domingo, 13 de diciembre de 2015

Pablo Neruda La cuenta regresiva.












En medio de la investigación judicial, dos teorías chocan para explicar su muerte. Mientras su chofer y un informe del programa de DD.HH. del Ministerio del Interior dicen que pudo haber sido asesinado, otra parte de su círculo habla de un poeta desahuciado a causa del cáncer. "Sábado" reconstruyó los últimos 13 días del Nobel en busca de esas respuestas.

Por Gabriela García
El sol entró con fuerza a la casa de Isla Negra. La cama de Pablo Neruda, rodeada de ventanales con vista al océano, parecía flotar. Pero el poeta, que el 11 de septiembre de 1973 oficializaría junto al Presidente Salvador Allende y el ministro de Justicia, Sergio Insunza, uno de sus proyectos más anhelados -una residencia para escritores en Punta de Tralca a la que llamaría Cantalao-, apenas probó la bandeja de té con leche y pan amasado con mermelada que sus cocineras Cristina y Ruth le prepararon como cada mañana.
La noche anterior no había pegado un ojo. En una radio a pilas que manejaba sobre el velador junto a Los sonetos de la muerte, de la Mistral, escuchó que las tropas se trasladaban para atacar La Moneda.
Alarmado, hizo sonar dos veces la campana que comunicaba su habitación con el primer piso. Así fue que despertó a su chofer y guardia personal, Manuel Araya, a las cuatro de la mañana.
-¿Qué pasó, don Pablo? -preguntó Araya, con buzo y zapatillas, al verlo despierto junto a su tercera esposa, Matilde Urrutia, a quien llamaba cariñosamente la Patoja.
Pero Neruda apenas podía hablar.
-Va a pasar lo mismo que pasó en la Guerra Civil en España. Nos van a matar a todos -recuerda el chofer que este le respondió.
Araya camina por la costanera de San Antonio recordando esto. Han pasado más de 40 años, pero él asegura mantener la memoria fresca.
Tenía 26 años cuando el Comité Central del Partido Comunista le dio, en 1972, la misión de trabajar con el poeta. Y ahora, que cumplió 69, la misma edad que tenía Neruda cuando murió el 23 de septiembre de 1973, no se quiere ir de este mundo sin que se sepa lo que él sostiene es la verdad: que Neruda no murió a causa del cáncer prostático que padecía, sino que fue asesinado por agentes de la dictadura como denunció en 2011.
Una causa por asociación ilícita y homicidio calificado lleva desde entonces el ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago Mario Carroza, a la que Araya ha sido citado a declarar. El chofer es uno de los pocos testigos de los últimos días de Neruda que siguen vivos.
-Él no era un enfermo terminal. Su cáncer estaba controlado y nunca llegó a estar postrado. Fue con el golpe militar que todo se puso muy oscuro -advierte.
El Once. El 11 de septiembre, el Presidente Allende y el escritor José Miguel Varas habían quedado de almorzar con Neruda. Este último le llevaría a Isla Negra el primer ejemplar de Canción de gesta, el libro que su mujer, Iris Largo, estaba a punto de publicar con la editorial Quimantú.
Largo explica a "Sábado" que esto nunca llegó a suceder, porque a las siete de la mañana Varas llamó a Neruda por teléfono para cancelar la cita.
-La situación del país le impedía moverse -cuenta Largo sobre lo que el propio Varas narró en su obra ¿Qué hacía yo el 11 de septiembre de 1973?
Esa mañana le dijo a Neruda:
-Es difícil que pueda ir. Quizá más tarde.
Ante lo que Neruda enmudeció.
Luego respondió, lacónico:
-Quizá nunca -y cortó.
El televisor Bolocco del poeta siguió encendido todo el día. Y Araya cuenta que aunque le llevó varias veces el lavatorio para que pudiera lavarse las manos antes de comer, Neruda perdió el apetito.
-Vaya a averiguar con el oficial amigo de El Quisco si hay señales de un golpe de Estado -dice el chofer que le rogó el poeta, a eso de las once de la mañana.
Araya se puso en marcha. Minutos después, el oficial hizo sonar la campana de la casa de Neruda que había en el patio:
-El golpe era un hecho -recuerda Araya que anunció este.
Neruda quedó descolocado. Recordó a los muertos del franquismo. La persecución de Gabriel González Videla. Pero cuando la radio emitió las últimas palabras de Allende, se llevó las manos a la cabeza.
-Este es el final -le dijo a su mujer, apesadumbrado.
