaído y hasta se lo preguntó directamente antes de Nacimiento luego de verlo tropezarse de la nada.
-Cabeza, ¿te la estás dando? -le dijo.
Jorge fue enfático:
-No. Tú sabes que si fuera así te lo diría -sentenció.
Yáñez pensaba en ese diálogo cuando miraba desconcertado a su amigo que por momentos apoyaba la cabeza entre las piernas a sus espaldas según se ve en el video.
Atrás el alcalde no sabe qué hacer y recuerda las advertencias que días antes del show le hicieron tanto de la Municipalidad de Lebu como de Santa Juana acerca de que Jorge no venía bien y que él obvió.
-Su presentación fue penosa: los músicos salvaron el show. De la hora o más que tocarían, solo estuvieron casi 40 minutos. Por supuesto que me apena saber que estaba enfermo, pero que no nos hayan advertido antes de su enfermedad y lo transformaran en una máquina de hacer plata, es una falta de respeto a él, a su trayectoria y al público. A González se le expuso y a nosotros se nos pasó a llevar como comuna -reflexiona el alcalde.
Carbone, el mánager:
-Lo que pudo haber pasado es fácil decirlo hoy a la luz de los hechos, pero es muy injusto el trato cuando está ya absolutamente claro de que no existió ninguna mala intención ni falta de respeto ni de parte del artista ni de sus músicos o staff que hicimos todo para que el show se hiciera. El concierto se hizo. Y Jorge lo hizo con un infarto a cuestas. Lo que él no quería era fallarle a la gente que fue a verlo y eso denota un sacrificio. Por lo que juzgar si su actitud tal vez no fue la "adecuada" ahora no tiene sentido. Lo primero es agradecer que Jorge esté entre nosotros. El resto es anecdótico.
Hasta ahora el show, que tenía un valor de 9.777.778 pesos, no ha sido cancelado por el alcalde Hugo Inostroza. A la banda y a Carbone les parece "impresentable", sobre todo en el marco de la falta de ingresos de González, en medio de un costoso tratamiento.
Todo tiene final
Son la 01:06 AM en el video y Jorge sigue sentado junto a la batería. Los músicos cantan "Fe" y de vez en cuando el ex Prisionero se incorpora y apunta con su dedo índice el cielo para repasar el coro. Desafina. Pero se esfuerza.
Yáñez voltea para mirarlo mientras se balancea con la guitarra. El show suena bien, pero Jorge no está más ahí.
-Escúchame una vez, todo tiene final -canta Yáñez. No se ve en la imagen. Pero el guitarrista dice que en ese momento las lágrimas corren descontroladas por sus mejillas. Piensa: he cantado más las canciones de Jorge mucho más que las mías en la vida. Piensa: qué hermoso es este tema. Pero qué vacío suena sin él.
A Yáñez le parece como si su amigo se estuviera despidiendo.
-No lo racionalicé en ese momento. Me puse a llorar simplemente. La tensión del momento. La pifiadera. No sé... era como si fuera el final de algo. De esta banda, de estas giras. Miré a mi alrededor: estábamos ahí tocando las canciones de Jorge, con Jorge sobre el escenario, pero sin él. La música por la música no tiene sentido. Faltaba el corazón. No había feeling. Estábamos con la cabeza, funcionando por inercia, tratando de sacar adelante un show que ni siquiera Jorge quería salvar. Estábamos queriendo que se acabara -reflexiona hoy Gonzalo Yáñez con los ojos humedecidos.
La canción "Fe" continúa y a Jorge se le ve cada vez más complicado. No alcanza los tonos altos. Y las pifias vuelven y él despotrica:
-El que está pifiando que se venga a subir acá o que se vaya a la casa acostarse con un tecito. No se quede rompiendo las pelotas aquí -dice.01:08 AM y Jorge González medita en voz alta. Furioso enumera las cosas que detesta.
-Lo segundo que odio es el Youtubeo en las cámaras cuando uno está cantando. Me carga. Lo tercero que odio son los comentarios en YouTube y en Facebook. Pendejos de mierda chicos que no tienen ni 15 años y que se atreven a opinar sobre lo que tú haces y lo que no. Esa hue... es horrible -se le escucha sentenciar enojado.La gente pifia con más fuerza y los músicos retoman el show. A la 1:12 AM, tocan "El baile de los que sobran". Y Jorge se da ímpetu y se levanta de la tarima de la batería para caminar frente al escenario. Le pide a la gente que cante fuerte. Él también se esfuerza por hacerlo. Y el público vuelve a corear. Pero en la parte en que dice:
-Únanse al baile, de los que sobran -Jorge se tambalea. Trata de poner el micrófono en el atril para cantar la parte: "Hey, conozco unos cuentos / sobre el futuro". Pero no calcula la distancia entre este y su boca y le termina pegando. Jorge se aleja. Derrotado, se queda mirando a la multitud con las manos en los bolsillos y las piernas levemente separadas. La derecha la mueve sin parar. Está como conteniéndose y contando los minutos para que esto se acabe. Como dirían los médicos de la Clínica Universitaria de Concepción al día siguiente en los medios: las arterias del cerebelo no estaban irrigando sangre correctamente. González llevaba 10 días con un accidente cerebrovascular. Estaba cantando con un infarto a cuestas que con el correr de los minutos, solo empeoraba.
