martes, 8 de diciembre de 2015

Las obsesiones de Iván Vial, artista chileno.


  TOMA DEL MORRO DE ARICA  
 Boceto mural UNCTAD III, Iván Vial. 


Enanos en combate


Paula 1188. Sábado 5 de diciembre de 2015.
Pinturas, dibujos, videos, fotos y documentos biográficos se despliegan en la exhibición Introspectiva, que da a conocer la vida y obra del artista Iván Vial (87), sumido hoy en un avanzado alzhéimer. Partícipe activo de la movida cultural chilena desde la década del 50, tras el Golpe Militar vivió 40 años en el exilio. Esta muestra lo devuelve a la memoria como un ícono de nuestra vanguardia histórica: excéntrico y agudo, no separó la vida del arte e involucró a otros ilustres artistas e intelectuales en su obsesión creativa.
Desde el primer golpe de vista, el montaje de introspectiva, en la Sala Matta, deja claro que Iván Vial no conocía de otras reglas artísticas que no fueran las suyas propias. Independiente y desfachatado se permitió transitar, con extraordinario virtuosismo y libertad, por distintos estilos y temas artísticos, siempre reflejando los momentos culturales y sociales que le tocaba vivir.
Ya a finales de los 40 cuestionó el academicismo que imperaba en la Universidad de Chile, donde estudió Arte, y se interesó en las tendencias de la vanguardia internacional de posguerra, de la que fue un integrante valorado. De hecho, en los 60 su obra fue adquirida por museos como el MoMA y el Metropolitan de Nueva York. Pero un largo exilio y, posteriormente, un alzhéimer que lo tiene postrado hace casi diez años, contribuyeron a que su figura no haya tenido en Chile una repercusión acorde a la potencia de su obra. Esta exhibición, curada por Ramón Castillo y por la esposa del artista, Angélica Quintana, es una manera de luchar contra esta amnesia que no es solo suya, sino de toda la cultura chilena, que tras el Golpe Militar borró capítulos enteros de su historia. 
Diseñada a la manera de un libro abierto, la muestra exhibe los variados periodos de su trabajo. En su larga y prolífica producción artística (hasta mediados de 2000), Vial transitó por el dibujo, la pintura, el mural y las películas, y se metió en problemas visuales de geometría, luz, color y efectos ópticos, saltando, sin ningún drama, desde la abstracción hacia representaciones ultra detalladas y figurativas de relatos históricos o temas de contingencia. Utilizando vitrinas y otros dispositivos, el montaje ofrece además documentos, fotos, videos y objetos que van narrando, en paralelo, su acontecida trayectoria biográfica. Muchos de estos materiales pertenecen a su propia colección, ya que le gustaba guardar cosas y registrar momentos. Así, por ejemplo, vemos un insólito video en una azotea de Nueva York, donde aparece Roberto Matta vestido con un poncho de lonco mapuche. Nos enteramos, entre otras cosas, de que antes de dedicarse al arte, Iván Vial fue bailarín, boxeador y bombero, y que, además, condujo un programa de televisión en 1969, en el que por primera vez en Chile se comenzó a difundir de manera masiva el acontecer artístico.
    El borrón y el olvido han sido una marca en la historia de Iván Vial metáfora ejemplar es el increíble y gigantesco mural que realizó en 1972 en el edificio de la Unctad (actual GAM), el que luego fue destruido por los militares. Planos y maquetas de esta obra se exhiben en esta muestra.
En la muestra, que además de tener rigor histórico es muy entretenida, vida y obra se explican mutuamente. Así, por ejemplo, se entiende la obsesión por la estética militar que invade sus cuadros, una pasión que parecería muy contradictoria, considerando que él mismo fue víctima del régimen de Pinochet. Pero basta acercarnos a los cuadros para comprobar que se trata de un juego irreverente, despojado de todo respeto ideológico. Ostentando un acabado conocimiento de la visualidad asociada a los ritos castrenses, Vial –quien también coleccionaba trajes, cascos y toda suerte de accesorios de la parafernalia castrense– se deleita en la reproducción de las formas y en sus cuadros pone en escena exquisitos diagramas de batallas, diseños de uniformes, insignias y poses militares. Pero, al mismo tiempo, se las ingenia para desacralizar la supuesta honorabilidad de esos signos. Especialmente sorprendentes son las pinturas en las que se descubren los rostros de sus amigos a quienes, tras mucho insistir, lograba convencer para que se disfrazaran con los atuendos que coleccionaba. Así, por ejemplo, es posible reconocer, con gozosa perplejidad, que las figuras tienen las caras de personajes fundamentales para la cultura chilena, como Julio Jung, Eduardo Martínez Bonati o José Balmes, además de la suya propia, que incorporó repetidamente en humorísticos autorretratos. Lejos del panfleto político y de toda discursividad solemne, Iván Vial se dio el gusto de jugar de adulto con algo con lo que había jugado desde niño, ya que durante su infancia en Valparaíso había estado involucrado en la fabricación de soldaditos de plomo, negocio familiar con el que su madre soltera mantuvo a siete hijos y en que él y sus hermanos trabajaban.
Las croqueras con extraordinarios dibujos del artista son otro elemento de potente seducción. Sus dibujos combinan miles de imágenes que resumen sus fantasías, experiencias y pensamientos. Vial se revela como ícono de una sensibilidad que ha desaparecido, del tiempo en que los artistas no se pensaban a sí mismos como profesionales funcionarios de un sistema, sino como motores de una creatividad rebelde, que debía infiltrarse en todos los rincones de la sociabilidad.
    Variada y abarcadora, la exhibición sumerge al público en el mundo creativo de un artista que, por más de 50 años, produjo compulsivamente, movido por una energía irrefrenable. Pero no solo revela su excéntrica y atractiva figura, sino que también  recupera situaciones sociales y culturales de un Chile perdido.   

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