Acorralado
Un buque de guerra se instaló frente a la casa de Isla Negra, según Araya. Era el 12 de septiembre y Neruda cojeaba producto de una flebitis en la pierna derecha. El poeta padecía, además de un cáncer a la próstata, un reumatismo gotoso. Cuando dejó la Embajada de Chile en Francia y volvió al país con el Nobel bajo el brazo, en noviembre de 1972, acababan de operarlo en París.
-Neruda padecía de un mal pronóstico; sin embargo, nada presagiaba una muerte rápida -asevera el doctor Guillermo Merino en el expediente de Carroza sobre las radioterapias con cobalto que el poeta recibió en el hospital Van Buren a su retorno.
Para Rodolfo Reyes, abogado querellante y sobrino del poeta, su tío "tenía los achaques típicos de la edad, pero se veía saludable", al menos hasta marzo de 1973, cuando se vieron por última vez. En esa ocasión, Reyes le llevó a Isla Negra la copia de una fotografía que ahora cuelga en su oficina y que tiene una dedicatoria de Neruda: "A los nuevos Reyes, un viejo Reyes", se lee con letra decolorada en la imagen en blanco y negro que fue tomada en La Granja durante su campaña presidencial de 1970.
-La historia oficial dice que en marzo del 73 ya tenía un cáncer avanzado, pero la familia no supo de eso hasta que nos enteramos de su muerte. Yo siempre lo vi vital, contento. Nadie esperaba su fallecimiento -afirma el sobrino.
En lo que sí hay consenso es que el golpe lo desmoronó anímicamente.
-Ese 12 de septiembre llamó incesantemente por teléfono. Intentaba contactar a sus amigos del Partido Comunista, pero nadie le respondía. Don Pablo se sentía atado de manos. Temía que lo fueran a detener. Estaba solo -cuenta Manuel Araya.
Neruda apuró sus memorias. El secretario Homero Arce pasó a máquina sus apuntes con tinta verde. Estaban en eso cuando el 14 de septiembre la casa de Isla Negra fue allanada en busca de armas.
-Neruda estaba almorzando cuando 60 hombres con caras pintadas saltaron la cerca que daba a la playa y tocaron la campana. Luego encañonaron a las cocineras y entraron en la biblioteca para registrarla por todos lados -cuenta el chofer.
-Cumplan con su deber -les dijo Neruda según las memorias de Matilde Urrutia. Pero después llegaron los de la Marina y Neruda se sintió acorralado.
El embajador mexicano Gonzalo Martínez Corbalá le ofreció asilo en Ciudad de México, donde el poeta fue cónsul. Pero sacarlo de Isla Negra requería de un salvoconducto. Y el chofer dice que cuando lo pidió al regimiento de Tejas Verdes se lo rechazaron.
Fue entonces que Araya revela que el poeta urdió el plan.
-Quería ir a Santiago, ver lo que estaba pasando, ayudar a sus compañeros y si la única forma de salir de ahí era por razones humanitarias, lo haría apelando a su condición de salud.
Ese día, por orden del poeta, el chofer dejó al resto de los empleados de la casa de Isla Negra en el terminal de buses para que volvieran con sus familias en el sur.
Se quedaron Matilde, Neruda y Araya en ese hogar rodeado de militares. Para evitar que el poeta siguiera decayéndose, su mujer pidió desconectar el televisor Bolocco.
Matilde llamó varias veces al fallecido médico tratante de Neruda que prestaba servicios en la Clínica Santa María, Roberto Vargas Salazar, para que viniera a ver a su marido, pero este le contestó que era imposible trasladarse.
-Tráigalo cuanto antes a Santiago -le sugirió el doctor.
Un día, según Araya, Vargas avisó que la habitación 406 quedaría desocupada el 19 de septiembre. Neruda aceptó. La pieza miraba en dirección a otra de sus casas, La Chascona, como era su deseo.
-El poeta pasaría algunos días en la Clínica Santa María, en Santiago, antes de partir a México. Desde allá, Neruda haría resistencia a la dictadura. Difamaría a Pinochet y sostendría lo que escribió en sus memorias tres días después del golpe: que a Allende lo habían asesinado -agrega Araya.
La ambulancia
Según su relato, Neruda le ordenó que fuera en busca de una ambulancia. El 17 de septiembre fue hasta la calle Portugal y frente a la Posta Central consiguió una pagando hasta tres veces más de lo que costaba.
-Quedamos en que la ambulancia estaría en Isla Negra el 19 de septiembre por la mañana -dice Araya.
