De aquel hombre me acuerdo y
no han pasado
sino dos siglos desde que lo
vi,
no anduvo ni a caballo ni en
carroza:
a puro pie
deshizo
las distancias
y no llevaba espada ni
armadura,
sino redes al hombro,
hacha o martillo o pala,
nunca apaleó a ninguno de su
especie:
su hazaña fue contra el agua o
la tierra,
contra el trigo para que
hubiera pan,
contra el árbol gigante para
que diera leña,
contra los muros para abrir
las puertas,
contra la arena construyendo
muros
y contra el mar para hacerlo
parir.
Lo conocí y aún no se me
borra.
Cayeron en pedazos las
carrozas,
la guerra destruyó puertas y
muros,
la ciudad fue un puñado de
cenizas,
se hicieron polvo todos los
vestidos,
y él para mí subsiste,
sobrevive en la arena,
cuando antes parecía
todo imborrable menos él.
En el ir y venir de las
familias
a veces fue mi padre o mi
pariente
o apenas si era él o si no era
tal vez aquel que no volvió a
su casa
porque el agua o la tierra lo
tragaron
o lo mató una máquina o un
árbol
o fue aquel enlutado
carpintero
que iba detrás del ataúd, sin
lágrimas,
alguien en fin que no tenía
nombre,
que se llamaba metal o madera,
y a quien miraron otros desde
arriba
sin ver la hormiga
sino el hormiguero
y que cuando sus pies no se
movían,
porque el pobre cansado había
muerto,
no vieron nunca que no lo
veían:
había ya otros pies en donde
estuvo.
Los otros pies eran él mismo,
también las otras manos,
el hombre sucedía:
cuando ya parecía transcurrido
era el mismo de nuevo,
allí estaba otra vez cavando
tierra,
cortando tela, pero sin
camisa,
allí estaba y no estaba, como
entonces,
se había ido y estaba de
nuevo,
y como nunca tuvo cementerio,
ni tumba, ni su nombre fue
grabado
sobre la piedra que cortó
sudando,
nunca sabía nadie que llegaba
y nadie supo cuando se moría,
así es que sólo cuando el
pobre pudo
resucitó OTRA VEZ sin ser
notado.
Era el hombre sin duda, sin
herencia,
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguía entre los
otros,
los otros que eran él,
desde arriba era gris como el
subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era negro debajo de la mina,
era color de piedra en el
castillo,
en el barco pesquero era color
de atún
y color de caballo en la
pradera:
cómo podía nadie distinguirlo
si era el inseparable, el
elemento,
tierra, carbón o mar vestido
de hombre?
Donde vivió crecía
cuanto el hombre tocaba:
la piedra hostil
quebrada
por sus manos,
se convertía en orden
y una a una formaron
la recta claridad del
edificio,
hizo el pan con sus manos,
movilizó los trenes,
se poblaron de pueblos las
distancias,
otros hombres crecieron,
llegaron las abejas,
y porque el hombre crea y
multiplica
la primavera caminó al mercado
entre panaderías y palomas.
El padre de los panes fue
olvidado,
él que cortó y anduvo,
machacando
y abriendo surcos, acarreando
arena,
cuando todo existió ya no
existía,
él daba su existencia, eso era
todo.
Salió a otra PARTE a trabajar,
y luego
se fue a morir rodando
como piedra del río:
aguas abajo lo llevó la
muerte.
Yo, que lo conocí, lo vi
bajando
hasta no ser sino lo que
dejaba:
calles que apenas pudo
conocer,
casas que nunca y nunca
habitaría.
Y vuelvo a verlo, y cada día
espero.
Lo veo en su ataúd y
resurrecto .
Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que así no vamos a ninguna
PARTE,
que suceder así no tiene
gloria.
Yo creo que en el trono debe
estar
este hombre, bien calzado y
coronado.
Creo que los que hicieron
tantas cosas
deben ser dueños de todas las
cosas.
Y los que hacen el pan deben
comer!
Y deben tener luz los de la
mina!
Basta ya de encadenados
grises!
Basta de pálidos
desaparecidos!
Ni un hombre más que pase sin
que reine.
Ni una sola mujer sin su
diadema.
Para todas las manos guantes
de oro.
Frutas del sol a todos lo
oscuros!
Yo conocí a aquel hombre y
cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la
cara,
cuando ya tuve la voz en la
boca
lo busqué entre las tumbas, y
le dije
apretándole un brazo que aún
no era polvo:
"Todos se irán, tú
quedarás viviente.
Tú encendiste la vida
Tú hiciste lo que es
tuyo".
Por eso nadie se moleste
cuando
parece que estoy solo y no
estoy solo,
no estoy con nadie y hablo
para todos:
Alguien me está escuchando y
no lo saben
pero aquellos que canto y que
lo saben
siguen naciendo y llenarán el
mundo.
ODA
A UN MILLONARIO MUERTO
Conocí a un millonario.
Era estanciero, rey
de llanuras grises
en donde se perdían
los caballos.
Paseábamos su casa,
sus jardines,
la piscina con una torre
blanca
y aguas
como para bañar a una ciudad.
Se sacó los zapatos,
metió los pies
con cierta
severidad sombría
en la piscina verde.
No sé por qué
una a una
fue descartando
todas sus mujeres.
Ellas
bailaban en Europa
o atravesaban rápidas la nieve
en trineo, en Alaska.
S. me contó cómo
cuando niño
vendía diarios
y robaba panes.
Ahora sus periódicos
asaltaban las calles
temblorosas,
golpeaban a la gente con
noticias
y decían con énfasis
sólo sus opiniones.
Tenía bancos, naves,
pecados y tristezas.
A veces con papel,
pluma, memoria,
se hundía en su DINERO,
contaba,
sumando, dividiendo,
multiplicando cosas,
hasta que se dormía.
Me parece
que el hombre nunca
pudo SALIR de su riqueza
—lo impregnaba,
le daba
aire, color abstracto—,
y él se veía
adentro
como un molusco ciego
rodeado
de un muro impenetrable.
A veces, en sus ojos,
vi un fuego
frío, lejos,
algo desesperado que moría.
Nunca supe si fuimos enemigos.
Murió una noche
cerca de Tucumán.
En la catástrofe
ardió su poderoso Rolls
como cerca del río
el catafalco
de una
religión oscura.
Yo sé
que todos
los muertos son iguales,
pero no sé, no sé,
pienso
que aquel
hombre, a su modo, con la
muerte
dejó de ser un pobre
prisionero.
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