En el nombre de mi hijo. La lucha del padre de Rodrigo Avilés
29 Noviembre, 2015
Félix Avilés (57) es una de las personas que más ha aparecido en la prensa este último mes, después de la Presidenta Bachelet y los ministros de Estado. La tragedia que desató la brutal agresión a su hijo, el 21 de mayo pasado por un carro lanzaaguas de Carabineros, cambió repentinamente el rumbo de su vida y el de su familia. Su historia y la de su hijo, están llenas de encuentros y desencuentros con su pasado. Aquí su testimonio de vida, que hoy lo tiene luchando contra un sistema que aún guarda en sus entrañas la impunidad. “Mi hijo no es un mártir. Lo que le pasó, es la consecuencia de una estructura criminal que aún nos arrebata la lucha histórica de Chile: el nunca más”, asegura.
A pocos minutos de que Rodrigo Avilés ingresara en estado grave al Hospital Van Buren de Valparaíso, tras ser abatido a menos de cinco metros por el chorro de un guanaco de Carabineros, Félix Avilés, su padre, recibe una llamada. Era Luna Rojas, militante de la Unión Nacional Estudiantil (UNE), una de las mejores amigas de su hijo.
Antes de contestar, le advierte instintivamente a su esposa Soledad y a sus dos hijas que lo acompañaban en el auto: “Quedó la cagá”.
– Luna, ¿dónde está Rodrigo?- le pregunta por teléfono sin siquiera saludarla.
“Félix, el Rodrigo está en el hospital. Yo estoy con él. Te llamo en un rato más para contarte”, le responde antes de cortarle.
Los planes de salir a almorzar en familia habían cambiado, se iban directo a Valparaíso. A los minutos, Luna vuelve a llamar. “Se me murió el Rodrigo”, fue lo primero que pensó. “Fue horroroso, la sensación más aterradora de mi vida”, recuerda.
-Suena inexplicable, pero siempre viví con la sensación de que a mi hijo le pasaría algo grave. Algo en mi alma lo sabía, a pesar de que la Sole me decía que eran aprehensiones, porque no era así con mis hijas. Se me fue el mundo abajo- recuerda Félix.
“Tío, véngase ahora”, le insiste Luna cortante. Toda la familia temió lo peor. A los minutos, el subdirector del hospital, David Gutiérrez, lo llama personalmente para explicarle la situación. Le explicó que Rodrigo estaba vivo, pero que su estado era muy grave. Durante 45 minutos al teléfono, le explicó su condición de salud e intentó calmarlo. “Mi hijo estaba con tu hijo en la marcha”, le desliza David. Más tarde, Félix se enteraría que también ellos se conocían desde la juventud. Ambos fueron dirigentes estudiantiles en la Universidad Católica y habían participado juntos en varios actos en contra de la Dictadura.
Una hora después, la familia Avilés ya estaba en el puerto rumbo al hospital. “Tenemos dispuesto un estacionamiento para ustedes, los estamos esperando”, le dice Gutiérrez antes de cortar. Para Félix, esa consideración solo tenía una lectura.
-Me quería tranquilizar porque sabía que mi hijo se iba a morir. Que no iba a aguantar las operaciones. Ellos querían que nos pudiéramos despedir- cuenta Félix.
La llegada de la familia de Rodrigo generó caos afuera del hospital. Ahí se encontraron con los amigos de su hijo, conversaron con médicos observadores de DD.HH y periodistas presentes en la marcha que tenían información. En menos de media hora y luego de ver fotografías -que hasta hoy en día no ha podido volver a mirar- Félix tenía claridad de lo que le había pasado a su hijo: un guanaco de Carabineros le había disparado el chorro directo a su cuerpo, dejándolo moribundo en el piso.
“Estaba destrozado, pero la impotencia y la rabia no me permitieron desmoronarme. Tenía que denunciar de la manera más clara posible. Le dije a Gutiérrez que yo no me movía más, que me iba del hospital con mi hijo vivo o muerto”, recuerda el padre de Rodrigo.
En ese momento, Félix Avilés, histórico MAPU y dirigente estudiantil de los 80, se reencontró con la indignación que lo movilizó a él, a su esposa y a sus amigos en dictadura. Las primeras declaraciones de Carabineros aseguraban que Rodrigo se había “tropezado solo”. “El crimen de mi hijo y la represión a los estudiantes no podía quedar impune, me daba igual si me criticaban por mi frontalidad, no iba a permitir que lo escondieran bajo la alfombra”. Se paró delante de las cámaras y empezó a hablar. Comenzaba su nueva lucha.
