Es parte de un grupo de abogados y sacerdotes preocupados de la situación:
Padre Montes levanta la voz por beneficios
Padre Montes levanta la voz por beneficios
"Una
sociedad tiene que saber castigar a los culpables, saber establecer la
verdad, pero no perder jamás la civilización", dice. Y agrega que "he
sido un fuerte, fuerte, fuerte opositor a los atropellos de los derechos
humanos. Personalmente, hasta expuse mi vida en defensa de esos
derechos".
Está consciente de que lo primero que dirán algunos es "¡Ah, este cura se dio vuelta la chaqueta!".
Por
eso, el sacerdote jesuita Fernando Montes, quien acaba de dejar la
rectoría de la Universidad Alberto Hurtado -la que fundó hace 18 años-,
se toma su tiempo y fundamenta con cuidado el paso que está dando con
esta entrevista.
La da en su casa, al
lado de la Universidad Alberto Hurtado, donde hace algunos años tuvo
domicilio el fallecido padre Renato Poblete. Antes vivió en la población
La Victoria, en la misma pieza donde recibió un disparo mortal el
sacerdote André Jarlan ("miraba el hoyito donde había entrado la bala").
Y hasta hace seis años lo hizo en la casa que los jesuitas tenían en
Departamental.
No quiere que quede ninguna duda acerca de sus motivaciones para levantar hoy la voz.
Con
esta acción aparentemente temeraria, pero profundamente meditada porque
la encuentra necesaria para la sociedad chilena, viene a confirmar algo
que le dijo la Presidenta Bachelet el jueves pasado, cuando se
encontraron en el acto oficial de cambio de mando en la universidad:
"Usted es como Sócrates, el tábano de Atenas, y yo le pido al padre
Montes que siga siendo así, porque hasta a mí me ha pegado picotazos".
El viernes se volvieron a encontrar; esta vez, en el Colegio de
Profesores. Y entonces Montes le contestó: "Ya me estoy armando. O sea,
sigo con la función del tábano".
Fuerte
armadura tendrá que llevar, ahora que se ha estado reuniendo con un
grupo de personas -algunas muy conocidas que por el momento no quieren
figurar-, porque quieren ayudar a los presos ancianos y enfermos de
Punta Peuco, el recinto donde están los condenados por violaciones a los
derechos humanos durante el régimen militar.
-¿Qué hace un sacerdote como usted en un lugar como el de ahora, donde sale a defender a los presos mayores de Punta Peuco?
-Como
sacerdote y seguidor de Jesús, primero con las víctimas que han sufrido
tanto, de las cuales hay que preocuparse particularmente, pero no puedo
despreocuparme de los victimarios. Porque, por malas cosas que hayan
hecho, siguen siendo personas humanas. Una sociedad tiene que saber
castigar a los culpables, saber establecer la verdad, pero no perder
jamás la civilización. Y si a mí me preocupan los derechos humanos,
tengo que tener una visión universal y tratar de que sea lo más justa y
equilibrada posible. Eso, en un contexto donde yo he sido claro y
preciso: he sido un fuerte, fuerte, fuerte opositor a los atropellos de
los derechos humanos. Personalmente, hasta expuse mi vida en defensa de
esos derechos. Sin embargo, si hay que castigarlos, debe hacerse de
manera civilizada.
"Un guardaespaldas de Allende me suplicó llorando que salvara a su familia"
Cuenta,
a modo de ejemplo de cómo expuso su vida, que fue procesado porque fue
duro en las frases que usó frente a Augusto Pinochet, y eso motivó un
juicio. Y sigue:
"También,
personalmente yo saqué gente del país, puse gente en embajadas
arriesgando mi vida, tuve escondido en mi propia pieza a uno de los
guardaespaldas de Allende que creyó que corría peligro su vida, y me lo
fueron a dejar sin decirme nada. Y me suplicó llorando que le salvara a
su familia. Y fui a sacar a su familia y la llevé al campo. Esto fue muy
inmediatamente después del golpe. Yendo de paso a la casa a sacar a esa
familia, vi que había mucha gente en el puente Bulnes; me bajé del auto
a mirar, y había cadáveres flotando en el río".
