30 JULIO, 2014 LEMEBEL, CONVERSACIONES POR CHAT
Por estos días Pedro Lemebel está siendo postulado al Premio Nacional de Literatura. Entre kimono y kimono (así le dice a su tratamiento de quimioterapia) el escritor no cesa en su exigente ritmo de performances, exposiciones, ediciones y lecturas públicas. “Si no me mató la dictadura ni me mataron los cafiches malandras que enredé en mis sábanas, no me va a matar un cáncer de laringe. Creo ser fuertona. Bastante fuertonga”, afirma. Tras la laringectomía a la que tuvo que someterse, quedó con un hilito de voz y ha estado utilizando facebook como otra plataforma de expresión. Esta entrevista resume varias conversaciones recientes por chat entre el escritor y la periodista.
Es un domingo de junio y la Autopista Central está atochada a la altura de Américo Vespucio Sur, donde se emplaza el Cementerio Metropolitano. Los autos atraviesan la insípida tarde con sus bocinazos estridentes, bajo dos pasarelas que, desde el camposanto, se elevan por sobre la autopista.
A las 5 de la tarde, Pedro Lemebel está parado en lo alto de la pasarela norte, mientras el sol pálido de comienzos del invierno comienza a extinguirse y la escena se ilumina con los focos de la carretera. Pasa un coche de carabineros, pasan los vendedores ambulantes, pasan los floristas y los carros de dulces. El personaje que en los ochenta y noventa conformó la dupla de performance Las Yeguas del Apocalipsis junto a Francisco Casas, hoy parece ajeno al atuendo travesti y colorinche de sus emblemáticas actuaciones. Está vestido de estricto negro, elevándose como una figura casi mística, larga y delgada, sobre tacones que ahora se ocultan bajo el pantalón. Es como si su cuerpo sobrevolara el plano de Santiago, esa ciudad que sus crónicas vertiginosas no han parado de escudriñar, revelando los placeres y las crueldades sociales, con un estilo muy particular.
En su mano derecha Lemebel lleva un tubo de neoprén; en la izquierda, un encendedor. Comienza a bajar por la plataforma inclinada y a cada paso se agacha como un diestro equilibrista para dibujar una letra del alfabeto utilizando como tiza el pegamento. Acto seguido le enciende fuego y entonces la letra en llamas ilumina el traficado suburbio. Después queda la letra quemada, como una costra negra, impresa sobre el cemento. “Mi letra ardiendo primitiva en la pasarela peatonal. Letra molotov”, comenta Lemebel.
Mientras miraba tu performance pensaba ¿por qué sigue, para qué, qué lo mueve?
Pregunta cuica. El por qué ni el para qué existen cuando te mueve el afán inexplicable del deseo proscrito insatisfecho. ¿Viste qué lindo lo que te contesté? Anótalo.
Lo que incendió en la calle, dice Lemebel, no fue cualquier alfabeto, sino el silabario de su infancia, escrito en manuscrita, lo que a él mismo le sorprende, porque siempre que firma libros lo hace con letra imprenta. Desde la a hasta la z bajaron los signos hacia la vereda, precisamente allí, frente al cementerio donde encontraron el cuerpo de Víctor Jara y donde está enterrada la madre del escritor. Y, claro. Ella fue la transmisora primera del lenguaje: de ahí Lemebel aprendió el coraje y el amor y también de allí extrajo su apellido, cuando decidió dejar de usar el Mardones de su padre –con el que firmó, en 1986, su primer libro Incontables– para investirse del nombre materno: “Fue un gesto de alianza con lo femenino, inscribir el apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti”, dice. Fue ese mismo año cuando leyó su célebre manifiesto, Hablo por mi diferencia, en un acto político de la izquierda. “No me hable del proletariado, porque ser pobre y maricón es peor / Hay que ser ácido para soportarlo / Es darle un rodeo a los machitos de la esquina / Es un padre que te odia / Porque al hijo se le dobla la patita / Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro / Envejecidas de limpieza / Acunándote de enfermo”.