EL SEMINARISTA MAPU
Félix Avilés es, según sus propias palabras, “nacido, formado y deformado” en Santiago. Su infancia, junto a sus padres y su hermano, la vivió en la comuna de Lo Espejo, cuando todavía era un sector rural. Su madre, alessandrista de corazón, siempre fue conservadora, al igual que toda familia materna. La posición política de su padre, sin embargo, siempre le provocó dudas. “Lo vi celebrar muy contento el triunfo de Allende en 1970, sin embargo, nunca lo expresó frente a mi mamá. Nunca lo vi defender su punto de vista, perdió no más”, recuerda Félix.
Con su hermano, la historia no era muy distinta. Después del colegio entró a la Escuela Naval, donde logró el rango de Comandante de la Armada en plena dictadura. “Yo siempre me sentí como la oveja negra de la familia. Yo ya tenía vinculaciones con el PS y el MAPU, al mismo tiempo que él tenía conexiones con organizaciones de derecha”, recuerda.
Cuando Félix terminó sus estudios, tenía clara su posición política y su vocación: entró al Seminario de los Sagrados Corazones para ordenarse de cura.
-Yo tomé la vida religiosa muy en serio, era un mundo donde la vida en comunidad era muy fuerte, tenía gran compromiso social y un acercamiento de vivir la Iglesia con la gente que estaba sufriendo. La Iglesia del Cardenal Silva Enríquez es la que siempre admiraré y la que intenté inculcarles a mis hijos- explica.
Aparte de su vocación de servicio, desde los 14 años que Félix empezó a acercarse al Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU). Sin embargo, no fue hasta que entró a estudiar Teología a la Universidad Católica, que su compromiso político empezó a tomar un puesto importante en su vida. “Las misiones que hice trabajando mano a mano con pobladores en el sur, y luego en La Granja en Santiago, me despertaron el compromiso con mi organización. Ya no podía solo hacer trabajo social”, explica.
A principios de los 80, pidió permiso formal en su Congregación para militar en el MAPU, que operaba de manera clandestina. Los trámites llegaron hasta el Vaticano y logró su autorización, pero con el compromiso de ser cauteloso. A pesar de eso, Avilés ya era un personaje incómodo para la dictadura. “Me tenían fichado, me detuvieron varias veces sin ni siquiera saber por qué. Me pegaban y me devolvían a la casa”, recuerda.
Pero esas detenciones fueron solo el comienzo. Félix empezó a protagonizar actos que denunciaban la impunidad ante la violación de los derechos humanos y fue ganando cada vez más notoriedad, hasta transformarse en Secretario General y Jefe Político del MAPU en la Universidad Católica. Estaba fichado por las autoridades y también por Carabineros y la CNI. Lo detuvieron al menos cinco veces, en las que los golpes, humillaciones y amenazas de muerte empezaron a escalar, al punto que ni el Cardenal Silva Enríquez o la escasa presión de la época, lograban que lo soltaran.
En el año 83, entra en una profunda crisis vocacional, y se da cuenta que debe dejar el Seminario. “Sentí que como cura apuntaba solo a lo social y yo quería hacer más, quería poder estar en lo político también. No existían las condiciones mínimas dignas, teníamos que pelear por ellas aunque eso implicara dar la vida”, afirma. Félix sabía perfectamente que su salida del Seminario lo dejaba sin una red de protección. La situación se iba a poner más dura. A pesar de eso, se titula de Teología en la UC y más adelante, a finales de los 90, decide estudiar derecho vespertino en la Uniacc, titulándose el año 2001.
Un año después de su crisis vocacional y a propósito de una huelga de hambre que protagonizaría junto a Gastón Soublette en la UC, conoce a Soledad Bravo, una estudiante de periodismo con un compromiso igual al de él. Se pusieron a pololear inmediatamente. “Se transformó en mi compañera incondicional”, dice Félix. Pero a los meses, tras una manifestación en el Campus Oriente, Félix vuelve a caer preso. Pero esta vez sería distinto. Luego de varios días de interrogatorios que lo hicieron cuestionarse su relación con la muerte, lo mandaron relegado al interior del Alto Bíobío por 100 días. Soledad, que en ese tiempo hacía su práctica en la Vicaría de la Solidaridad, cubrió la historia y lo acompañó durante todo ese tiempo. Apenas volvieron a Santiago, en marzo del 85, se fueron a vivir juntos y decidieron irse a Linares para trabajar en una pastoral social con el sacerdote Carlos Camus, conocido opositor al régimen de Pinochet. Ahí fue donde nació Rodrigo Avilés.
