jueves, 11 de diciembre de 2014

Poemas de Pablo Neruda. Pinturas de Claudio Castillo

LA MUERTE

He renacido muchas veces, desde el fondo
de estrellas derrotadas, reconstruyendo el hilo
de las eternidades que poblé con mis manos,
y ahora voy a morir, sin nada más, con tierra
sobre mi cuerpo, destinado a ser tierra.

No compré una parcela del cielo que vendían
los sacerdotes, ni acepté tinieblas
que el metafísico manufacturaba
para despreocupados poderosos.

Quiero estar en la muerte con los pobres
que no tuvieron tiempo de estudiarla,
mientras los apaleaban los que tienen
el cielo dividido y arreglado.

Tengo lista mi muerte, como un traje
que me espera, del color que amo,
de la extensión que busqué inútilmente,
de la profundidad que necesito.

Cuando el amor gastó su materia evidente
y la lucha desgrana sus martillos
en otras manos de agregada fuerza,
viene a borrar la muerte las señales
que fueron construyendo tus fronteras.

Pablo Neruda. Claudio Castillo, Técnica Mixta Sobre Paspartu. Artista chileno-argentino.



AL DIFUNTO POBRE 

A nuestro pobre enterraremos hoy: 
a nuestro pobre pobre. 

Tan mal anduvo siempre 
que es la primera vez 
que habita este habitante. 

Porque no tuvo casa, ni terreno, 
ni alfabeto, ni sábanas, 
ni asado, 
y así de un sitio a otro, en los caminos, 
se fue muriendo de no tener vida, 
se fue muriendo poco a poco 
porque esto le duró desde nacer. 

Por suerte, y es extraño, se pusieron de acuerdo 
todos desde el obispo hasta el juez 
para decirle que tendrá cielo 
y ahora muerto, bien muerto nuestro pobre, 
ay nuestro pobre pobre 
no va a saber qué hacer con tanto, cielo. 
Podrá ararlo y sembrarlo y cosecharlo? 

Él lo hizo siempre, duro 
peleó con los terrones, 
y ahora el cielo es suave para ararlo, 
y luego entre los frutos celestiales 
por fin tendrá lo suyo, y en la mesa 
a tanta altura todo está dispuesto 
para que coma cielo a dos carrillos 
nuestro pobre que lleva, por fortuna, 
sesenta años de hambre desde abajo 
para saciarla, al fin, como se debe, 
sin recibir más palos de la vida, 
sin que lo metan preso porque come, 
bien seguro en su caja y bajo tierra 
ya no se mueve para defenderse, 
ya no combatirá por su salario. 
Nunca esperó tanta justicia este hombre, 
de pronto lo han colmado y lo agradece: 
ya se quedó callado de alegría. 

Qué peso tiene ahora el pobre pobre! 
Era de puro hueso y de ojos negros 
y ahora sabemos, por su puro peso, 
ay cuántas cosas le faltaron siempre, 
porque si este vigor anduvo andando, 
cavando eriales, arañando piedras, 
cortando trigo, remojando arcilla, 
moliendo azufre, transportando leña, 
si este hombre tan pesado no tenía 
zapatos, oh dolor, si este hombre entero 
de tendones y músculos no tuvo 
nunca razón y todos le pegaron, 
todos lo demolieron, y aún entonces 
cumplió con sus trabajos, ahora llevándolo 
en su ataúd sobre nosotros, 
ahora sabemos cuánto le faltó 
y no lo defendimos en la tierra. 

Ahora nos damos cuenta que cargamos 
con lo que no le dimos, y ya es tarde: 
nos pesa y no podemos con su peso. 

Cuántas personas pesa nuestro muerto? 

Pesa como este mundo, y continuamos 
llevando a cuestas este muerto. 
Es claro que el cielo es una gran panadería.



LOS NACIMIENTOS 

Nunca recordaremos haber muerto. 

Tanta paciencia 
para ser tuvimos 
anotando 
los números, los días, 
los años y los meses, 
los cabellos, las bocas que besamos, 
y aquel minuto de morir 
lo dejaremos sin anotación: 
se lo damos a otros de recuerdo 
o simplemente al agua, 
al agua, al aire, al tiempo. 
Ni de nacer tampoco 
guardamos la memoria, 
aunque importante y fresco fue ir naciendo; 
y ahora no recuerdas un detalle, 
no has guardado ni un ramo 
de la primera luz. 

Se sabe que nacemos. 

Se sabe que en la sala 
o en el bosque 
o en el tugurio del barrio pesquero 
o en los cañaverales crepitantes 
hay un silencio enteramente extraño, 
un minuto solemne de madera 
y una mujer se dispone a parir. 

Se sabe que nacimos. 

Pero de la profunda sacudida 
de no ser a existir, a tener manos, 
a ver, a tener ojos, 
a comer y llorar y derramarse 
y amar y amar y sufrir y sufrir, 
de aquella transición o escalofrío 
del contenido eléctrico que asume 
un cuerpo más como una copa viva, 
y de aquella mujer deshabitada, 
la madre que allí queda con su sangre 
y su desgarradora plenitud 
y su fin y comienzo, y el desorden 
que turba el pulso, el suelo, las frazadas, 
hasta que todo se recoge y suma 
un nudo más el hilo de la vida, 
nada, no quedó nada en tu memoria 
del mar bravío que elevó una ola 
y derribó del árbol una manzana oscura. 

No tienes más recuerdo que tu vida. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Seguidores

Archivo del blog