Lo deja muy claro: "Fue un tema que, de palabra y con actos, me llevó a oponerme radicalmente a lo que pasó". Y
continúa: "Yo muchas veces he dicho a partidarios del gobierno militar
que es posible que un número muy grande de chilenos apoyaran un
pronunciamiento militar, dadas las circunstancias que había el 11 de
septiembre de 1973. Pero de esos que lo apoyaron, la enorme mayoría
jamás pensó que Chile iba a llegar a lo que llegó".
-¿Y cuál era su posición en tiempos de la Unidad Popular?
-Bueno,
yo era un sacerdote que he tenido como norma escuchar a todos los lados
y conversar. Hoy tengo relaciones con gente de derecha y de izquierda,
porque me parece que por errada que esté una persona, tiene siempre algo
de verdad. Esa es una frase de Santo Tomás de Aquino. Y yo siempre soy
respetuoso y trato de entender cuál es ese lado de verdad que puede
tener. Yo no tenía participación política, quería un Chile pacífico, era
parte, como todo chileno, de la Guerra Fría. Yo no quería que Chile
quebrara su democracia y cayera en una dictadura, y por eso nunca pensé
que el Ejército chileno, reconocido por su profesionalismo, pudiera
llegar a lo que llegó. El Ejército chileno, a través de la Doctrina de
Seguridad Nacional, venía preparándose a un tipo de guerra que rechazo
con toda mi alma. La vida después me mostró otro aspecto. Cuando en mis
visitas a Punta Peuco me di cuenta de que los que habían sido hechores,
personas que habían cometido barbaridades, había muchos de ellos
reconocidos y estaban presos, me preocupó mucho. Para una persona que
sabe que Jesús se identifica también con los que están detenidos, me di
cuenta de que con esa gente nadie quería ensuciarse las manos: ni en el
Ejército, ni los políticos, ni la derecha, y, obviamente, los que habían
sido víctimas tenían una terrible razón para rechazarlos.
"Me han tocado casos absolutamente conmovedores" Cuenta que con los presos de Punta Peuco ha tenido experiencias que para él fueron terribles. "Entonces
dije: 'Yo, como sacerdote, sin que eso signifique aprobar lo que
hicieron, tengo que ser capaz de ser una instancia humana donde ellos
puedan hablar, y no puedo dejar de reconocer que ellos, por bárbaros que
hayan sido, tienen familia, tienen hijos'. Y eso me permitió contactar a
algunas familias que han sufrido como nadie. Para mí fue terrible
conversar largo con el "Guatón" (Osvaldo) Romo, agente torturador de la
Dina. Y pude comprobar los niveles trágicos de desorden personal, que
era fruto de toda una circunstancia, y que había sido usado. Ahí aprendí
que hay que tener un cuidado enorme para precisar quiénes son los
responsables e ideólogos mayores y quiénes son personas que en un
régimen enormemente jerárquico cumplen acciones que tal vez no hubieran
hecho en otras circunstancias".
Otra
historia que lo golpeó fue la del ex cabo de Carabineros Claudio Salazar
Fuentes, un chofer que intervino en el caso Degollados, que consta que
él no quería participar en el degollamiento de los profesores comunistas
Guerrero, Parada y Nattino, en 1985.
"Él
fue el primero que contó todo lo que había pasado y colaboró con la
justicia. Y me llamó la atención que ese hombre estuviera condenado a
prisión perpetua -aunque ciertamente merecía una condena- siendo que no
había sido ni instigador ni ideólogo, y más bien se había opuesto a lo
que lo obligaron a hacer. Este personaje, más tarde, hondamente
conmovido, me dijo: 'Yo pido perdón y le ruego que consiga que los
familiares me perdonen. Yo no quería hacer eso'. Entonces, como
sacerdote, no puedo dejar de escuchar un clamor de esa naturaleza. Que
quede claro: me opongo a todo lo que pasó, creo que debe haber un
castigo, debe hacerse verdad, pero la justicia tiene que ser
extremadamente cuidadosa para ver los niveles de responsabilidad y
culpabilidad en cada caso".
"En esta cárcel se aplica más mano dura con las libertades"
Cuenta que ha ido muchas veces a Punta Peuco, por un motivo de humanidad.
"No
quiero que eso se juzgue como que estoy yo perdonando, porque no me
corresponde a mí, sino a las víctimas. O que yo estoy haciendo juicios.
Estoy claramente diciendo que esas personas tienen también que ser
tratadas como seres humanos, que también tienen derechos. Y es en ese
contexto donde hay un dato fundamental: una sociedad y un juez que
castiga no pueden incurrir en acciones que se alejan de la civilización.