Las madres y, en general, las mujeres tienen brillo épico en muchos de sus relatos. Uno de los más conmovedores es Mamá Pistola, en el que cuenta cómo su madre se acriminó con un matón que le estaba pegando a su padre en la esquina de la pobla donde creció. “Esa pistola mi mamá la escondió después de eso y cuando vinieron los milicos a mi casa temblábamos de miedo imaginando que la fueran a encontrar. Pero ella nunca dijo dónde estaba. Solo cuando ella murió y me traje sus cosas la encontré en un mueble, metida en una cartuchera de mujer”.
Madraza la tuya
A veces mamá me visita en sueños y puedo hablarle y tocarla y abrazarla. La veo tan real, tan fresca, tan linda, que me emociono al estar con ella, y aprovecho para contarle mis cosas y conversamos como antes, como si estuviera aquí. Un día me la encontré en un sueño, acompañada con mi papá en la mesa de un restaurante. Y les dije: “Qué bueno que están juntos. Yo aquí no soy feliz, quiero irme con ustedes”. Mi mamá miró a mi papá y me dijo que lo iban a conversar, para ver si me llevaban o no. Me puse a llorar, bajé la vista y cuando la levanté ya no estaban. Y ahí desperté. Pasaron unas semanas y me los volví a encontrar en sueños. Y ella me dijo que lo habían conversado y que sí, que me iban a llevar. Y yo le contesté: “Pero no tan luego pos mami”. Y ahí ella se puso a reír y me dijo: “Estái puro weviando”.
Qué tierno
Ni tierno ni amoroso. Oye, mejor mándame preguntas por email para que llenes tu puerca entrevista.
No. Me dijiste que fuera por chat, que es más interesante.
Sí. Es más boni, más módern. Además, soy rápida. Me dicen la María Exprés. Para mí es mejor hablar por aquí que en vivo y tiene ese tono de realidad que a ustedes, los periodistas, les gusta tanto. Pero si te ponís morbosa y melodramática te corto el paño.
AMOR DE CUNETA
Lemebel es un fenómeno, una rareza dentro de nuestra fauna cultural, que desde la época de la dictadura hasta ahora ha resistido en la performance y la escritura. Homosexual, guerrillero, deslenguado, se crió en el Zanjón de la Aguada, se curtió en las calles del centro y no hubo quién le cerrara la boca a la hora de patear la perra en contra del autoritarismo, del clasismo, del machismo y la hipocresía: todos los vicios chilenos han pasado por su afilado bisturí. Sin adaptarse ni abandonar su marginalidad constitutiva, hoy está posicionado como uno de los autores latinoamericanos más reconocidos en el medio literario, cumpliendo los presagios de Roberto Bolaño quien, mucho antes de morir, lo sindicó como el escritor más potente de Chile. Pero Lemebel ahora es también un fenómeno de ventas. Su público, que se achoclona para asistir a sus presentaciones tanto en Chile, como en México, Perú, Argentina y otros lugares del mundo, es transversal y masivo: son rockeros, hiphoperos, raperos, grafiteros, adolescentes, intelectuales con doctorado, locas carreteras, universitarios, dueñas de casa, abuelitas, lolas rebeldes y sentimentales. A todos les habla con su retórica cebollera y floripondiada, pero siempre activista y directa. Y a donde viaja, lleva a su asistente, que le ayuda con la dieta vegana que está siguiendo y con la tecnología de sonido que permite que el hilito de voz que tiene ahora se amplifique en toda su potencia.
¿Cómo te has sentido hoy?
Gracias a que he estado atenta, estoy viva. Ahora entro a la quimio, la kimono. ¿Sabes que una amiga loca me decía el otro día: “¿Cuándo te vas a hacer la kimono?”? Y yo no lo entendía. Era la quimio, pos niña. Y la loca le puso así para desactivar la violencia del tratamiento. Encontré tan lindo eso. ¿No lo encontrái así, muñeca?
“Ahora soy vegano. Cero lácteos, ni azúcar, ni harinas blancas. Lo malo es que esa dieta afecta el deseo. La libido te baja. También paso con frío. Las manos y los pies helados”.
De una manera creativa tu amiga lo desecha, pero, por otro lado, está negando lo heavy que es.