-No más, está bueno -recuerda Yáñez que les dijo en un momento del show en Nacimiento volviéndose a sentar. Yáñez y Daniela se acercaron a él como quedó registrado en una de las fotos de Juan Carlos Mansilla. Angustiados, Mansilla recuerda que le pidieron que tocara una más para no despedirse tan abruptamente.
El show termina con "Tren al sur", pero solo sus músicos la cantan. Jorge no se despide del público. Siendo las 1:26 AM sale del escenario con la ayuda de su polola Daniela y los instrumentos se detienen. El público pide más. Comienza a presionar sobre las barreras de contención, pero Jorge ya va camino al camarín. Daniela entrelaza su mano para que se apoye en ella porque Jorge ya no se mantiene en pie solo. Su derecha se desliza por la baranda mientras los insultos lo persiguen como se ve en el video.
-¡Borracho! -le grita una persona del público mientras lo ve bajar por la escalera lateral del escenario prácticamente en andas a la 01:26 AM.
Daniela frunce el ceño y mira de frente al tipo. Y Jorge le contesta con un garabato.
-No los pesquí, son envidiosos -lo defiende una chica que junto a otras, estiran los brazos con cuadernos en mano para que les dé un autógrafo. Pero Jorge no puede detenerse. Es Gonzalo Yáñez y Jorge del Campo quienes se quedan sacándose fotos con los fanáticos a la 1:27.
-Aléjate de las malas influencias -le dicen a Yáñez. Pero él responde suspirando.
-Jorge no es así. Está cansado. No se siente bien -lo lamenta.
Segundos después la van se pone en marcha. Jorge se va de la Cancha Coinac de Nacimiento con Daniela a Concepción mientras Alfonso Carbone se queda dando explicaciones.
Las redes sociales no paran. Se insiste en que González está drogado. Borracho.-Esta noche no se coronó bien -le dice el alcalde Hugo Inostroza al mánager antes de que Carbone explique al informativo Panorama Municipal lo que ya había manifestado en un comunicado del 2 de febrero cuando postergó las fechas de las ciudades de Chillán y Concepción en virtud de que el artista no venía en buen estado de salud y su voz no estaba en pleno.
-Jorge no está ni drogado ni borracho. Hay que meterlo mañana en el médico y que se cure y que después vuelva a hacer el show que sea -dice excusándose Carbone antes de quedarse al cóctel de clausura con el resto del staff.
A esa hora Jorge González va rumbo a Concepción en la van. Con Daniela, Carbone se ha puesto de acuerdo en llevarlo al médico por la mañana.
-Si quieres nos peleamos, pero vamos a ir -dice Yáñez que le dijo Carbone después de tomar desayuno en el hotel.
Todos pensaban que lo que ratificarían los médicos era un resfrío y que volvería dentro de unas horas. Pero la resonancia magnética dijo otra cosa: el 9 de febrero el neurólogo Sergio Juica, de la Clínica Universitaria de Hualpén, sentenció que Jorge González venía arrastrando un infarto al cerebelo isquémico bilateral. Y que sus alteraciones cognitivas, la falta de motricidad, la pérdida del sentido de ubicación y del habla eran síntomas de ese cuadro que lo ha tenido ocho meses fuera de los escenarios e incluso con riesgo vital.
-Nadie pensó, no dimensionamos, no nos quisimos dar cuenta... -se lamenta Yáñez hoy mientras ve a su amigo lidiar con las secuelas en una casa de La Reina donde prepara su retorno."La vamos a romper". Eso es lo que le escribe a su banda sobre su próximo reencuentro con el público el 27 de noviembre.
Pero este, más que el retorno a los escenarios del ex Prisionero, es un homenaje. Artistas cercanos al músico como Álvaro Henríquez, Manuel García, Los Jaivas, Zaturno, Roberto Márquez, Gonzalo Yáñez y Pedro Piedra se irán turnando en escena y recorrerán su discografía. González quiere acompañarlos. Pero va a depender de su estado de salud. Por ahora, los conciertos a los que estaba acostumbrado tendrán que esperar de manera indefinida.
-Parece una locura porque uno lo ve y piensa que Jorge no está bien todavía y nadie quiere que este sea su concierto de despedida. Pero él tiene ganas. Es por lo que se levanta todos los días. Los escenarios son su vida y ahí vamos a estar -dice el guitarrista sobre el concierto que tiene el título de una de las canciones del álbum "Trenes" que se lanzó en septiembre pasado y que él todavía no ha podido estrenar: "Nada es para siempre". "No tengo ya como explicarte nada / si es evidente que no escuchas... /mi voz / ponte las botas, coge la mochila / baja la escalera y dime... adiós", dice la letra que fue compuesta por González meses antes del infarto y para su círculo cercano es hoy un presagio.
En Nacimiento, la Concha Coinac está hoy vacía. Y en el camarín en el que estuvo Jorge González se ensaya la cueca. Alfonso Chávez, documentalista de esa noche, camina por el estadio de tierra y recuerda cuando tenía 14 años y vio por primera vez al artista junto a Los Prisioneros en San Bernardo, en Santiago.
-Si tan solo hubiésemos sabido que la de Nacimiento podía ser su última noche... -piensa en voz alta.
Nadie se imaginó que Jorge estaba enfermo, sino que estaba borracho o volado. A veces parecía que se quedaba dormido en el escenario


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