Pero aquí su versión se contradice con la de Matilde. Porque la esposa de Neruda, en sus memorias, Mi vida junto a Pablo, no hace alusión a ningún plan. Sí dice que tuvo que llamar al médico Roberto Vargas de urgencia durante la noche del 18 de septiembre para que le enviara una ambulancia, pues posgolpe la salud de Neruda se agravó a tal punto que tuvo que recurrir a su enfermera desde hacía 10 años, Rosa Núñez, para que lo atendiera.
Rosa, quien trabajaba en el consultorio de El Tabo y veía al poeta por un reumatismo gotoso, recuerda en la única entrevista que dio en La Nación Domingo que, en pleno toque de queda, caminó hasta Isla Negra para inyectarlo de urgencia, pues el poeta estaba con una fiebre disparada.
Fue la última vez que vio a su paciente, según declaró a Carroza:
"A mediados de año, la salud de don Pablo empeoró. Él estaba mal de salud, bajó su peso y prácticamente estaba postrado en cama", se lee en el documento.
No es la única que sostiene la gravedad del poeta. Otros, como el documentalista y amigo de Neruda, Hugo Arévalo, y su mujer, la folclorista Charo Cofré, también declararon en esa dirección. El 18 de septiembre, según la pareja, llegaron a ver a Neruda a Isla Negra preocupados por su condición de salud. En la prensa ya se hablaba de un Neruda "muy enfermo", según palabras de su media hermana Laura Reyes. Incluso, una radio francesa anunció que Neruda había muerto el 16 de septiembre, lo que el propio Pinochet, en declaraciones a radio Luxemburgo, se vio obligado a explicar:
"Neruda no ha muerto. Está vivo y puede desplazarse libremente donde quiere, igual que toda persona que, como él, tiene muchos años y está enferma. Nosotros no matamos a nadie y, si Neruda muere, será de muerte natural".
Hugo Arévalo ratifica a "Sábado" lo que declaró ante Carroza. Alarmado por los rumores de la eventual muerte de Neruda, llegó en citroneta junto a Cofré a la casa de Isla Negra, donde fueron recibidos por Manuel Araya.
-Ingresamos a su dormitorio y el poeta ya no podía caminar. Neruda estaba acostado, triste y preocupado por la situación imperante en el país. La muerte de Salvador Allende lo había devastado -dice Arévalo.
El 18 de septiembre, según el documentalista, el poeta mandó a comprar unas empanadas para realizar una celebración simbólica con vino tinto. Juntos vieron el noticiario donde se estaba emitiendo una nota del Tedeum.
-Participan, además de los miembros de la Junta Militar, algunos ex presidentes. Al ver la figura sonriente de González Videla, quien lo había perseguido en los años 50, se alteró y comenzó a temblar de rabia -cuenta Arévalo.
Matilde les pidió en ese momento a él y a Cofré que abandonaran la habitación para que Neruda pudiera descansar. Pero a las cinco de la mañana, la pareja cuenta que ella los fue a despertar para decirles que el Nobel deliraba y que llamaría a una ambulancia para trasladarlo a Santiago.
-A eso de las ocho de la mañana vimos salir al poeta en una camilla desde el segundo piso. Con mi señora lo seguimos en nuestra citroneta hasta Santiago. Fue la última vez que pudimos estar con él -cuenta Arévalo.
Manuel Araya se agarra la cabeza. Le exaspera saber que su testimonio se pone en duda:
-Neruda no comía empanadas. Eso primero. Y segundo, ¿qué empanadas iban a hacer en el litoral? ¡Si la gente estaba de duelo!
Luego agrega:
-Arévalo y su mujer nunca fueron a visitar a don Pablo ese día. ¿Cuándo? ¡Si el único que abría la puerta era yo! Por favor. Los militares tenían rodeada la casa de Neruda y ellos eran de izquierda, ¿cómo iban a entrar?
Rumbo a la clínica
Según el relato de Araya, Neruda subió por sus propios medios a la ambulancia el 19 de septiembre. Iba vestido con terno gris y zapatos café. Y su perra Panda no se quería despegar de él. Tuvieron que bajarla del vehículo para que pudiera arrancar.
-Si Neruda hubiera estado tan terminal como dicen, ¿para qué exponerlo a un viaje a Santiago si podía morir en su cama tranquilo? -se pregunta el chofer.
