Michel Onfray, filósofo y poeta: “A la foto del niño muerto en la playa se le ha dado un uso obsceno”
Martín Hopenhayn 10 Noviembre, 2015 Tags: filósofo, Hollande, Michel Onfray
Creador de una universidad gratuita sin exámenes ni requisitos de admisión, Michel Onfray parece la quintaesencia del intelectual de izquierda francés: muy ateo, muy polémico, muy culto. Sin embargo, ha sacado de quicio a la izquierda francesa con su posición frente a la crisis de los inmigrantes. Lo acusan de hacerle el juego a la ultraderecha, y él no se queda corto devolviendo los golpes. Conversamos con él sobre los puntos sensibles de ese debate y sobre el tema central, quizás, de su filosofía: la relación entre pensarse a sí mismo y transformar el mundo.
Pensador original, plagado de intuiciones, sumergido en la contingencia y a la vez anclado en las más antiguas tradiciones intelectuales, Michel Onfray tiene a su haber cerca de medio centenar de libros publicados sin ser todavía sexagenario. Su filosofía, podríamos decir, ha sido la apuesta por poner en acción una ética y una estética. Una ética no moralista, atea, con vocación de izquierda libertaria y que a la vez simpatiza con cínicos y epicúreos en esto de poner la filosofía al servicio de la buena vida, del cultivo de uno mismo y de la conquista de la felicidad. Y una estética que no sólo plasma en su escritura como filósofo y poeta, sino también en la puesta en práctica de un ideal de vida: asumir el desafío de esculpirse a sí mismo. A Puerto de Ideas llegará con un nuevo libro a cuestas que, bajo el etéreo título de “Cosmos”, sienta las bases de una filosofía pagana que pretende volver a vincular la sabiduría con la naturaleza, y remitirnos, como seres humanos, a nuestra humilde pertenencia a este cosmos que nos excede por todas partes.
Sin embargo en su país, como en Europa, Onfray ha hecho noticia por otra razón: se transformó en el protagonista de una airada controversia al cuestionar las medidas del gobierno francés en ayuda de los inmigrantes que hoy llegan en masa a las costas europeas. Considera injustificable –y muy poco igualitario– que la sociedad francesa, de un día para otro y por una reacción emocional, movilice para los refugiados los recursos que niega hace tiempo a los grupos excluidos dentro sus propias fronteras. “Se criminaliza el más mínimo cuestionamiento sobre los migrantes”, declaró además en una entrevista a Le Figaro, hace poco más de un mes. Le respondió Laurent Joffrin, director del diario Libération (emblema de la izquierda francesa), quien en un indignado y extenso artículo acusó a Onfray de hacerle el juego a la derecha nacionalista de Marine Le Pen.
–¿Cómo interpreta los argumentos de Joffrin en su contra? ¿Cree estarle haciendo algún favor involuntario a la derecha nacionalista?
–Joffrin y el diario Libération presumen de las virtudes del liberalismo y apoyan a la izquierda liberal del Partido Socialista de Hollande; pero lo hacen aceptando los millones de euros que el Estado les provee para mantenerse, dinero que sale de nuestros impuestos. En cuanto a su pregunta, la estrategia de ellos consiste en hacer reelegir a Hollande. No tienen, pues, más que una sola solución: que Marine Le Pen esté en la segunda vuelta de las presidenciales. Así ellos deciden cómo se ordena el debate: de un lado el socialismo liberal, y del otro, la derecha nacional transformada en fascista, peligrosa para la República. Quien no apoya a esta izquierda derechizada, muy cercana a lo que fue la derecha de Giscard d’Estaing en los años 70, queda en el campo del enemigo. Y toda pregunta a esa izquierda, incluso si no plantea una respuesta, ya queda catalogada como de derecha. El imperativo para ellos no es pensar, sino consentir. Joffrain y Libération, junto a la prensa ad hoc, participan, para muchos, del hecho de que Marine Le Pen tenga semejante nivel de intención de voto en Francia.
–No obstante, el problema de la inmigración está allí. ¿Cómo plantearía el debate, si no es desde la solidaridad urgente, ante la tragedia de los millones de inmigrantes que llegan a pie desde Turquía o arriesgando sus vidas en los botes a través del Mediterráneo?
