domingo, 3 de enero de 2016

Los diostores: La profesión que perdió la capacidad de ver al prójimo.






Los Diostores. Amanda Céspedes 

Las  2  de la madrugada en el box del servicio de urgencias de una clínica privada de Santiago. La chica, que no habla español, se ve asustada pero la reconforta la presencia del novio y de la futura suegra. Se ha apretado los dedos de una mano en un portón eléctrico; estos están cada vez más edematosos y al dolor físico se suma el miedo natural de una joven europea que es pianista además de abogado. Entra con actitud majestuosa un médico de pulcra bata blanca. No saluda. Le pregunta qué le ocurre. Hablan en inglés. Observa la mano de la joven pero sin cogerla y por ende sin examinarla. Ordena una radiografía. Una hora después reaparece. Le dice parcamente que no hay fractura, escribe un receta de antiinflamatorio, le indica  el procedimiento de pago ( US$ 200) y la cita a control. La joven le dice “me voy mañana a Alemania”. Entonces se controla allá. Buenas noches”  es su respuesta mientras  sale tan majestuosamente como ingresó.  No hay un saludo. El novio y la casi suegra han jugado el papel e invisibles e incómodos fantasmas.

Una médico jubilada sufre una caída de altura. Politraumatizada llega a una clínica, servicio de urgencias. Es atendida por tres médicos. Acumula órdenes de radiografías y orden de hospitalización, pero hasta ese momento ninguno de los tres médicos la ha examinado.Se limitan a escribir, a ordenar exámenes. A derivar. Caminan majestuosamente.

Francisco Occhiuzzi, médico y cirujano hospitalario en Córdoba,  se refiere a la nueva generación de médicos  como “enfermos de broncemia” :  prisioneros del deseo de contar con una efigie de bronce que les inmortalice porque se  ven a sí mismos como infalibles y de elevada importancia. Afirma Occhiuzzi que  cuando el bronce que circula por  la sangre de estos médicos alcanza el cerebro, ya no ven ni escuchan; el bronce les impide caminar ágilmente y con premura, se desplazan majestuosamente. Nada es urgente ni valioso, excepto su tiempo.

Por ese motivo  no pierden tiempo examinando: escriben veloces en sus laptops llenando fichas electrónicas intentando no superar los 6 minutos de atención al paciente. En esos 6 minutos alcanzan a  escribir una larga lista de exámenes. Un gastroenterólogo broncémico me solicitó hace un tiempo diez exámenes gastrointestinales, pero no me preguntó si toleraba bien la leche de vaca. Ese era mi problema. Tuve que insinuarlo yo, resistiendo su mirada airada. De nada sirvió aclararle que yo también era médico.

“Los médicos enfermos de broncemia pierden la capacidad de sonreír”, afirma Francisco Occhiuzzi. Pienso que allí radica la gravedad de su mal, por cuanto la mirada y la sonrisa  son los más valiosos recursos con los que cuenta el ser humano  a la hora de ejercer su humanidad,  llamada vínculo profundo con el otro.

Hace unos días  me siguió una perrita callejera y se instaló a las afueras de mi puerta.Acongojada, le pregunté a mi hermana qué podía hacer ( ya tengo 6 perros, la mitad recogidos). Me respondió “¿la miraste a los ojos? ” Frente a mi respuesta afirmativa, comentó “ entonces, nada que hacer… ya hay un vínculo profundo entre ambas.” Recordé a los doctores broncémicos que  he conocido en este tiempo: todos ellos  sólo miraron su laptop. Allí radica  su vínculo más profundo.

Estudié antes que la broncemia fuera endémica y transformara a los doctores  en diostores. Estudié, gratuitamente, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile; el que yo perteneciera a la Liga de Estudiantes Pobres de Santiago no fue motivo para que mis profesores me miraran desde lo alto de su ego, porque carecían de él. Eran modestos además de  sabios, lo que en esos tiempos se reconocía como “eminencias”.

Desde  el primer año nos enseñaron que el secreto de ser un buen médico residía en el respeto por el paciente y que ningún examen, por sofisticado que fuese, podía preceder o remplazar al acucioso examen físico, que incluía toda la anatomía del enfermo, incluyendo el cabello y las uñas. Un examen que debía  ser  respetuoso de la intimidad del paciente, lo cual  se  ejercía  a través de un trato gentil e incluso lleno de ternura frente a su fragilidad de enfermo. Leíamos a Pedro Laín Entralgo para imbuirnos de su mirada humanista, cristiana y al mismo tiempo profundamente científica. El Cuerpo Humano, Cuerpo y Alma , ¿Qué es el Hombre? eran nuestra inspiración al momento de acercarnos al paciente,  que complementábamos con Ortega Y Gasset.

Conocimos la  psiquiatría humanista del Profesor Dr. Mario Vidal, de la Dra. Ivette Claudet, quienes valoraban mucho más  el que nos acercáramos a las  más sólidas fuentes de la cultura humanista  para comprender  al enfermo que ser expertos en  las clasificaciones  estadísticas del DSM. Occhiuzzi  tiene un antídoto contra la broncemia y su fatal resultado, un diostor.  Afirma que es urgente intentar que en ellos florezca la voluntad de servicio. Y que  golpeen antes de entrar en la habitación de un enfermo, que se despidan al marcharse  y que lo miren a los ojos. La mirada es  una ventana al alma. Cuando las miradas se cruzan nace el compromiso real, verdadero y único: el compromiso con el otro  desde la más profunda humanidad , que es el amor.

Escribo este artículo después de escuchar que  es imposible ingresar a la carrera de medicina en las universidades de Chile y Católica a menos que  el joven  tenga  más de 820 puntos en la PSU. Pero ¿qué reflejan esos 820 puntos? Nada dicen de la humanidad de ese  postulante. Apenas reflejan un poderoso intelecto lógico y conceptual. En cuanto a esas habilidades mal llamadas “ blandas”,  tras las cuales  podemos descubrir la vocación de servicio y el espíritu humanitario,  no hay  ninguna  sofisticada prueba de selección  universitaria que las garantice. En consecuencia, será tarea de  la docencia de pregrado en la carrera de medicina  el  insuflar esas virtudes. Pienso que  ello está sucediendo, porque  conozco  muchos médicos jóvenes  con una espléndida vocación de servicio.

Y entonces  me pregunto ¿estarán todos ellos convenientemente vacunados contra la grave broncemia, que  se estima comienza alrededor de los 35 años de edad en el médico?

Quiero ser optimista,  porque hasta la fecha no ha habido ministro de Salud que sea además mago. Y es en la recuperación de la humanidad de esta profesión donde  se inicia todo cambio en la situación de salud de este país. Un real acto de magia en los tiempos que corren.

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