El contexto político para él es vital en esta investigación: hace solo seis meses Neruda había apoyado la campaña de las elecciones parlamentarias a través de la publicación del libro de poesía política Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Y pocos días antes del golpe, había dirigido un llamado a los intelectuales latinoamericanos y europeos para evitar la guerra civil en Chile.
-Hasta el 11 de septiembre salíamos todas las tardes. Íbamos a pasear después de su siesta donde él me pidiera. A veces quería ver el atardecer en El Tabo, comer donde mi familia en San Antonio, o caminar por ferias de antigüedades y mercados, o entrar en algún bar -dice Araya.
También se juntaba regularmente con Alicia Urrutia, la sobrina de Matilde, que la esposa de Neruda llevó a vivir a Isla Negra en 1964 para que fuera su modista. Pero que luego de descubrir el affaire que tenía con el poeta, fue expulsada.
-Neruda se fue a Francia para alejarse de ella y salvar su matrimonio con la Patoja, pero nunca la olvidó. Se enviaban cartas y cuando don Pablo volvió se reencontraron. ¿Qué tan enfermo podía estar alguien que tenía una amante con la que se veía en el Hotel Miramar? -inquiere Araya sobre las citas que ocurrieron hasta agosto de 1973.
Pero Alicia ha guardado estricto secreto sobre ellas. Solo en 2012 se animó a hablar brevemente con Carroza. Por lo que su voz se lee así en uno de los siete tomos de expedientes que suma la investigación a la fecha:
"Recuerdo que esa vez (agosto del 73) lo vi muy deteriorado, presumí que algo le podía ocurrir (...). Me confidenció que no tenía contemplado salir de Chile y que su deseo era morir en su tierra (...). Don Pablo me tenía mucha confianza y en ese sentido personalmente pude advertir el delicado estado de salud en el que se encontraba los últimos meses de su vida, sin que él me manifestara que tuviera temor de que alguien atentara en su contra".
"Sábado" pidió hablar con Alicia. Pero su yerno Marco Antonio Díaz la excusó.
-Es lo único que Alicia va a decir. Ella es una dama nonagenaria y no tiene ninguna intención de ventilar su intimidad -dijo.
En la casa de Isla Negra quedaron varias cajas embaladas cuando Neruda se fue con Matilde en la ambulancia ese 19 de septiembre.
"Nos fuimos por ese camino que tantas veces recorrimos alegres, riendo, haciendo planes serios o descabellados", escribió Matilde en sus memorias sobre un trayecto que se extendió por seis horas debido a los continuos controles policiales.
Araya, que iba en un Fiat 125, justo detrás de la ambulancia, lo recuerda bien. Nunca había visto llorar a Neruda como aquella vez en Melipilla.
-Fue en el peaje. Los militares sacaron bruscamente la camilla, lo tiraron al suelo y después costó volver a subirlo, porque don Pablo pesaba más de 100 kilos y era un tipo alto -dice.
-No respetan a un premio Nobel -les habría contestado el poeta.
En la 406
Llegaron a la Clínica Santa María al borde del toque de queda. Neruda quedó hospitalizado en el servicio de pensionado, pasadas las seis de la tarde, en la habitación 406, donde estuvo acompañado permanentemente por Matilde, su media hermana Laura Reyes, su secretario Homero Arce, su chofer y "las sigilosas", que es como Neruda llamaba a las enfermeras, según el testimonio de su viuda.
-Por favor, no le den noticias alarmantes a Pablo -les decía Matilde a los amigos que les permitió entrar a verlo a la clínica.
Entre ellos estaban el ex ministro Máximo Pacheco Gómez y Radomiro Tomic. Y también el embajador Martínez Corbalá, quien volvió a insistir con sacar a Neruda de Chile y hasta le dijo a Matilde que un avión DC-9 estaba dispuesto para él en la losa del aeropuerto de Pudahuel.
Matilde cuenta, sin embargo, que no fue fácil convencer a Neruda de irse.
"No quiso ni siquiera escuchar mis argumentos. 'Yo no me iré de Chile, yo aquí correré mi suerte. Este es nuestro país y este es mi sitio'", narra en el libro Mi vida junto a Pablo.
Pero el 20 de septiembre, y tras enterarse de que la casa de Neruda en Santiago, La Chascona, había sido allanada, Martínez Corbalá regresó por el poeta. Y ahora sí que aceptó.
"Pablo dijo por fin que nos iríamos por un corto tiempo, que llevaría solo lo más indispensable, porque él regresaría de todas maneras", escribió Matilde. El viaje quedó para el 22 de septiembre. Pero a primera hora de la mañana, cuando Corbalá fue a buscarlo, el poeta desistió. Se acababa de enterar de la muerte de Víctor Jara por Nemesio Antúnez y estaba choqueado.