Mira teresiana, no es tan fuerte. Tampoco el cáncer es tan dramático, ahora es más popular, de cada 10 personas tres tienen a un conocido con esta enfermedad. También la medicina es mejor que hace 10 años y más efectiva. Ya. Sin querer llegamos al tema escabroso. Pero bueno, es así. Ya. Se me quitó el humor. Esto no es como el sida, que le lleva reggaetón. Esto hay que hablarlo con música de Wagner. Hay gente que me dice que tengo que dar la batalla. Que hay que pelearla. Esas frases bélicas a mí me cargan. ¿Viste que como dice la Susan Sontag la medicina usa ese lenguaje de guerra? Yo no lo uso, simplemente me trato. Yo lo contengo, lo evaporo. Y espero salir bien de esta experiencia límite. Como ha sido toda mi vida. Si no me mató la dictadura ni me mataron los cafiches malandras que enredé en mis sábanas, ni me mataron los amantes delincuentes de una noche, no me va a matar esto. Creo ser fuertona. Bastante fuertonga, dijo la loca. Y lo otro es que el cáncer es para los ricos. ¿Viste lo caro que es? Cada veinte días tengo que tener un palo y medio. Es más caro que ponerte tetas. O sea, niña, mi cancerito de laringe no está en el auge, ¿cachái?
Igual das la batalla, aunque no te guste la palabra y aunque digas que no eres feliz.
No poh. Yo nunca fui feliz. A mí nadie me quiso, pero el amor ya no me importa porque como torta. De marihuana jajá.
Porque eres pesado. Pateador de perra.
Un poco. ¿Y bosnia?, Oye ¿por qué se patea a la perra y no al perro? Eso es misógino. Pobre perra.
Hasta ahora te tenía terror. Pensaba que eras demasiado heavy metal.
Quizás lo fui. O era un chico solo frente al mar humano y no me quedaba otra que escupir ese paisaje de familia feliz. Me acuerdo de Peter Pan espiando por la ventana a la familia de Wendy, viendo la única felicidad que le sería negada para siempre.
¿Entonces no se trata de ser feliz, sino de vivir nomás?
Si te refieres a la intensidad, sí. Pero ahora no puedo ni tomar copete ni drogas, no tengo intensidades fácticas. Cuando escribí Adiós Mariquita linda fue en plena época carretera. Y una señora me dijo un día: “Oiga, usted en este libro siempre está curado o volado”. Y era cierto, todo ese tiempo fue de una farra memorable. Ahora me interesa más el ayahuasca. Un tema, un temazo. Yo le digo “la náusea celestial”. Es fuerte la cosa. Y es sagrada.
“Hay gente que me dice que tengo que dar la batalla. Que hay que pelearla. Esas frases bélicas a mí me cargan. ¿Viste que, como dice la Susan Sontag, la medicina usa ese lenguaje de guerra? Yo no lo uso, simplemente me trato”.
¿Y eso lo tomas ahora?
Siempre he tomado. La última vez fue hace como tres meses Hay algo en esa plantita que enternece mágicamente, hay algo sublime, a veces un demonio o un dios líquido, que te lo tomas y te brota en los poros. Imagínate es como encontrar a Dios en una plantita. Dios tan inmensamente grande y habitando en una plantita, es una bella contradicción como para enseñársela a un niño. ¿No encuentras? Oye, pero esto no es para hablarlo aquí. Hablemos después. Ahora tengo que salir a Valpo, al naturópata. Tú sabes que soy vegano y eso también ayuda.
¿Cómo es la dieta vegana?
No es la dieta del lagarto, jajajá. Cero lácteos, ni azúcar, ni carnes, ni harinas blancas. Aunque ahora con la kimono me he salido del régimen porque necesito otras proteínas. Un poco de pescado aunque tiene mucho mercurio en Chile, como el pollo tiene hormonas. Lo malo es que la dieta vegana te afecta el deseo. La libido te baja. También paso con frío. Las manos, los pies helados. Odio el invierno. “La lluvia que a menudo caía…”, detesto esa poética invernal. Los pobres odiamos la lluvia. Aunque no podría vivir sin el otoño ni la primavera y los aromos en flor. Ya me puse nerudiano.