–Bueno, usted sabe que al filósofo le corresponde remontarse de los efectos a las causas. Y este flujo masivo de inmigrantes se explica por el hecho de que la política occidental ha desorganizado, mediante la guerra, a los países de los cuales migran. Es fácil, tal como lo hacen los liberales franceses de derecha y de izquierda, decretar guerras, devastar países, bombardear poblaciones civiles, y luego exigir a los más humildes de su propio país que ayuden a costear los efectos de esas políticas. Hay que partir por secar esta fuente desde donde mana la desgracia posterior. ¿Qué implica esto? Dejar de tener relaciones de guerra con estos países. Pasar a una política de alto al fuego ante a los países musulmanes y ante el Estado Islámico, una declaración de neutralidad en la materia. Nuestros bombardeos se presentan en el marco de la lucha contra el terrorismo, y son los que crean el terrorismo.
–Pero más allá de las causas, ¿ve usted una contradicción entre la solidaridad con los inmigrantes y las políticas de justicia social “puertas adentro”?
–Todos sabemos que los presupuestos públicos no pueden extenderse indefinidamente. En un país ocurre lo mismo que en una familia: no hay más recursos monetarios que los disponibles. Es cuestión de sentido común. Los propios gobiernos, tanto de izquierda como de derecha, han venido invocando esta escasez de recursos como un impedimento para invertir en mejorar las condiciones de vida de los sectores más pobres. Pero vea usted el doble estándar, porque sí se movilizan recursos de emergencia para otros grupos afligidos, con lo que uno es llevado a creer legítimamente que estos gobiernos imponen una suerte de dictadura a su pueblo. Y esta evidencia constituye una humillación que alimenta las cóleras propias de los fascismos de todo tipo. Entonces debemos ayudar a los inmigrantes, sí, pero repartiendo los costos con todos quienes han desencadenado las guerras que motivan dichas migraciones: desde los Estados Unidos a Arabia Saudita, que apoyó a Estados Unidos contra Irak…
–Su planteo en defensa del pueblo francés, entonces, pretende reivindicar la pugna redistributiva…
–Es necesario redistribuir. Este es mi credo en tanto soy de izquierda. Esto implica que no se puede darle mucho a algunos y nada a otros, ni se puede privilegiar una miseria frente a otra.
–¿Pero no considera válido elegir, en ciertas coyunturas, visibilizar más la tragedia de quienes llegan huyendo del horror versus el drama más cotidiano de los grupos excluidos dentro del propio país?
–¿Mediante la foto de un niño muerto en una playa? Me repugna esta figura del rehén emocional. Yo creo en la filosofía basada en la razón, el debate, la información veraz. No en el recurso a la lágrima. La política que gira en torno a esta foto es obscena. Es obscena la foto y el uso que se hace de ella.
–Leí que lo criticaban por dudar de la veracidad de la foto. ¿Realmente la pone en duda?
–Yo no dudo de esta fotografía. Planteo, siempre desde una lógica de la sensatez, que una foto se presta a manipulación. Y los periodistas, que son a su vez especialistas en manipular, quieren hacerme decir aquello que yo no he dicho: que dije “manipulada”, cuando dije “manipulable”… La falta de cultura entre los periodistas es impactante. No cuenten conmigo para validar sus métodos.
–Además de la emergencia humanitaria reciente, la inmigración ha planteado en Francia tensiones culturales bastante serias. ¿Cuál es su posición, por ejemplo, cuando el republicanismo laico entra en conflicto con la libertad de culto?
–El culto nunca es un progreso, pues siempre supone un Dios que en ningún caso es amigo del progreso. Mi ateísmo no es selectivo, es ateísmo por igual frente a todas las religiones. En Francia, si uno ve lo que ocurre en los medios y en el espacio público, se encuentra con un ateísmo selectivo que agrede con entusiasmo a los más débiles, a los cristianos. Pero se autocensura esa misma violencia a la hora de criticar a los musulmanes y judíos, mejor organizados para quejarse de islamofobia o antisemitismo… ¡eso disuade el ejercicio crítico de la razón! Es decir, en mi país podemos burlarnos de un cristiano, insultar al Cristo que sea bajo pretexto de una acción cultural vanguardista, y salpicarlo de orina y excremento, y difundir ilustraciones del Papa sodomizando a un niño. Para ello invocamos la libertad de expresión. Pero no invocaríamos esa libertad para impugnar de la misma manera a las otras dos religiones monoteístas. Mi ateísmo, en cambio, no es selectivo.
