sábado, 19 de diciembre de 2015

Los 15 mejores reportajes DD.HH sobre la dictadura de Jorge “Gato” Escalante en La Nación


Jorge “Gato” Escalante es uno de los periodistas que más investigaciones ha realizado respecto de las violaciones a los derechos humanos en Chile. Ex integrante del MAPU fue torturado y exiliado, pero volvió a Chile a mediados de los ´80 y desde entonces ha realizado una serie de reportajes donde ha logrado revelar cómo operaban los organismos represivos en el país. El Gato conversó con The Clinic Online sobre su historia y realizó una selección de los mejores reportajes y entrevistas que hizo para el diario La Nación.
“El ’73 estaba en cuarto año de leyes en la Universidad Católica de Valparaíso. Era co fundador del Mapu y tuve participación en federaciones de estudiantes. Estaba marcado por los militares porque tuve una detención antes del Golpe, el 5 de agosto del ’73. Andábamos fotografiando cuarteles de la Armada en Las Salinas en Viña porque era obvio que venía un Golpe de Estado y queríamos saber qué pasaba. Nos detuvo una patrulla de infantería de marina, allanaron el vehículo que estaba lleno de panfletos contra Merino, así es que nos tuvieron en el Fuerte. Ahí nos revolcaron en el barro, nos patearon en el suelo, quedamos todos moreteados. Nos hicieron arrodillarnos con las manos en la nuca y nos dijeron: “ya, tres últimos deseos”. Y dispararon. Me acuerdo que sentí el silbido de las balas que pasaron cerca. Después nos entregaron a los pacos con un comunicado para pasar a la Fiscalía Naval e iniciaron un proceso en nuestra contra. A cargo de ese operativo en la infantería de marina había un compañero mío de curso del colegio Mackay y yo le dije: “acuérdate que fuimos compañeros, ¿no te acordai?” Entonces él me miró sorprendido y me dijo: “mira conchatumadre ¡yo no soy compañero de ningún marxista!”
Si se producía el Golpe, teníamos previsto juntarnos los Mapu en una casa de Viña en Recreo Alto, en una población. En el campamento Camilo Torres íbamos a armar una especie de cordón junto a otros campamentos que habían más arriba para impedir el paso de las Fuerzas Armadas. Era una cosa ilusa, ahora lo sé. Nos habíamos robado un radiotransmisor y empezamos a transmitir proclamas. Era de frecuencia mediana pero se escuchaba en las radios. Salió un grupo a poner una carga de dinamita a un acueducto que había en una quebrada y llevaba el agua a Viña. Yo no estaba de acuerdo con eso, aunque no me pescaron mucho porque decían que yo era pequeño burgués porque planchaba las camisas, me lustraba los zapatos, usaba corbata. Les dije: “miren, acá va a quedar la cagá. Se va a inundar Viña, van a allanar todo este sector, nosotros no somos pobladores, es esta gente la que va a sufrir la represión”. Al final, la carga no explotó y el 12 nos fuimos, pero el dueño de casa, que era un poblador que militaba en el Mapu fue detenido. Y ahí se armó una investigación. Por estas dos historias me tenían fichado.

El 3 de octubre del ’73 allanaron el sector donde vivíamos en Playa Ancha con mi mujer, y no pudimos escapar. Llegaron los Infantes de marina al departamento. Mi mujer dijo “hagámosle malta con huevo para tratar de sobarles el lomo”. Pero uno de los infantes me reconoció “usted era compañero del teniente Sami, ¿se acuerda ?” Y yo dije “aquí soné”.

Me llevaron al cuartel de la marina, a una sesión de tortura larguísima. No sabían nada, preguntaban cosas obvias. A veces les decía que pararan y que iba a hablar. Después se daban cuenta de que mentía y seguían. Después me pasaron a la Academia de Guerra Naval en Playa Ancha. Ahí estuve alrededor de una semana. Siguieron las sesiones de tortura y me cayeron estos cargos de la carga de dinamita, la reunión en la de la noche del 11 y esta historia de Las Salinas del 5 de agosto. Además descubrieron la red clandestina que tenían los marinos para oponerse al Golpe y resistir. Eran como 100. Me quisieron vincular con esa historia, porque efectivamente esos marinos habían tenido reuniones con el Mapu, pero también con el MIR y con el Partido Socialista. En la Academia de Guerra sufrí nuevas torturas. Nosotros habíamos leído cartillas sobre cómo enfrentar la tortura, sobre todo después del Golpe en Brasil en la década del ’60. Pero eso era lectura, es otra historia cuando lo enfrentabas.

La tortura no solamente eran golpes, sino mucha electricidad. Todo esto desnudo y con la vista vendada. Te tomaban de los pies y te giraban para un lado y otros te tomaban de los brazos y te giraban para el otro lado y te cortaban la respiración. O te metían la cabeza en un tonel con agua. O te amarraban el pene con alambre y con el otro lado del alambre te amarraban las muñecas, entonces te ponían corriente de manera que tú al mover tus brazos te causabas heridas en el pene. Y también tortura psicológica: “que vamos a traer a tu mujer, la vamos a violar delante tuyo”. Siempre traté de fingir que estaba mucho más mal porque yo no quería volver a la tortura. En la tortura nadie es héroe, porque el físico tiene un límite. El cuerpo te dice: tú no puedes resistir más, tienes que hablar. El punto qué puedes decir. Yo di un par de nombres de gente que eran ayudistas del Mapu, que no mataban ni una mosca ni sabían nada. Les pegaron tres o cuatro patadas en el culpo y los soltaron. Después los encontré y les pedí disculpas. En la tortura todo el mundo habla, unos hablan más, otros menos.