¿Pero te importa eso o no pescas tanto el sexo ahora?
Me importa querida. También me doy mis gustos.
¿Cuáles vendrían siendo?
Como vivo cerca del Parque Forestal a veces salgo a caminar por la cintura cósmica del Cerro Santa Lucía. A ver si atrapo un pestañazo cafiolo. Pero la moda gay, el gay town, jodió todo ese comercio. Se fueron los chicos del tarifado patinar. Ahora hay puros gay que pasean a sus perros de marca. Es lindo mi barrio, con sus tienditas que duran un mes. Con la librería Metales Pesados donde veo a mi amigo Sergio Parra. Prefiero vivir aquí cerca del centro y de La Vega y nunca en el barrio alto con su estitiquez ordinaria. Aunque me tiene chato el bullicio neura de esta ciudad. El neoliberalismo la ha transformado en una ciudad caótica, enferma, paranoica.
Ya. Entonces no pasa nada con el pestañazo.
El último fue un colombiano taxi boy de la rúa, pero al pasar el rato me di cuenta de que no era colombiano. Era chiloco. Lo enfrenté y me reconoció que se hacía pasar por colombiano porque a sus clientes gay les gustaba que fuera extranjero. Era estrategia de mercado, ¿me entiendes?. Entonces yo le dije: “Tú eres como la nueva pillería”. Pero después, pensándolo mejor, encontré que la pillería es hermosa. Me tocó ir a un acto político y dije que la pillería no era la estafa o el fraude ni el lucro. Y mis amigos comunistas me miraban con disgusto. Entonces les dije: “¿Acaso ustedes no se creen pillos?” “Claro que somos pillos, compañero”, me dijo una señora, y todos nos reímos. La pillería es una estrategia social. Es una artimaña de la sobrevivencia popular. Es un saber de la calle, una metáfora del vivir cunetero.
Un domingo de junio en una pasarela peatonal de la autopista central a la altura de Vespucio Sur, Lemebel escribió y prendió fuego al silabario. “Mi letra ardiendo. mi letra molotov”, comentó después. (Fotografía: Pedro Marinello).
LOCA DE INTEMPERIE
Oye ¿Y todavía tienes amigos comunistas?
Niña. Siempre tendré amigos comunistas, porque sin haber militado nunca en el partido tengo ese color en el corazón. Llevo mi social popular en la sangre. Te iba a contar algo que me pasó con la Camila Vallejo. Me la encontré en el cementerio en el aniversario de la muerte de Gladys Marín. Y nos saludamos bien cariñosos, como siempre. Y me muestra su guagua. Y yo me acerco para hacerle cariño y se pone a llorar. “Uy, se asustó”, le dije a la Camila. Y ella me contesta bien seria: “Es que le dan susto los encapuchados”. Jajá. No sé si fue un chiste o era una alegoría a mis pañuelos palestinos que siempre me cubren mi laringectomía. Pero lo encontré muy divertido. Ella es rápida como una saeta roja. Y bella como una orquídea.
Tú has vivido y has escrito sobre Chile desde los años de la dictadura hasta ahora. ¿Piensas que las relaciones entre la gente van para mejor o para peor?
A veces se piensa que un escritor debe hacer futurología política y opinar de todo. Pero yo escribí sobre los atropellos de la dictadura por ética y por sensibilidad de estar presente en ese tiempo de horrores. La memoria es la historia. No creo en la reconciliación, querida, hay que reconocer que al lado tenemos a un torturador que envejece tranquilamente con una pensión que le paga el Estado.
Se habla de la rabia en tu escritura, pero poco del amor que también campea ahí.
Ahora tú le pones cueca, pero no le lleva cueca porque a mí no me gusta la cueca… ni cueca urbana, ni chora, ninguna cueca. Creo que es el baile más conservador y sin pasión que conozco. Mira, con las Yeguas aprendí a bailar cueca para hacer la performance en la Comisión de Derechos Humanos, descalzos y sobre vidrios. Pero eso fue todo y se me olvidó para siempre. Nunca más me gustó esa coreografía machista del huaso que corretea a la gallina. Una lata, pura misoginia coña y nacionalista.