-El lunes 24 me voy -le dijo al embajador el poeta.
El acuerdo se selló con un apretón de manos para las diez de la mañana. Pero según la ex directora de la Fundación Neruda Aída Figueroa, era iluso pensar que Neruda llegaría al aeropuerto.
-Cuando lo visité en la clínica el 22 de septiembre, su salud había empeorado drásticamente. Sus tratamientos quedaron suspendidos por la situación del país, y el shock del golpe aceleró aún más su enfermedad. El cáncer lo había tomado por entero, estaba absolutamente agónico, tenía disnea, hablaba poco y tenía ese color terroso. Neruda llegó desahuciado desde Francia. Ya desde su cumpleaños, en julio, que venía mal. Araya es un tejedor de ilusiones, es una farsa -cuenta a "Sábado" Figueroa.
-Aidita, me duele desde el pelo hasta la punta de los dedos del pie -recuerda la ex directora de la Fundación que le dijo Neruda en esa visita.
Figueroa lo recuerda muy delgado:
-Para mí estaba claro que iba a fallecer, por lo que me despedí besándole la mano.
Pero el embajador Martínez Corbalá, que igual lo vio el 22 de septiembre, difiere. En el expediente, relata que estuvieron afinando normalmente el viaje a México y el traslado de sus objetos en el avión.
"Neruda no estaba en estado de coma ni con suero ni mangueras. No estaba al borde de la muerte, conservaba su sentido del humor. El cáncer de próstata es uno de los menos invasivos y el poeta pudo vivir mucho tiempo más y hacía proyectos de futuro", se lee en su declaración.
Patricia Albornoz, auxiliar que trabajaba en la clínica desde 1971, también lo recuerda de ese modo. Dice que le tocó atenderlo en varias ocasiones y que siempre lo observó en buenas condiciones.
-Podía hablar con absoluta normalidad y permanecía leyendo casi todo el día -afirma a "Sábado".
Pero Fernando Sáez, director ejecutivo de la Fundación Neruda, institución que se hizo parte de la querella por homicidio, matiza:
-Han pasado más de 40 años. Es imposible que alguien se acuerde con lujo de detalles lo que pasaba realmente, por lo que Carroza y los exámenes científicos a los restos de Neruda tendrán que resolver la verdad.
La muerte de Neruda
En qué condiciones de salud realmente vivió el poeta los días de hospitalización del 22 y 23 de septiembre, sigue siendo uno de los enigmas más difíciles de resolver para Carroza. Aunque pidió la ficha médica a la Clínica Santa María, le respondieron que no cuentan con los documentos, lo que dificulta sacar conclusiones sobre su diagnóstico. Por otra parte, los exámenes médicos que podrían indicar metástasis aparecen normales. Sí hay antecedentes de una anemia moderada y de la obstrucción de sus vías urinarias. Pero no se cuenta con el documento de biopsia ni con el examen histopatológico, que es el definitivo para un diagnóstico de cáncer.
En sus memorias, Matilde Urrutia cuenta que el 22 de septiembre Neruda se quedó con su media hermana Laura en la habitación 406, mientras ella viajaba a Isla Negra a afinar los últimos preparativos para el viaje a México.
-Vaya y tráigame esta lista con libros y los cuadros mexicanos que dejamos embalados para meterlos al avión -le dijo el poeta.
Matilde partió, pero no de muy buena gana. Laura tenía problemas de visión: cataratas. No quería abandonarlo.
Manuel Araya la acompañó. Pero a diferencia de ella, dice que viajaron el 23 de septiembre a la hora de almuerzo y no el 22. En ausencia de ambos, es que asegura que terceras personas precipitaron su muerte. Si Neruda quiso quedarse solo en esas horas en la clínica, cree que lo hizo con la intención de despedirse de Alicia Urrutia.
El chofer se lamenta:
-No debí dejarlo solo -dice mientras camina por la costanera de San Antonio.
Estaban en Isla Negra cuando desde una hostería les hicieron llegar el recado de Neruda, que los alertó.
-Don Pablo llamó desde la clínica. Dijo que mientras dormitaba, unas personas ingresaron y le inyectaron algo en la guata y que se sentía muy mal -cuenta el chofer.
Matilde llamó preocupada de vuelta a su esposo.
"'Regresen inmediatamente. No puedo hablar más', me dijo", escribió ella en sus memorias.