La Esmeralda estuvo anclada en el molo de Valparaíso hasta el 20 de septiembre del ’73. Y el buque Maipo partió el 14 de septiembre del 73 a Pisagua como con 300 prisioneros. Yo no estuve preso ni en la Esmeralda ni en el Maipo. El mismo 14 entró en buque Lebu a reemplazarlo como buque-prisión y a mi llevaron desde la Academia de Guerra Naval de Valpo al Lebu. Y ahí entré a este otro barco, El Lebu , y estuve incomunicado en un camarote como una semana y media. Me acuerdo que mi preocupación era que no se me infectaran las heridas. Y no se me infectó ninguna, no sé cómo. Las condiciones de higiene eran deplorables. Como a las dos semanas me bajaron a la bodega y ahí había como 130 personas más o menos por bodega. Eran dos bodegas. Y ahí estuve hasta fines del ’73, antes de la Navidad. Hicimos un circo. Llegó un día el Comandante Santa Cruz que tenía a su yerno preso, que era amigo mío. Y este viejo todos los días lo llamaba y le pasaba cartas de su mujer. Era un viejo súper buena onda. Él era un suboficial de los que llegan a oficiales por cursos especiales. Entonces el resto de los oficiales de infantería que habían en el Lebu le tenían mucha bronca porque decían que trataba más benevolentemente a los presos. Un día se nos ocurrió hablar con él para que nos dejara hacer un circo, para divertirnos un poco. Con payasos, con chistes, con cantores, humoristas, con disfraces. Teníamos, por ejemplo, la canción del patito. Al patito le preguntaban qué cantaba en la Academia de Guerra y el patito decía: “ay, si supieras que te vi”. Porque como nos interrogaban vendados, el patito le cantaba al torturador esa canción para hacerles creer que los habíamos visto.

Después nos sacaron y nos llevaron a un campo de concentración que habían constituido en Colliguay, de Quilpué hacia el interior y ahí estuve como hasta marzo del ’74. Hay gente que ha dicho que el campo de concentración era muy terrible. No era tanto: estabas al aire libre, tenías sol, te daban almuerzo, desayuno, once y comida. Y la vida era bien rutinaria, era tranquila. Hubo poca tortura en el campo de concentración, mucha más presión psicológica. En la noche se escuchaban tiroteos y se gritaban: “vienen los extremistas a rescatar a estos marxistas”, pero nosotros sabíamos que era mentira. El único problema es cuando veíamos que se levantaba tierra en el horizonte. Ese era un camión que traía y se llevaba prisioneros. Venía una lista, podía venir tu nombre, que te volvían a llevar a la Academia de Guerra, otros lugares. Se llamaba el camión de la caca. Le pusimos así porque cuando anunciaban que venía el camión todo el mundo se cagaba.

En el campo de concentración hacíamos el circo todos los domingos. Hacíamos además campeonatos de fútbol, de ajedrez. Me acuerdo que pasamos pascua y año nuevo ahí. Y la noche de año nuevo empezamos a cantar La Internacional. Empezaron de otra parte y empezó a aumentar y terminó todo el campo cantando. Y claro, empezaban los balazos al aire: “¡ya cállense marxistas!” Igual la cantamos entera.

De ahí me sacaron a comienzos de abril al cuartel Silva Palma, y cuál sería mi sorpresa que al llegar allá reconocí la voz del capitán Santa Cruz. Él estaba recibiendo a los presos que venían del campo y me acuerdo que se acercó a mí y me dijo: “nació tu hijo. Todo está bien”. Mi señora tenía dos meses de embarazo cuando me detuvieron. Yo sabía que nacía por ese tiempo. Ahí estuve un par de semanas, era un lugar de tránsito. Salí en una lista para la cárcel pública y eso fue como la felicidad más grande porque tenías visitas, estabas en la ciudad de Valparaíso. Estábamos en la tercera galería que era sólo para presos políticos. A la fiscalía me llamaron varias veces a declarar y me dijeron: “tú tienes que irte de Chile, te vamos a expulsar”.

Estuve además un mes hospitalizado porque tenía una lesión en la columna por los golpes. Una discopatía que me paralizó la pierna izquierda, me costaba muco caminar, con muchos dolores. Y salí, a fines del ’74 al exilio a través de Amnistía Internacional. Salí solo porque mi mujer me abandonó mientras estaba preso. Eso fue súper difícil, lo más duro de todo. Logré entender con el tiempo que ella tuvo mucho miedo, quedó sola. Me tomaron preso, se desarmó todo el grupo de amigos que teníamos, que eran todos del Mapu, unos se asilaron, otros estaban presos, un par habían muerto. Entonces ella estaba embarazada y volvió a la casa de sus padres. Eso la hizo tomar distancia de mí, además creo que tampoco me quería mucho, porque si me hubiese querido mucho habría estado a mi lado y habría salido conmigo. Anulamos el matrimonio. Nunca me respondió las cartas, nunca le entregó los regalos que yo le mandé al Rodrigo para la Pascua y para los cumpleaños. Por lo tanto cuando yo volví a Chile el Rodrigo tenía 12 años y fue súper difícil.

En el exilio primero llegué a Bruselas. Luego me fui a París donde estaba la dirección exterior del Mapu. Ahí me quedé seis meses viviendo y un día me dijeron que necesitaban que me fuera a Berlín occidental. Allá funcionaba el comité de solidaridad con Chile mas grande de Europa.Y bueno, siempre seguí en la actividad política, vinculado al Mapu afuera y a la izquierda chilena. Entré a estudiar técnica fotográfica. Saqué mi título y ahí aprendí un montón de trabajos con elementos químicos para montar fotos. Me fui a París a hacer un curso con un francés que había estado en la resistencia contra los nazis y él me instruyó en la falsificación de documentos. Y empecé a fabricar algunos documentos para gente que volvía a Chile. Después entré a estudiar Ciencias de la Comunicación en la Universidad Libre de Berlín. Y en eso estaba cuando apareció este permiso para volver a Chile por 30 días. Vine después de 10 años y me quedé 10 meses. Porque dije: “tengo las patas en Chile, de aquí no me voy si no es con un documento en mi bolsillo que diga que yo puedo volver a vivir en Chile”. Y eso demoró 10 meses. Iba todos los meses a la oficina del Ministerio del Interior, a la oficina de Cardemil que estaba de subsecretario del Interior. A veces me atendía él mismo.