Si yo tengo en la cárcel a una persona que está con alzheimer, con una
enfermedad terminal, que ni siquiera sabe dónde está preso, es una
muestra de civilización tener en cuenta esa situación, porque en esa
misma cárcel jamás va a poder tener el trato humanitario básico que
requiere una persona que está con esos niveles de enfermedad terminal". Desde
Punta Peuco confirman que hay varios reclusos con alzheimer. Uno de
ellos es el ex prefecto de Investigaciones Nelson Valdés Cornejo, de 82
años, condenado por secuestros y torturas en Tejas Verdes. "Me ha tocado ver algunos casos absolutamente conmovedores, y eso no dice bien de la civilización de la civilización".
-La opinión pública tiene la idea de que en Punta Peuco están muy cómodos los presos. Usted que los ha ido a ver, ¿qué piensa?
-Probablemente
Punta Peuco tiene mejores condiciones, pero tampoco es un hotel cinco
estrellas. Tiene enormes controles y tiene incomodidades propias de una
cárcel. Por lo pronto, no se pueden mover, hay horarios rígidos, no
salen. Ahí no se aplica el régimen de beneficios y salidas que existe en
otras cárceles, lo cual es bastante duro. Así como muchos consideran
que en esa cárcel hay mejores condiciones de vida, es necesario
reconocer que en cuanto a beneficios se discrimina al revés; las
condiciones son más duras. En eso, tiene que ver la sociedad si se
justifica o no, pero que las cosas se digan en su verdad. Está hablando de las libertades condicionales, de las salidas provisorias un domingo, por ejemplo. "Ahí,
en general, se aplica mano más dura. Para un preso, a veces eso es más
grave que el tamaño de la celda. Por lo que he visto, no están ahí en
condiciones de holgura. Hay bastante hacinamiento, y están los tratos
ordinarios de la cárcel. Por cierto no se dan las condiciones en extremo
inhumanas que se ven en la Penitenciaría de Santiago, pero una cosa no
me hace quedarme callado frente a lo otro. Yo afirmo hasta la saciedad
mi rechazo al atropello de la dictadura, a que haya habido
desaparecidos, violaciones. Nada justifica eso. Pero una sociedad
correcta tiene que dar el correcto castigo. Y no es el juez el que
perdona. Y a veces el perdón no requiere necesariamente que se suprima
la pena. Y lo que sí digo con toda fuerza es que hay que ver las
situaciones caso a caso, revisar a quien ha cumplido la mitad de la
pena, y si se producen situaciones de enfermedad, de muerte de
parientes, es razonable que haya excepciones que muchas de ellas están
previstas por la ley y en Punta Peuco, pero eso es mucho más estricto
ahí que en otras cárceles".
-¿Y quiénes más participan en su grupo por representar estos derechos de los presos de Punta Peuco?
-Mire,
yo me he reunido, he conversado con gente, con abogados. Pero yo no
estoy en una campaña y no hay propiamente un grupo organizado. Somos
personas que hemos ido tomando conciencia de que, pasados ciertos años,
es muy importante preocuparse de estos hechos. Y
acota que "es muy razonable lo que piden los familiares de
desaparecidos y las víctimas, que quien tiene datos los entregue, porque
la incertidumbre hace difícil sanar las heridas"."Yo
pediría que tengamos la sabiduría que a quien entrega datos se le
reconozca de alguna manera su acción, para que haya una ventaja en
hacerlo; no para que quede libre de polvo y paja, pero por lo menos que
ese reconocimiento sea un aliciente para que otros también los puedan
entregar. Pero por sobre todo insisto en que no debería haber
ensañamiento cuando las situaciones de salud, de edad, de estado mental,
le van quitando a una persona todo el carácter de peligro y ya no tiene
ningún poder. Para hacer verdadera justicia, sin caer en cosas que
pueden denigrar al país".
''Me
di cuenta de que con esa gente nadie quería ensuciarse las manos: ni en
el Ejército ni los políticos ni la derecha, y, obviamente, los que
habían sido víctimas tenían una terrible razón para rechazarlos".
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06 Marzo, 2016
La memoria es el mecanismo que busca el hombre para vencer los peligros de la deshumanización, la memoria individual y colectiva le permite a las personas y a los pueblos modelar su futuro, sin memoria no es posible echar bases solidas para la reconstrucción de una sociedad que ha experimentado en su seno el exterminio.