NUEVA VIDA
La noche anterior a la marcha del 21 de mayo, Rodrigo Avilés y sus compañeros de la UNE, se reunieron a planear los últimos detalles de la movilización. Solo había pasado una semana de la marcha estudiantil que dejó dos manifestantes muertos en Valparaíso, Exequiel Borvarán y Diego Guzmán, una tragedia que les tocó de cerca y los tenía tensos. “Lo habíamos conversado juntos con el Rodrigo, en cómo las cosas no habían cambiado tanto, independiente que fueran otros los que mataban manifestantes”, recuerda Félix. Es por eso que Rodrigo ese día le planteó la realidad a sus compañeros: “¿Qué vamos a hacer cuando a uno de nosotros les pase esto?” Todos quedaron en silencio.
-Rodrigo tenía la inquietud sin saber que al otro día su vida pendería de un hilo. Ese miedo, esa reflexión, que yo siempre tuve con él y que también tuve con mi propia vida en dictadura, se materializó de golpe, como un ciclo maldito- reflexiona Avilés padre.
Durante las primeras semanas en que Rodrigo se debatía entre la vida y la muerte, su familia se alojó en el departamento de la familia de Daniel Gedda, nuevo presidente de la FEUC y amigo cercano del estudiante de Letras. Fueron semanas duras. “Primero luchamos por que no se muriera, luego porque despertara y de ahí que no quedara vegetal. Le agradezco a la vida que mi hijo esté vivo, pero también sé, que mucho de eso tiene que ver con que era Avilés. Yo generé lazos durante la dictadura y luego en los 90 que, en este país de mierda, significan salvarte la vida”, afirma Félix Avilés.
En su vida como activista y líder estudiantil, Félix Avilés hizo lazos con muchos dirigentes que más tarde se transformaron en figuras de la Concertación. Adriana Delpiano, Carolina Tohá, Claudio Orrego, Sergio Bitar, ex parlamentarios como Esteban Valenzuela y un montón de militantes de base determinantes para la conformación de partidos, son solo algunos de los amigos cercanos a la familia que vieron a Rodrigo Avilés crecer.
Además, cuenta Félix, apenas se restableció la democracia en Chile, firmó como uno de los fundadores del PPD –partido conformado por gran número de ex MAPU- lo que le permitió conocer de cerca gran cantidad de políticos que hoy son diputados y senadores. Su red es amplia y no tiene ningún tapujo en aceptarlo. “Mi generación que militó en dictadura es bien reducida. Nos conocíamos entre todos. El mundo dirigente se transformó en los partidos y ahí hay gente con la que tenemos profundo cariño. Pero eso mismo es lo que me duele. Es horrible pensar cómo esas coincidencias de la vida pudieron tener una influencia en que mi hijo esté vivo. Eso me provoca mucha bronca en como está construido el país”, cuenta Félix.
Aparte de sus conexiones con dirigentes estudiantiles de los 80, durante los 90 y también después del 2000, Félix Avilés trabajó en varias oportunidades en el mundo público. Fue jefe de gabinete de Sergio Bitar, trabajó para la subsecretaria de Economía y se hizo cargo de varios proyectos en los gobiernos de la Concertación. A pesar de eso, hoy es muy crítico con su rol y el de su generación.
-Nadie se preocupó de cambiar la cultura que las fuerzas policiales tenían en dictadura y que hoy siguen reproduciendo. Me da pesar no haber podido hacer nada más, aunque no haya tenido la plataforma pública para hacerlo en ese momento- relata Avilés.