Me preguntaban qué pensaba ahora del socialismos y les decía: “sabe que yo ahora soy crítico de los socialismos reales”. Era cierto, en todo caso. Por ejemplo cuando yo pasé a Berlín este me encontré con un Estado policial, en que la gente no podía salir, no era libre de pensar. El Estado les daba todo, vivienda, educación, salud, pero no estaba permitida la prensa occidental. Eso no me gustó. Esa fue mi gran desilusión con el socialismo real. La primera y gran desilusión. Porque la gente estaba un poco prisionera de un partido único que desde arriba dirigía todo y se fue separando del ciudadano y al final por eso cayó el muro, la gente se hartó. El 18 de septiembre del ’85 salió una lista de las personas que podían volver a Chile y salía mi nombre. Lo tengo guardado. Legalicé todos mis papeles y me vine en marzo de 1986 definitivamente.

Me tocó cubrir el atentado a Pinochet y el crimen de Pepe Carrasco. Estaba trabajando en la IPS: Inter Press Service que era una agencia de prensa italiana que tenía una oficina acá en Santiago. No era tan grande, habíamos cuatro periodistas. Eso fue dramático, toda la historia del atentado, estado de sitio de nuevo. Esa tarde estábamos con un alemán y otro chileno tomando once donde yo vivía, cuando sentimos sirenas y cosas. Pusimos la radio y ahí se habló del atentado. Me acuerdo que me tocó cubrir cuando quemaron a la Carmen Gloria Quintana y al Rodrigo Rojas. Ese paro nacional de dos días.

Algo que me marcó mucho fue la entrevista que le hice a Carlos Herrera Jiménez. Era un tipo que se atrevía a hablar en contra de Pinochet y sus jefes superiores. Hice una larga entrevista que salió en dos páginas en La Nación y me contó de los crímenes que había cometido en Pisagua. Me contó detalles de cómo habían matado a Tucapel Jiménez. Cuando me iba, el tipo me abrazó. Me dijo: “Jorge, sabes que contigo he tenido el trato humano que nunca tuve con mis compañeros de arma después que caímos en desgracia”. Y se le caían las lágrimas. Y no me soltaba. Me quedé congelado. Me dije “¿qué hago? Si este es un criminal”. Pero solté mis brazos y lo abracé. Y eso para mí fue como un quiebre. Me decía por dentro “tú estás abrazando a un criminal. Este hueón mató de mano propia, es un hueón muy malo”. Pero ahí me di cuenta que yo había empezado un proceso en que profesionalmente podía elevarme por encima de mis recuerdos, mis broncas, mis rabias, mi propia experiencia para tomar la distancia necesaria y sentir una especie de compasión. No para todos. Para Herrera Jiménez porque había pedido perdón. Fue el único que pidió perdón públicamente”.
Reportaje sobre el montaje filmado en 1975 por el periodista de TVN Julio López. Se descubrió que los seis cuerpos fueron llevados a Rinconada de Maipú ya muertos desde Villa Grimaldi.
Reportaje sobre el mayor (R) Enrique Cruz Laugier, quien -como comandante del regimiento Tacna- el día del Golpe bombardeó el palacio de gobierno desde tierra y asaltó con sus tropas las sedes de las Brigadas Ramona Parra y del MAPU. Este reportaje le costó su salida de su puesto en el Senado a cargo de la seguridad.
Reportaje sobre el ex agente de la DINA y la CNI, que en 1973 mató por la espalda al niño Carlos Fariña y quemó el cadáver de la víctima más joven de la dictadura. En 1979 comandó la “limpieza” de los cuerpos enterrados en cuesta Barriga para arrojarlos al mar. En 1981 mató al mirista Lisandro Sandoval.
Reportaje sobre el teniente Conrado García Gaier que llegó a ser a fines de los noventa el coronel a cargo del Departamento II de Inteligencia del Ejército, y antes jefe de la Unidad Antiterrorista de la CNI. Para avisar la tortura, en Pisagua tocaba el órgano de la parroquia que se llevó a la cárcel.
Reportaje sobre la investigación del juez Juan Guzmán y su equipo de detectives del Departamento V que logró develar el mejor secreto guardado por la DINA: el destino de sus desaparecidos en la Región Metropolitana. La operación sistemática fue realizada por los pilotos y mecánicos de los helicópteros Puma del Comando de Aviación del Ejército entre los años 1974 y 1978.
La historia de cómo personal de la Armada lanzó cuerpos de prisioneros frente a San Antonio desde el remolcador Kiwi.
La historia de cómo Gerhard Mücke, jerarca de la secta de Parral, encaró a su jefe, Paul Schäfer, exigiéndole que asumiera su responsabilidad. Mücke contó al juez las dramáticas horas finales de los prisioneros dentro del fundo. Los desenterraron en 1978, quemaron químicamente sus restos y tiraron las cenizas al río Perquilauquén.

La historia del suicidado ex oficial DINA Germán Barriga y ex agentes subordinados de éste que acusan cómo hizo desaparecer prisioneros. El coronel retirado jamás habló ni entregó información a los jueces respecto a los hechos acaecidos bajo su responsabilidad en la brigada Purén. Los secretos se los llevó a la tumba.
9.- El general que entregó los presos a la Caravana
Reportaje sobre el oficial que sacó en 1973 a 14 prisioneros desde la cárcel de Antofagasta, amarrados y con la vista vendada, y los condujo en camión a la pampa, donde la comitiva de Arellano los masacró. El general fue dado de baja una semana después de la publicación de este artículo.
10.- Berríos camino a la muerte
Reportaje sobre la investigación del juez Alejandro Madrid en el caso por el asesinato del ex agente de la DINA, Eugenio Berríos. Un equipo de tres policías, que se convirtió en el brazo derecho del ministro en el proceso, penetró los muros que escondían a sus victimarios y desentrañó el crimen. En su búsqueda descubrieron episodios desconocidos de la vida del químico.
11.- Las últimas horas de Huber
Reportaje sobre el coronel Gerardo Huber, asesinado por el Ejército liderado por Pinochet porque había decidido contar lo que sabía acerca del tráfico de armas a Croacia. La sentencia de 461 páginas del juez Claudio Pavez develó detalles hasta ese momento desconocidos.
12.- ¿Quién mató al comandante Araya?
A 32 años del homicidio del edecán naval del Presidente Allende, este reportaje revela incongruencias en la investigación de la justicia de la Marina y una pista aportada por un ex policía civil, que amenazaron con echar abajo la versión oficial.
13.- Desaparecidos en cuarteles del Infierno
Reportaje sobre un suboficial de Inteligencia que declaró al Departamento Quinto de Investigaciones y al juez Juan Guzmán haber traducido el criptograma enviado a comienzos de 1979 por Pinochet ordenando desenterrar cuerpos de prisioneros para hacerlos desaparecer. La tarea se encubrió como la “Operación Retiro de Televisores”. En Los Angeles y Linares 17 cuerpos exhumados fueron quemados en hornos y tambores dentro de los recintos militares.
14.- Los mataron por la espalda con una punto 30 (click para ver en grande). 
************************ 
 