–Y así como no cree en Dios, da la impresión de que tampoco cree mucho en la blasfemia.
–Digamos que creo más en el análisis racional que en el insulto, en la discusión más que en la blasfemia, en el intercambio de opiniones más que en el sarcasmo, en el debate más que en la mofa. Por eso prefiero leer a Spinoza antes que leer cualquier periódico del día.
LA UNIVERSIDAD POPULAR
–Tras 20 años en la academia, usted se retiró de ella para fundar en Caen una Universidad Popular inspirada en el Jardín de Epicuro: gratuita, sin requisitos de ingreso ni lecturas obligatorias ni evaluaciones. ¿A qué aspira con este proyecto?
–La Universidad Popular busca contribuir a la formación del ciudadano. Vivimos un mundo en que la escuela ya no educa y donde las opiniones se fabrican en la mermelada de cráneo mediático. En otros tiempos se construía al ciudadano; hoy se produce al consumidor. Ayer, el docente era una figura reconocida y respetada; hoy nos convoca el periodista en la tele.
–¿Por qué la escuela ya no educa?
–Porque la escuela, así como la televisión y el sistema mediático retransmitido por Internet, están en manos del capital, que requiere de pequeños soldados imbéciles. Individuos convencidos de lo que enseña esta enorme máquina.
–Ante semejante diagnóstico, ¿tiene expectativas de que su universidad pueda ser un modelo replicable a gran escala? ¿O la suya es una actitud de resistencia?
–En la medida que somos voluntarios y trabajamos sin remuneración, la Universidad Popular (UP) es cosa de militantes. El voluntariado es la prueba de buena fe de quien participa en esta Universidad: nadie aporta tanto de su propio tiempo si no cree, primero, en el proyecto. La UP no permite a quienes enseñan allí hacerse una carrera personal: exige tiempo, trabajo, disponibilidad, fraternidad. Quienes se arriman a ella queriendo sacar provecho más que ponerse a su servicio, no duran mucho. Por lo mismo, se trata de un modelo de resistencia que jamás podría convertirse en una máquina institucional.
–Como modelo de resistencia, ¿ha sido también un intento por conjugar su filosofía con la forma de enseñarla? ¿Cuáles han sido los resultados?
–No, no impongo nada ni promuevo mi filosofía en la enseñanza de la UP. El equipo es heterogéneo. Vea usted: yo he escrito contra el psicoanálisis freudiano, y sin embargo le he solicitado a una amiga psicoanalista freudiana que enseñe aquello que critico. Siendo un antiliberal, le he pedido a un amigo liberal que enseñe en la UP. Y siendo ateo, he propuesto a un creyente, que enseña en el seminario, para que imparta cursos en la UP. Es un lugar de debate, no de adoctrinamiento. En cuanto a los resultados, ¿cómo medirlos? No hay manera. Las revoluciones espirituales inducidas no encajan en un cuestionario de encuestador o de sociólogo.
EL YO, EL MUNDO, EL COSMOS
–Tal como hay un Onfray filósofo que conocemos en traducciones al español, hay un Onfray poeta menos traducido. ¿Es usted un filósofo que busca convertirse en poeta?
–Bueno, la verdad es que llegué tardíamente a la poesía, primero escribiendo textos poéticos para ser teatralizados, a pedido de un amigo que dirigía el Teatro de la Comedia de Caen, y luego para ser musicalizados, a pedido de amigos compositores. Solo más tarde me atreví a publicar libros de poesía como tales. Primero fue Un requiem athée (“Un réquiem ateo”), escrito luego de la muerte de mi pareja, después Bestiaire nietzschéen (“Bestiario nietzscheano”) y por último dos libros de haikús, Après le silence (“Después del silencio”) y Les petits serpents (“Las pequeñas serpientes”). Lo que le puedo decir es que me siento más “legítimamente” filósofo que poeta, pero creo ser más y mejor poeta que filósofo. Más aún, me atrevería a decir que se requiere mucha filosofía para salir de la filosofía y conquistar algo de la sabiduría que nutre el poema.