¿Siempre te has sentido más del lado de las mujeres que de los hombres?
No sé si se trata de estar en un lado, pero mis amigas e interlocutoras culturales son mujeres, como la Carmen Berenguer, por ejemplo; o la Conti, mi asistente de sonido que viaja conmigo y me cuida la dieta. Yo antes vivía en Dardignac, en una casita bella en un pasaje. Era una casita sencilla y flacuchenta, llena de flores. La arrendé por varios años con la beca Guggenheim, porque mi mamá me dijo: “Arrienda algo con esa plata porque si no te lo vas a fumar y a tomar todo”. Y tenía razón. Y a esa casa llegaban todas mis amigas políticas, artistas, poetas, la Carmen Lazo, la Carmen Soria, la Paz Errázuriz, la Peggy Cordero, la Patricia Verdugo, la Gladys Marín y otras más. Lo pasábamos tan bien bailando y copeteándonos esos veranos…
Estas imágenes pertenecen al archivo de La fotógrafa Paz Errázuriz, que es amiga cercana de Lemebel y lo ha fotografiado desde sus primeras apariciones públicas. La primera foto es en la casa de Pedro, en el barrio Lastarria, en el verano pasado. La segunda foto la tomó en el Museo de Arte Contemporáneo en 2005.(Fotografía: Paz Errazuriz).
¿Y en tu sensibilidad de sientes más mujer que hombre?
Chuuuu. Baja tu nivel de locura. No te voy a contestar esa pregunta. No me siento ni hombre ni mujer. Un devenir cambiante, una sexualidad en fuga.
¿Eso lo cachaste muy chico?
Y dale. Siempre tuve la certeza de que yo venía torcido, que me salía de la fila, y eso me permitía mirar dónde estaba metido. Siempre fui visible, oye, de pequeña. Se me notaba desde un avión. Cómo iba a salir del clóset, si nunca tuve clóset en mi pobre rancha.
“Gay: esa palabrita siempre la encontré tan cursi y tonta. En mi población nadie entendía lo que era. Se dice loca, marica, mariquita, niña, coliza. Hay algunas palabras que los homosexuales usamos por cariño. Coliza es muy lindo. Hay otras que son construcciones homofóbicas, fleto, por ejemplo”.
Ya andabas a la intemperie, desde guagua.
Siempre fui pública y expuesta y dispuesta a los avatares de la vida. Loca de intemperie, lindo nombre. Siempre me salí de la fila y torcí el orden. Es también como reírse en la fila o reírse en la foto carné. La fila es un ordenamiento, un encadenamiento viril. Las mujeres hacen rondas. Son lindas las rondas, pero un poco fomes. Ni rondas ni filas, lo mío es un constante zigzagueo, un voluptuoso derivar. Y eso, aplicado también al pensarse. Uno empieza a conversar y no sabe de qué va a terminar hablando. Creo que eso es de locas o de mujeres. El recurso de la conversa es una excusa para establecer complicidades, hacer mapas personales, barriales, con la conversa, con la imaginación, con el cotorreo. Por eso me gustan las mujeres. Pero pregúntame algo, pues.
¿Cómo te llevas con el término gay?
Esa palabrita siempre la encontré tan cursi y tonta. En mi población nadie entendía lo que era. Se dice loca, marica, mariquita, niña, coliza. Hay algunas palabras que los homosexuales usamos por cariño. Coliza es muy lindo. Hay otras que son construcciones homofóbicas, fleto, por ejemplo. También maraco, que es muy violenta. “No te pego maraco porque tenís sida”, me dijo una vez el derechista Melero en el aeropuerto. Y yo le contesté: “Como si se pegara por el aire”. Pero me dio terror.
¿Eres coliza, entonces?
Depende de la hora y del clima. Colizona y maripozuela en primavera. Y ahora: buenas noches. Namasté. Mucha luz y amor del bueno.
Junto a Francisco Casas formó el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis, cuyas performances remecieron la escena artística y política de los ochenta y noventa.
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