El montaje de Rinconada.  Un ex agente DINA afirmó que los seis cuerpos fueron llevados a Rinconada de Maipú ya muertos desde Villa Grimaldi, y sostiene que el montaje fue filmado en 1975 por el periodista de TVN Julio López. Sin embargo, él lo niega y "no recuerda" haber realizado ese registro.
El ex agente de la DINA asomó la cabeza por una ventana del patio y con cara extrañada dijo "¡ya voy!". Dos jeans raídos cuelgan de un cordel al sol. En pantuflas, short y con la boca casi sin dientes y chueca por una parálisis facial que también le achicó un ojo, salió al patio y abrió el portón. Ningún perro ladró en la humilde casa.
-Así es, a ellos los mataron en Villa Grimaldi y muertos los sacaron al falso enfrentamiento. Si eso lo filmó el periodista López Blanco, oiga, pregúntele a él que siempre sabía todo. Eso ocurrió en Rinconada de Maipú en 1975-, fue su respuesta.
Cuando el juez le preguntó el 1º de agosto de 1992 a López por su filmación, éste le respondió "por el tiempo transcurrido no me acuerdo haber efectuado reportajes en ese lugar (...) al pasar del tiempo uno se olvida".
Pero la cinta existía y el juez Lientur Escobar -hoy fuera del Poder Judicial- lo sabía porque así se lo había asegurado en un oficio el 17 de diciembre de 1991 el director ejecutivo de TVN, Jorge Navarrete: "La nota sobre los hechos se registra y tiene una duración de 2 minutos 50 segundos", respondió Navarrete al juez del Séptimo Juzgado del Crimen de Santiago, quien instruía un proceso por querellas interpuestas por familiares de las víctimas de Rinconada, o de Villa Grimaldi.
El juez, de hecho, vio la cinta y transcribió su contenido. Según consta en el proceso, el relato del "enfrentamiento" lo hizo Julio López Blanco desde el lugar de los hechos.
Cuando conversamos con el periodista Julio López Blanco, éste mantuvo sus dichos: "No, yo no me acuerdo de esas cosas, han pasado treinta años, de hecho me han llamado un par de veces a declarar, no, no me acuerdo (...) yo era el conductor del noticiario y casi no salía a reportear, muy poco".
La cinta, en tanto, no pudo ser ubicada por La Nación Domingo en los archivos de la red pública, pese a que el juez la vio en Televisión Nacional en 1992.
CRIMEN ENCUBIERTO  En hora clara del 19 de noviembre de 1975, seis cuerpos fueron sacados desde el recinto clandestino de la DINA Villa Grimaldi en avenida Arrieta, y trasladados hasta los cerros de Rinconada de Maipú al sur de Santiago. En el lugar funcionaba a la fecha la Escuela Nacional de Inteligencia de la DINA y su Brigada de Inteligencia Metropolitana (BIM), terreno que hoy pertenece a la Universidad de Chile.
El crimen masivo fue encubierto, según el ex agente, como "un enfrentamiento", como lo informó oficialmente el mismo día la Dirección de Informaciones del régimen en un comunicado difundido al día siguiente en la prensa escrita.
Parte de las aseveraciones que el ex agente hizo a La Nación Domingo aparecen corroboradas en un informe sobre los hechos del 16 de abril de 1991, dirigido al juez Escobar, firmado por el entonces jefe del Departamento Jurídico de la Vicaría de la Solidaridad, Héctor Contreras. "Testigos señalan haber visto en la mañana del 19 de noviembre varios cadáveres en Villa Grimaldi, entre ellos los de dos mujeres".
El ex agente, un suboficial retirado, es hoy un hombre abatido por la vida, pobre y en malas condiciones físicas, como muchos de aquellos que entonces no tenían grado y obedecían a ciegas.
Su chapa era "Hernán Galleguillos" y operaba en uno de los múltiples grupos "con nombre de pájaro", como él dice, que trabajaban para la DINA. Su nombre real nos lo reservamos, exclusivamente, porque algunos como él, que hoy están colaborando con la justicia, son amenazados y hostigados por quienes tienen interés en que no rompan el juramento del silencio.
EL RELATO DEL JUEZ. De acuerdo con los antecedentes que existen hasta ahora en la investigación judicial, sobre el hecho sólo se realizó la filmación de López Blanco para televisión nacional.
Una de las víctimas previamente asesinadas en Villa Grimaldi donde mandaba "El Ronco" Moren Brito, jefe del lugar y hombre fiero y cruel según múltiples testimonios de sobrevivientes, estaba embarazada de tres meses según la autopsia. Era la profesora Mónica del Carmen Pacheco Sánchez, de 26 años.
El 15 de diciembre de 1992, el juez llegó a TVN a buscar una copia de la filmación. En su informe sobre el contenido expresó: "La filmación fue transmitida en aquella época por el periodista Julio López Blanco (...) La filmación se hizo en Rinconada de Maipú en noviembre de 1975".
"Se ve un pastizal, el cordón del micrófono de TVN. El periodista está de terno, es día de sol. El periodista recoge vainillas del suelo. Dice: "aquí en el suelo están los testimonios del violento enfrentamiento´. El periodista señala la 'exterminación de grupúsculos cercados por agentes de la DINA'. Pide un contacto con el móvil 2 del canal", continúa el informe del juez sobre el contenido de la filmación.