En la edición de hoy domingo el diario El Mercurio entrevista al padre Fernando Montes, quien se refiere al perdón de los crímenes de la dictadura y alude a declaraciones mías. Señala que si perdono no miraré “más al pasado”. También alude a la ley del talión.
Ante estos dichos quisiera precisar lo siguiente:
1) El Perdón a crímenes atroces es un concepto de sociedad premoderna. Las sociedades modernas instauran, a partir de la Revolución Francesa el Estado de Derecho para que los crímenes sean juzgados por los tribunales.
2) Los crímenes de lesa humanidad son los que más repugnan a la conciencia civilizada de la humanidad, porque afectan LA CONDICIÓN HUMANA y ponen en peligro la paz mundial. Por esas razones la comunidad internacional ha declarado estos crímenes como Imprescriptibles, Inamnistiables y de Jurisdicción Universal.
3) Perseguir la Justicia por estos crímenes no es “quedarse en el pasado”, sino por el contrario: la Justicia es la fuente primera de la Memoria, y la Memoria en una sociedad traumatizada por prácticas genocidas en una herramienta liberadora, que permite construir un presente y un futuro moralmente decente.
Es la justicia la que permite que no se aplique “la ley del talión” que el padre Montes cita.
4) Nadie en Europa pretendería calificar a quienes persiguen los crímenes nazis como anclados en el pasado ni tampoco serían acusados de aplicar la “ley del talión”.
Hace un tiempo lo dije en la Bnai Brith, en un discurso de agradecimiento al premio Rene Cassin y hoy lo reafirmo: Podemos afirmar que no existe para la conciencia civilizada de la humanidad crímenes mas repugnantes que el genocidio y los crímenes de lesa humanidad, es decir los asesinatos masivos de personas, la tortura sistemática y las desapariciones forzadas de personas.
Precisamente a partir del descubrimiento horrorizado que hace la comunidad internacional de las atrocidades y perversiones del holocausto nazi, al liberarse campos como Auschwitz-Birkenau y Buchenwald, se asumió la necesidad de regular penalmente diversas conductas criminales, que a partir de entonces se conocen como crímenes contra la humanidad, consagrados por vez primera en el estatuto de Nuremberg y considerados como crímenes que ofenden no sólo a las personas que los padecieron, no sólo a los familiares de esas víctimas sino ofenden y agravia la conciencia de la humanidad y comprometen la paz y la seguridad mundial.
Por estas consideraciones y porque el genocidio y los crímenes de lesa humanidad atentan contra la condición humana como los definió el fiscal francés de Nuremberg, son crímenes imprescriptibles, inamnistiables y de jurisdicción universal.
En la década de los setenta estos crímenes atroces se cometieron en el cono sur de América Latina por las dictaduras que se impusieron en nuestros países.
Los ideólogos del terror en Chile, Argentina o Uruguay no fueron originales. El método de la desaparición forzada, el crimen mas global contra el ser humano se inspira en el decreto nazi de diciembre de 1941 “noche y niebla” que en una de su partes ordena “ que los prisioneros se desvanezcan en la noche y en la niebla sin dejar rastros…”
Han transcurridos muchos años de incansables esfuerzos en pos de la verdad y la justicia, y de la construcción de nuestra memoria colectiva.
Ha sido una travesía árida, difícil, llena de obstáculos al desafío de instalar como bienes jurídicos, políticos y sociales la verdad, la justicia y la memoria, valores que corresponden a anhelos y sentimientos profundos de la mayor parte de la sociedad chilena.
La revisión del pasado y la confrontación de la memoria en torno al hecho traumático del exterminio de un sector de la población ha sido siempre un proceso desgarrador y complejo pero necesario e imprescindible de enfrentar.
La memoria es el mecanismo que busca el hombre para vencer los peligros de la deshumanización, la memoria individual y colectiva le permite a las personas y a los pueblos modelar su futuro, sin memoria no es posible echar bases solidas para la reconstrucción de una sociedad que ha experimentado en su seno el exterminio.
Rescatar del silencio lo que fue persistentemente negado es un deber ético de justicia y reparación para con las víctimas, pero es también una responsabilidad con la sociedad chilena que se enfrenta hoy mas abiertamente con la posibilidad de mirarse y reconocerse en su historia.
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