Araya metió los encargos de Neruda en el auto y encendió el motor. A toda velocidad regresaron a la Clínica Santa María.
-Me estoy quemando por dentro -recuerda que le dijo el Nobel al verlo.
Neruda tenía la cara hinchada y ardía en fiebre. El chofer mojó un paño y se lo puso en el abdomen para intentar bajársela.
-Entonces vi el pinchazo en su estómago. Era del porte de una moneda de cinco pesos -dice.
Un médico, del que no recuerda el nombre, entró en ese momento a la habitación.
-Necesito que vaya urgente a comprar un remedio a la farmacia -dice Araya que le dijo apuntando el nombre: urogotan, un medicamento que luego se sabría era para la "gota" y que no tiene relación alguna con el cáncer.
El chofer dudó. Pero al ver que el poeta deliraba sobre la cama, no tuvo otra opción. En Balmaceda con Vivaceta, y antes de llegar a destino, fue interceptado por dos autos. Araya terminó detenido en el Estadio Nacional y fue liberado gracias a la intervención de la Iglesia católica más de 40 días después.
-Lo mataron -le dijo Araya al cardenal Raúl Silva Henríquez cuando se enteró de la muerte de Neruda.
Pero Iris Largo, la mujer de José Miguel Varas, dice a "Sábado" que no descarta la teoría del informe del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, que sostiene que es "altamente probable" la intervención de terceros en el final de Neruda. Tras conocerse públicamente el documento, el mismo organismo llamó a esperar el veredicto del tribunal y aseveró que "ningún dato parcial debe distraer a la opinión pública".
Iris Largo relata que visitó al poeta el 23 de septiembre en la Clínica Santa María:
-Estaba aislado por un biombo y solo estuve un instante con Matilde. Neruda daba quejidos de dolor. Efectivamente, él estaba muy mal, no estaba en condiciones de salir caminando a tomar ese avión -dice.
-Algo se ha roto dentro de mí -le dijo Neruda a Matilde antes de dejar de respirar el 23 de septiembre a las 22:30 horas.
El certificado de defunción señala que murió de un cáncer de próstata metastásico y por desnutrición extrema (caquexia). Pero El Mercurio consignó la inyección para explicar su muerte por un paro cardíaco al día siguiente.
"Fue a consecuencia de un shock sufrido luego de habérsele puesto una inyección de calmante que su gravedad se acentuó", se lee en la nota de prensa del 24 de septiembre.
Sergio Draper, doctor de turno en la Clínica Santa María, lo reconoce en el expediente: "A mí no me correspondía atenderlo. Pero ese día la enfermera de turno me dijo que aparentemente Neruda sufría de mucho dolor. Y le dije que le aplicara la inyección indicada por su médico, que si mal no recuerdo era una dipirona".
Al poeta no se le realizó autopsia en el Servicio Médico Legal. Posteriormente a su muerte, Homero Arce, su secretario, fue brutalmente golpeado en la calle y terminó muerto, según declaró Araya en la causa. También dijo que su hermano, Patricio, hasta ahora está desaparecido.
-De todos los que estuvimos con Neruda en sus últimos momentos, solo quedo yo -confiesa mirando el mar de San Antonio.
Mientras, un tercer panel de expertos analiza los restos del poeta. Encontraron rastros de estafilococo dorado, una bacteria que no fue registrada en el Instituto de Salud Pública en esa época y que los científicos analizan genómicamente en laboratorios extranjeros para saber su procedencia. Los resultados estarían recién en marzo, cuenta Carroza en su despacho de la Corte de Apelaciones.
-Aquí hay dos tesis y un contexto político histórico que debe ser considerado. Todo puede ocurrir, pero debe ser demostrado -agrega.
Matilde nunca se refirió en sus memorias a la posibilidad de que Neruda haya sido asesinado. Pero sí en la prensa de la época. En 1982, la periodista María Inés Cardone le preguntó por qué razón decidió trasladarlo a Santiago si su cáncer estaba tan avanzado. Y Matilde Urrutia hizo una confesión que Carroza tiene subrayada en el expediente:
"Yo no sé por qué la gente cuenta unas historias tremendas. Yo estaba junto a él y sé que su mal no estaba en ninguna etapa de peligro. El doctor que lo atendía había dicho que duraría unos seis o siete años más".
Luego continúa:
"En esa época nosotros estábamos haciendo una casa en Lo Curro (...) si hubiera estado tan grave, ¿para qué íbamos a seguir construyéndola?".
Por Gabriela García.

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