El juez hace una afirmación en su escrito: "en el lugar no se ven huellas de un enfrentamiento", y sigue con su descripción: "El periodista muestra una caja con municiones y unas piedras donde dice que 'cayó un extremista'. Dice que los extremistas desbaratados 'son terroristas subversivos del MIR'. Roberto Araya en el móvil Nº2, aparece sorpresivamente en la imagen", agrega la descripción del magistrado.
El juez continúa mencionando que el periodista, a quien identifica como Julio López, "lee los nombres de los muertos y dice que dentro de los próximos días caerán otros grupúsculos".
RESPALDO JUDICIAL  Cuando López negó al juez su participación ese día de noviembre de 1975 en el lugar del montaje, Lientur Escobar le insistió en que, sin embargo, la cinta existía porque así lo había admitido el canal en un oficio y él iría a revisarla.
-Bien, sobre ese oficio que me menciona del director Navarrete, entonces eso será cierto porque ahí hay archivos de las notas que yo hice entre 1974 y 1989, cuando me fui del canal nacional-, le contestó el periodista, añadiéndole que "ahora me desempeño en Megavisión".
Las afirmaciones de "Hernán Galleguillos" están respaldadas, bajo su firma, en una declaración prestada en un tribunal en un proceso distinto al de Rinconada, y que se encuentra con sumario concluido y en etapa de plenario.
-¿Cómo cree que llegó Julio López a filmar ese falso enfrentamiento?, preguntamos a "Galleguillos".
-Porque el siempre sabía.
-¿Participó usted en el montaje de ese día?
Guarda silencio un momento y dice -Ya pues, ya le estoy diciendo que se terminó esta cuestión y no me pregunte más porque ahora me va a dar amnesia-, responde, mostrando el portón y haciendo un gesto poco amable para dar por terminada la conversación.
Sus ojos revelan que el hombre sabe más de Rinconada y otros episodios, porque en la DINA estuvo al menos dos años operativo en Villa Grimaldi y además haciendo el trabajo de la calle, según su declaración procesal.
"Les dieron muerte en Villa Grimaldi, utilizando sus cadáveres en una recreación que se hizo para la televisión, que fue transmitida en directo y que consistió en un gran despliegue de personal de la DINA que utilizaban armas de fuego", dijo "Galleguillos" en su declaración judicial.
"Cuando terminó este enfrentamiento televisivo, mostraron las imágenes de las personas muertas, lo que fue un montaje, puesto que, como dije, ellas salieron muertas de Villa Grimaldi. Quien transmitió ese reportaje para la televisión fue el periodista de apellidos López Blanco", agregó el ex agente al tribunal.
INFORME OFICIAL  El comunicado de la Dirección de Informaciones de la dictadura dijo: "Hoy 19 de noviembre (1975), a las 12:00 horas, en los cerros de Rinconada de Maipú, se registró un violento enfrentamiento a tiros de más de 30 minutos de duración, entre las fuerzas de DINA e Investigaciones, y un grupo de extremistas que se parapetó fuertemente armado en esos cerros. Resultaron muertos seis extremistas, huyendo uno de ellos".
El texto continuó, expresando que "al mismo tiempo, fueron heridos dos funcionarios de los servicios de Inteligencia y Seguridad, con diagnóstico grave uno, y el otro menos grave". Nunca se conoció quiénes fueron los dos heridos, ni tampoco lo registró la filmación de televisión.
En ese falso enfrentamiento fueron presentados como muertos en combate, además de Mónica Pacheco: Catalina Ester Gallardo Moreno, Manuel Reyes Garrido, Alberto Gallardo Pacheco, (comunista), Luis Andrés Ganga Torres y Pedro Blas Cortés Jeldres (comunista). Las otras cuatro víctimas fueron sindicadas como integrantes del MIR.
Una información publicada en la edición del 27 de noviembre de 1975 de la revista Qué Pasa, dijo: "El testimonio de Rodolfo Pavez, de 8 años, es elocuente: ¡yo los vi! Por los faldeos de esos cerros que le son tan familiares, Rodolfo vio bajar a siete extraños. 'Entre ellos había dos mujeres y los hombres las ayudaban a saltar el canal que ese día venía con agua. Iban corriendo'", relata a Qué Pasa con aplomo.
De acuerdo al referido informe de la Vicaría de la Solidaridad, las personas acribilladas en Villa Grimaldi, cuyas autopsias registran impactos de bala, habían sido detenidas el día 18 de noviembre de 1975 y en la madrugada del día 19 por efectivos de la Policía de Investigaciones, acusadas de participar en asaltos. Fueron conducidos al cuartel general de esta policía en calle General Mackenna en Santiago, y desde allí llevados a Villa Grimaldi.
LA GRABACIÓN
Vanos fueron los intentos de nuestro diario para llegar a la grabación descrita por el juez Escobar en su informe de la inspección a TVN. En el canal buscaron dos veces la filmación original (el juez dice que se llevó sólo una copia), pero ya no existe.
Aunque la jefa del centro de documentación de TVN, Amira Arratia Fernández, recuerda perfectamente cuando se le hizo la copia al juez Escobar, porque estaba presente, al igual que el asesor jurídico del canal, Angel Lara Elías. Ambos son mencionados por el juez en su informe de la inspección. Amira Arratia explica que en aquel tiempo se filmaba en película, y al juez se le hizo una copia en cinta para VHS. La copia debería permanecer aún en el Séptimo Juzgado del Crimen de Santiago. ***************************