–Como filósofo también se ha movido en un filo doble: entre el cultivo individual de la interioridad y el compromiso social con el mundo exterior. ¿Estas dos vocaciones se complementan o viven en conflicto?
–Descartes afirmaba que había que elegir entre transformarse a sí mismo o cambiar el orden del mundo. Yo creo lo contrario: no podemos disociar la intimidad del filósofo de su compromiso público con el mundo. Son como el anverso y el reverso de la misma medalla. Si uno carece de una interioridad fuerte, no tiene la columna vertebral que se necesita para las batallas de la vida en el mundo. Sin esa vida interior, ¿cómo enfrentar los tormentos que se presentan no bien abandonas tu oficina para ejercer el pensamiento en el ágora o en la plaza pública? Se trabaja para fortalecerse a sí mismo, y desde allí volcarse al mundo.
–Pero ha sido un gesto muy propio de la modernidad, en la filosofía y sobre todo en el arte, refugiarse en el interior para preservar una vocación creativa o una identidad propia frente a una sociedad mercantilizada.
–Sí, aunque el arte es hijo de su época pero también produce esa misma época. En el nihilismo actual, el arte es nihilista, del mismo modo en que cuando esta misma civilización tenía una impronta conquistadora, su arte también la tenía; pensemos en el incalculable número de abadías cistercienses edificadas solamente en el siglo XII, al servicio de la propagación de una visión de mundo. Hoy, por cierto, el arte oficial se ha convertido en mercancía pura. Y la forma de escapar de ello, la manera de hacerse irrecuperable para la lógica de la mercancía que se impone desde afuera, es el arte de sí mismo, el sublime arte de autoesculpirse.
–Entonces volvemos a la interioridad. A final de cuentas, ¿puede pensarse en un jardín de Epicuro a escala social ampliada, o la “vida feliz” está confinada a la vida interior y al entorno inmediato?
–Es necesario, en primera instancia, querer esta vida feliz en torno a uno mismo para luego encarar su capilaridad más extendida. Mientras te aboques a transformarte a ti mismo contribuyes a transformar el mundo, siempre que uno se transforme a sí mismo de verdad y no sea solo jugar a transformarse. Digo esto porque, bueno, sabemos que la impostura también existe en filosofía. Tanto dentro de ella como en otros ámbitos pululan los encantadores de serpientes.
–Su último libro, Cosmos, vuelve al mundo exterior aunque en un sentido más amplio: propone una filosofía pagana centrada en la naturaleza. ¿Adhiere de algún modo a la ecología profunda, de retorno a la experiencia de fusión con la naturaleza?
–El problema con la ecología es que, siendo ética, sufre de ser política. Yo no espero mucho de un ecologista que sea candidato al senado o ministro, sino de aquel que vive como ecologista; vale decir, que lleva una vida cotidiana de consumo decreciente y que se prohíbe a sí mismo toda huella de carbono que denuncia públicamente. Mi ecología es una ecosofía, una sabiduría de sí mismo en el cosmos, más que un discurso new age desempolvado de buenos sentimientos sobre la naturaleza que debe amarse y respetarse con el argumento de que si no… ¡ella se vengará! Me inscribo en la lógica menos monoteísta posible y la más pagana que podamos encontrar: somos fragmentos de un cosmos en que la libertad se reduce a casi nada.
–Esta lógica pagana, ¿va de la mano con su ateísmo o coquetea con algún atisbo de trascendencia?
–El ateo que soy niega la existencia de toda trascendencia. Para mí el cosmos es pura inmanencia o, dicho de otro modo, solo hay un mundo y es material. El creyente postula un otro mundo que le da sentido a este en que vivimos. Yo estoy creo en este mundo y en ningún otro. ¿No le parece que ya con este tenemos bastante?
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