Durante las semanas más complejas de la recuperación de Rodrigo, agradeció el apoyo de sus amigos, pero desde un ángulo distinto. Incluso, cuando tuvo la oportunidad de hablar con Michelle Bachelet, no dudó en decirle en cómo la generación a la que pertenecen, falló: “cuando hablé con ella le dije: nosotros pasamos horrores, arriesgamos la vida ¿Para qué tanta gente murió defendiendo este país si aún no sabemos si nuestros hijos vuelven a la casa? ¿Qué mierda pasó entre medio? No podemos seguir permitiendo esto, acá tenemos responsabilidades, hay que hacer algo de una vez por todas”.
EL NUEVO FRENTE
Hace dos semanas que Félix Avilés empezó a retomar su trabajo en su estudio de abogados. La increíble recuperación que Rodrigo ha tenido en los últimos seis meses, le ha permitido una autonomía que todos sus médicos tratantes veían imposible: puede caminar con normalidad, hablar, empezó a estudiar desde su casa y retomó sus investigaciones académicas desde hace unos meses. A pesar de que aún es muy pronto para proyectar las secuelas a largo plazo, de a poco ha ido recuperando su vida. El sábado antepasado celebró su cumpleaños 29 con 50 amigos en su casa. Las condiciones sin duda han cambiado. “No toma ni fuma y a las 11 de la noche ya está acostado, pero estaba profundamente feliz. Lo vieras como sonreía. Todos sus amigos estaban con él, regaloneándolo. Celebraban que está vivo”, cuenta Félix.
Pero el camino de recuperación no ha sido fácil. Desde que pasó la agresión, Félix se dedicó a Rodrigo completamente, acompañándolo a todas sus terapias de fonoaudiología, kinesiólogo, psicólogo y neuropsicólogo, que ocupan largas jornadas de su día. “Siempre le reitero que estamos juntos en esto y que vamos a salir juntos de la mejor manera”, cuenta Félix.
El pasado viernes 20 de diciembre, Félix y el movimiento estudiantil tuvieron su primera victoria. Lograron que la Corte de Apelaciones desaforara al diputado UDI, Gustavo Hasbún, por injurias y calumnias en contra de Rodrigo cuando estaba grave y los estudiantes que marcharon ese día en Valparaíso. El logro no es menor. Por primera vez un ciudadano logra desaforar a un parlamentario y enfrentarlo, como cualquier chileno, en la justicia ordinaria.
– El diputado Hasbún, resguardado, parapetado cobardemente detrás de la institución llamada fuero, decidió salir a enlodar la honorabilidad de Rodrigo y, a través de ello, maltratar a todo el movimiento estudiantil y criminalizarlo, señalando que Rodrigo estaba encapuchado, saqueando, que era un delincuente. Tendrá que dar cuenta ahora de sus palabras- afirma Félix.
La pelea que la familia de Rodrigo ha asumido desde su accidente, dialoga con sus antiguas banderas de lucha en dictadura. Félix Avilés está convencido de que el problema de Chile es estructural y que su hijo no debe transformarse en una víctima, si no en un motor para producir cambios: “Los tribunales militares solo provocan impunidad. No podemos meternos en los protocolos ni currículos de formación de Carabineros, lo que también provoca impunidad. Es el mismo problema que tenemos hace décadas y aún no logramos erradicar”, reflexiona.
Hoy, el padre de Rodrigo Avilés cree que no hay vuelta atrás. No le importa que la derecha lo critique de oportunismo político ni menos que inventen montajes, como el falso listado de detenidos desaparecidos que el fin de semana recorrió tuíter, donde aparecía su nombre. “Ya ni siquiera me da tanta bronca la UDI, creo que son más peligrosos los parlamentarios de la Nueva Mayoría, la izquierda que puede hacer cambios y se hace la sorda”, dice. Tampoco le molesta que lo critiquen por figurar en los medios, porque cree que es la forma de presionar para que las cosas cambien. Para Félix Avilés y su familia, la pena se ha vivido entre cuatro paredes.
-Yo tengo el alma partida y eso no se me pasará nunca. No puedo creer que esto le haya pasado a Rodrigo, parece una mala jugada del destino. Esto destruyó mucho, porque nadie sabe cómo avanzarán las cosas. Pero para eso Rodrigo me tiene a mí y a su familia. Lo que pasó debe ser un problema nacional y no personal. Hay que luchar por las familias que ya tuvieron que pasar por este martirio, por los estudiantes golpeados en las marchas y por nuestras futuras generaciones. Este capítulo oscuro de nuestra historia, tiene que cerrarse para siempre- afirma Félix Avilés.