La Nacion. Domingo 28 de noviembre de 2004
Durmiendo con el Enemigo
Como comandante del Regimiento Tacna, el día del golpe el mayor (R) Enrique Cruz Laugier bombardeó el palacio de gobierno desde tierra y asaltó con sus tropas las sedes de las Brigadas Ramona Parra y del MAPU. Hoy está a cargo de la seguridad en la cámara alta.
A las seis de la madrugada del 11 de septiembre de 1973, el comandante del regimiento Tacna, coronel Joaquín Ramírez Pineda, le entregó el mando del cuartel al comandante del Grupo de Artillería, mayor Enrique Cruz Laugier. Ramírez había advertido a los oficiales del Tacna del golpe de Estado para derrocar a Salvador Allende. Un par de horas después, el comandante Cruz salió con sus tropas al centro de Santiago, se dirigió a La Moneda por el costado sur, ordenó desenganchar las baterías de artillería de los transportes, preparó los proyectiles y comenzó a bombardear el palacio de gobierno. Adentro, Allende resistía junto a sus hombres. Cruz disparó varios proyectiles pesados. Momentos después, los Hawker Hunter de la Fuerza Aérea terminarían la tarea iniciada por el comandante en ejercicio del Tacna y otras unidades, que también atacaron la sede de gobierno desde tierra con nutrido fuego.
Hoy el mayor Cruz, en retiro, es el jefe de seguridad del Senado.
Más tarde el mismo día 11, el comandante Cruz llevó sus tropas a la Avenida República y atacó con fuego de artillería a los ocupantes del local de las Brigadas Ramona Parra del Partido Comunista. Lo mismo hizo luego con los militantes del MAPU que se hallaban al interior del local del Regional Santiago de calle Carrera. Los jóvenes lograron huir por casas colindantes. Cumplida esta segunda misión y tomadas por asalto ambas sedes, Cruz se dirigió con sus hombres al regimiento para reponerse y comer. Por la noche, volvió a salir con su tropa, según él, para "el patrullaje nocturno a fin de asegurar el cumplimiento del toque de queda y la tranquilidad de la población".
La historia nunca antes contada por el mayor Cruz, quien ha confidenciado a algunas personas otras cosas menores de aquellos días pero nunca ésta, la relató el propio Cruz en el proceso que instruye el juez del Quinto Juzgado del Crimen Juan Carlos Urrutia, por los desaparecidos de La Moneda. En esta causa Cruz está en calidad de "inculpado" y no como testigo, aunque hasta ahora no ha sido procesado. Además, el jefe de seguridad del Senado ha prestado declaración en varios otros procesos por violaciones de los derechos humanos por sucesos ocurridos en los primeros meses después del alzamiento militar. Todo lo que en esta crónica se cuenta, está en las respectivas fojas del proceso por La Moneda, firmadas por Cruz Laugier. De ellas, LND tiene copia.
"SÓLO SALIMOS A LA CALLE"
Cuando hace un par de años lo visitamos en su despacho del Senado para consultarle por su participación y lo que vio al interior del Tacna que sucedía a los detenidos de La Moneda, torturados y luego sacados a la zona militar de Peldehue para asesinarlos, el ex comandante Cruz contó cosas menores, justificando "mi inocencia" en los crímenes de Peldehue y las torturas a los GAP y asesores de Allende en el Tacna. Pero se cuidó de no mencionar el bombardeo al palacio de gobierno ni el asalto a las sedes de la Ramora Parra y el MAPU.
Esa vez necesitábamos que confirmara si le había contado al coronel (R) Fernando Reveco, haber visto en la noche del 11 a Augusto Pinochet, semioculto en una baranda del Tacna hecha con antiguos cañones de carabinas Spencer en el sector "los rastrillos", mirando cómo torturaban a los GAP de Allende. Cruz negó, pero Reveco mantuvo su versión y se lo declaró al juez Juan Guzmán.
En el bombardeo a La Moneda, Cruz sostiene que, a pesar de haber quedado ese día el Tacna bajo las órdenes del coronel Julio Canessa Robert, al no poder comunicarse con él en la mañana del 11 de septiembre, actuó bajo las órdenes del coronel Joaquín Ramírez.
"El coronel Ramírez me entregó el mando del regimiento en mi condición de comandante del grupo de artillería (...) La orden era bombardear La Moneda. Recibida la misión me trasladé con mi unidad en forma rápida a la Avenida Bulnes. Allí equipamos y desenganchamos una de las piezas de artillería. Como recibiéramos fuego de francotiradores debimos preparar, apuntar y disparar la pieza de artillería con los oficiales, debido a que el contingente había buscado resguardo", declaró en el proceso. Según Cruz, el ataque de artillería al Palacio de Gobierno "no causó daños".
Cuando el pasado jueves 25 de noviembre le consultamos si en las primeras horas del golpe asumió la comandancia del regimiento y participó en ataques a sedes partidarias y bombardeos, dijo "nunca, a mi sólo me tocó salir a la calle a patrullar el toque de queda y cosas así, yo era un mayor no más".
-¿Tampoco participó en los bombardeos del 11 de septiembre?
-Si hubiese sido aviador, sí.
-No, desde tierra a algún edificio.
-No, no, sólo nos correspondió salir a la calle y darnos vuelta por todo Santiago. A veces participamos en allanamientos.
Hoy, Enrique Cruz tiene la calidad de "exonerado político", porque dijo a esa comisión calificadora que lo habían echado del Ejército.  ******************


