PROF. HAROLDO QUINTEROS. 06 / 03 / 2015.
CHILE Y VENEZUELA.
(Primera
Parte)
En 1973, el gran argumento de los sectores golpistas
que consiguieron el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende -sectores
encabezados políticamente por la derecha y la dirigencia mayor de la DC- era
éste: Allende pretendía cambiar el país no teniendo la mayoría para hacerlo. Veamos:
En las elecciones presidenciales de 1970, Allende obtuvo más de un tercio de
los votos, y con esa mayoría relativa fue elegido legalmente por el Parlamento.
En las elecciones municipales de 1971, la coalición de su gobierno, la Unidad
Popular, superó el 50%, y en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973,
obtuvo el 44%.
Como sabemos, en toda democracia los gobiernos se someten al
juicio ciudadano en elecciones que se realizan en el transcurso de su mandato.
La más importante es la elección del Parlamento, porque según su resultado la
oposición puede poner fin al gobierno, pero…
siempre que alcance los dos tercios de la votación. No puede ser por menos,
porque se entiende que la oposición debe aceptar que el gobierno elegido
complete su programa dentro del lapso asignado por la Ley, y, además, si pierde
las elecciones parlamentarias, también puede recuperarse y volver a ganar las
presidenciales siguientes. Este es el juego democrático universal, lo que
explica por qué el golpe de estado de 1973 fue repudiado en todo el mundo, además por la feroz y sangrienta dictadura que
advino con él. En suma, la oposición no consiguió los dos tercios en el
Parlamento para destituir legalmente a Allende; por el contrario, en toda la historia del
Chile del siglo XX ninguno de los gobiernos había llegado a una adhesión popular
del 44% en la mitad de su período, y a nadie se le habría ocurrido derrocarlos.
Además, en 1976, habría elecciones presidenciales, y la coalición derecha-DC podía
ganarlas y revertir las transformaciones hechas por Allende. Sin embargo, la
derecha eligió el golpe.
Para la creación del clima social que lo justificara
contaba con el apoyo de sectores claves en la economía diaria de consumo, como camioneros
y parte del comercio; más, sobre todo, con el abierto respaldo del gobierno
estadounidense y sus agencias, abiertas y secretas. No fue difícil, entonces, declarar
la guerra del desabastecimiento y del mercado negro, aunque la producción
industrial y agrícola no había bajado, lo que explica por qué a sólo horas del
golpe, los productos repletaban las estanterías de las tiendas. Está
ampliamente probada la participación directa estadounidense en el derrocamiento
de Allende. La propia CIA se ha encargado de revelarlo en una inmensa cantidad
de documentos desclasificados que refieren la planificación y ejecución de atentados
terroristas, financiamiento de la prensa opositora y de las huelgas de los dueños
de camiones, del cobre, etc. La razón, ¡o
sancta simplicitas! es clara. Con su
44%, el gobierno de Allende podía recuperarse y ganar las elecciones de 1976. Además,
para todo el mundo Allende había
obtenido una victoria, porque ese 44% se había conseguido cuando más arreciaba
la ofensiva opositora, tanto nacional como desde Estados Unidos. Para el
imperio norteamericano, el riesgo era demasiado grande.
El Chile socialista de
Allende ya era un ejemplo internacional de anti-imperialismo y de un nuevo
orden interno social y económico dentro del orden democrático. Hoy, ese ejemplo
vuelve redivivo en varios países latinoamericanos, especialmente en Venezuela,
donde se está repitiendo la historia chilena, aunque, claro, con una crucial
diferencia: allí las Fuerzas Armadas son fieles al orden constitucional (CONTINUARÁ).
No hay comentarios:
Publicar un comentario