26/11/2006  La temible historia de "Pete el Negro"
El ex agente de la DINA y la CNI, en 1973 mató por la espalda al niño Carlos Fariña y quemó el cadáver de la víctima más joven de la dictadura. En 1979 comandó la "limpieza" de los cuerpos enterrados en cuesta Barriga para arrojarlos al mar. En 1981 mató al mirista Lisandro Sandoval. Hoy trabaja junto al coronel (R) Cristián Labbé, actual alcalde de Providencia, comuna segura.

Domingo 26 de noviembre de 2006 | por Jorge Escalante
En medio de la noche de octubre de 1973, iluminada sólo por los focos del camión, el niño miró al oficial y gritó que no quería morir. Enrique Erasmo Sandoval Arancibia, "Pete el Negro", ordenó a dos soldados que lo pusieran de espalda, porque no lo quería mirar. El niño siguió pidiendo clemencia. El oficial levantó su pistola Steier y le dio cuatro tiros en la cabeza. Luego, un conscripto roció el cuerpo con combustible y el oficial del Regimiento Yungay encendió un fósforo y lo tiró encima. La llamarada alumbró los rostros de espanto de los dos soldados, que se taparon la cara para que el hedor de la carne abrasada no se les metiera como recuerdo imborrable en el alma. Pete permaneció imperturbable. Nadie dijo más. Cavaron rápido la sepultura clandestina en el sitio despoblado.
Con 14 años, Carlos Fariña Oyarce se convirtió en la víctima más joven de la dictadura de Pinochet. Consumida la gasolina y con la escena envuelta en la penumbra infernal de los faroles del vehículo, empujaron los restos humeantes a la improvisada tumba. La tierra que comenzó a tapar al niño no alcanzó a liberar a los soldados del espanto. Pete no se conmovió y permaneció duro en el mando. Limpiaron todo rastro y regresaron en silencio al Internado Barros Arana en Quinta Normal. Ese fue el lugar elegido donde se instalaron los efectivos de un destacamento del Yungay que provenía de la ciudad de San Felipe, en la V Región, al mando de su comandante, Donato López Almarza.
Convirtiendo las salas de clases en celdas de prisión y tortura para quienes iban cayendo en razzias callejeras y detenciones selectivas, allí instalaron su cuartel general horas después del golpe militar de 1973. Su misión en Santiago: reforzar el terror.  Con 24 años y el grado de teniente "Pete el Negro" -como le decían en el Ejército por su feo aspecto- estaba por esos días al mando de la Segunda Sección de la Primera Compañía del destacamento del Yungay. Pocos meses antes del golpe de Estado viajó a la Escuela de las Américas en Panamá para aprender a reprimir con eficacia.  Su fiereza lo hizo escalar posiciones para trabajar en Villa Grimaldi comandando la Agrupación Cóndor de la Brigada Caupolicán, allanando y deteniendo gente al lado del grupo selecto de Miguel Krassnoff y el "Ronco" Marcelo Moren Brito.
Hoy, Sandoval Arancibia -procesado por el juez Jorge Zepeda con la acusación de matar y quemar al niño Fariña- es, paradojalmente, el supervisor de la seguridad de la comuna de Providencia, bajo el mando del también ex agente de la DINA coronel (R) y alcalde Cristián Labbé. La función de "Pete" es "la Inspección Técnica de los contratos externos de la Dirección de la Seguridad Vecinal".
Confesión intencionada. Los restos del niño Fariña se hallaron casualmente el 30 de junio de 2000, tras una excavación en el sector de la avenida Américo Vespucio con San Pablo, al oeste de Santiago.
Hace una semana, Sandoval confesó finalmente el crimen del menor ante el ministro Zepeda. Aunque intentó encubrir el asesinato como un "fusilamiento por un pelotón" ante el cual "puse al menor de frente y di la orden de disparar", gracias a la colaboración de los doce conscriptos que esa noche comandó "Pete", en la investigación judicial se habria establecido que el crimen ocurrió como está relatado en esta crónica. Así, al menos lo certifica el auto de procesamiento y el documento de formalización de la acusación dictada en contra de Sandoval y López Almarza por el juez.
Pero la prueba más clara de que Fariña no murió como asegura Sandoval, es el protocolo de autopsia practicado a sus restos e incorporado al expediente, que indica que le dispararon por la espalda. En su confesión, "Pete" culpó a quien era su comandante, López Almarza, de ordenarle "eliminar y hacer desaparecer" al niño el mismo día de su detención en La Pincoya el 13 de octubre de 1973, durante un allanamiento masivo en búsqueda de "extremistas".
OPERACIÓN CUESTA BARRIGA. Desaparecida la DINA a fines de 1977, "Pete" pasó a la Central Nacional de Informaciones (CNI), donde se convirtió en uno de los preferidos de Álvaro Corbalán y llegó a comandar la Brigada Azul que persiguió al MIR. Allí operó con la chapa de "Roberto Hernán Fuenzalida Palma". Corrían los días de enero de 1979; poco antes -en noviembre de 1978-, los cuerpos de 15 campesinos fueron encontrados en una mina abandona de Lonquén, al sur de Santiago. Jerónimo Pantoja, al mando de la CNI en reemplazo de general Odlanier Mena, que estaba de vacaciones, ordenó a Pete: "¡Vuele la mina de cuesta Barriga. No queremos más problemas!".
Al cuartel general de la CNI llegó la información, aportada por un cazador de conejos, de la existencia de varios cuerpos humanos tirados en un pique de la mina. Sus perros dieron con los restos por el olfato. Según dichos judiciales de Sandoval, el cazador contó el hallazgo primero en la Vicaría de la Solidaridad y pidió dinero, "pero se demoraron mucho y llegué primero".
Primero pensaron en volar la mina, pero el explosivo necesario "provocaría un temblor grado tres" que sería registrado por los sismógrafos. Entonces, Pantoja le ordenó quemar los cuerpos con ácido, lo que rechazó por el peligro que implicaba para él y su gente. "Pete" llamó al general Mena a su casa de veraneo en Mehuín y le dijo que era urgente su retorno a Santiago. A las doce del día siguiente, al aeródromo de Tobalaba arribó el helicóptero de la CNI y Mena ordenó: "¡Saque los cuerpos y limpie la mina!".  Sandoval alias "Pete" cuenta que eligió diez agentes y partió a la cuesta con "cien sacos paperos" y los implementos necesarios. Trabajaron tres días y tres noches y llenaron "unos 50 a 80 sacos con restos humanos". Algunos estaban esqueletizados, "pocos todavía tenían tejidos, pero el olor era putrefacto".  En algunos de los sacos pusieron también restos de ropas. "Había que sacar todo lo que revelara la presencia de restos humanos", afirmó el agente en el proceso de cuesta Barriga. No pudo precisar la cantidad de cuerpos extraídos, pero sospecha que fueron más de 20, todos desarticulados.
A MALLOCO Y PELDEHUE. Terminada la tarea improvisaron una gran escoba con ramas de arbustos y barrieron bien para no dejar rastros. Subieron los sacos a un camión y los disimularon con fardos de pasto que llevaron para ello. Encima rociaron avena "para minimizar el olor de la carga, por si nos topábamos con gente".
Según Sandoval, bajo las órdenes "del general Mena" llevaron los restos a la parcela expropiada al MIR en Malloco, donde pasaron la noche. A la mañana siguiente, muy temprano, partieron al campo de entrenamiento del Ejército en Peldehue, donde subieron los sacos a un helicóptero y los arrojaron al mar atados a rieles. Para esta fase de la operación, "Pete" recuerda que "tomamos la ruta que lleva al santuario de Sor Teresita de los Andes". Finiquitado todo, Sandoval Arancibia regresó a la mina y tiró cinco perros muertos al pique, "para justificar la presencia de huesos ahí, como había dicho el cazador a la Vicaría". Dos años después, en agosto de 1981, siendo un capitán de la CNI y en compañía de "Juan Pablo Aguilera Espinoza", que resultó ser el agente Víctor Manuel Molina Astete, "El Choco", en la cercanía de la estación de Metro Ecuador, en Santiago, Pete mató a tiros al mirista Lisandro Sandoval Torres. El crimen lo confesó en el juicio, pero fue favorecido con el beneficio de la prescripción del delito.
TRES MUERTES Y UN SENTIMIENTO  ¿Pero por qué debía morir el niño Fariña? ¿Cuál era el interés del comandante López Almarza para ordenar la muerte de un escolar de 14 años?  La Brigada de Asuntos Especiales y Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones logró descifrar el misterio tras ubicar a los conscriptos que participaron en el allanamiento en La Pincoya, donde Fariña fue detenido, y quienes lo sacaron del Barros Arana comandados por Sandoval Arancibia. De acuerdo a los antecedentes recabados, Carlos Fariña Oyarce habría muerto a causa de una venganza gatillada por una relación sentimental, y no por motivos políticos. A su muerte se logró vincular otros dos crímenes cometidos por efectivos militares, uno en las mismas horas del asesinato de Fariña, y el otro, días después.
Poco antes del golpe militar, jugando con un arma de fuego, Carlos Fariña hirió casualmente a un niño de seis años. Por ello fue internado en un hogar de menores, del que se fugó y se refugió en casa de su madre, Josefina Oyarce, en La Pincoya.  Estaba en cama con fiebre el día que el contingente del Yungay realizó la operación rastrillo y ordenaron que todos los hombres mayores salieran a una cancha cercana, para luego subirlos a unos buses.
Un oficial entró a la casa de los Fariña y obligó a la madre a entregarle a Carlos, en una acción selectiva. A su vez, "un oficial joven, de bigotes, que llevaba una boina negra y ejercía el mando sobre su grupo", según se estableció en el proceso, sustrajo de otra calle de la población a Víctor Iván Vidal Tejeda. El menor, de 16 años, tuvo el mismo destino que Fariña, pero su cuerpo fue entregado a la morgue en la madrugada del 14 de octubre de 1973.
Seis días después, en un sector de Américo Vespucio, apareció el cuerpo del artesano Ramón Zúñiga Sánchez, de 31 años, según la autopsia fallecido a raíz de impactos de balas de grueso calibre "efectuados desde larga distancia".
LA PISTA CLAVE  ¿Qué unió las tres muertes? En declaraciones procesales de Leontina Díaz Huerta, madre del niño herido por Fariña, sostiene que el comandante del Regimiento Yungay, Donato López, entabló con ella una relación sentimental y que después del golpe militar la sacó de La Pincoya, instalándola en otra casa fuera del lugar, visitándola a veces.  El artesano Ramón Zúñiga Sánchez, cuyo cuerpo fue hallado baleado, era el esposo de Leontina y a la vez el padre del niño herido por Fariña. Zúñiga Sánchez tenía a su vez otra relación paralela con una mujer, que resultó ser hermana mayor del adolescente de 16 años Víctor Vidal Tejeda.
De esta manera, la fina investigación policial logró determinar que las muertes de Carlos Fariña, Víctor Vidal y Ramón Zúñiga Sánchez están unidas por un vínculo sentimental.
En su confesión de la semana pasada ante el juez Zepeda, "Pete el Negro" sostiene que la noche que el comandante Donato López le ordenó matar a Fariña, le dijo: "Es un pato malo involucrado en delitos. Un peligro para la población. El otro día le disparó a un niño de seis años. ¡Mátelo y haga desaparecer su cuerpo!".
Tanto el actual "supervisor" de la seguridad de los vecinos de Providencia como López Almarza están procesados y acusados por el ministro Zepeda como autores del secuestro y homicidio calificado de Carlos Fariña, y arriesgan condena de prisión.
Lo que ahora queda por acreditar judicialmente, habiéndose logrado en forma policial, es el vínculo entre las muertes del niño Fariña y los otros dos pobladores. LND*********
 
"Monje Loco", el oficial más temido de Pisagua
El teniente Conrado García Gaier llegó a ser a fines de los noventa el coronel a cargo del Departamento II de Inteligencia del Ejército, y antes jefe de la Unidad Antiterrorista de la CNI. Para avisar la tortura, en Pisagua tocaba el órgano de la parroquia que se llevó a la cárcel.

Domingo 11 de enero de 2009 .  Era la segunda vez en la noche que el joven Luis Carló caía rodando por la escalera desde el segundo piso de la cárcel de Pisagua. Arriba, el "Monje Loco" volvió a reír con aquel vozarrón que venía bien con su estatura de más de un metro ochenta y sus ojos claros. Terminada la tortura casi diaria al adolescente, hijo de un suboficial de Ejército, el "Monje Loco" volvió a encerrarlo en la celda y bajó al primer piso.
Abrió el órgano que había hecho trasladar desde la parroquia de la legendaria caleta y comenzó a tocar. No lo hacía bien, pero algo sabía. Anunciaba con los acordes que comenzaba la función. Dentro de sus celdas, al par de centenares de prisioneros se les apretó el estómago.
Conocían de la bestialidad del "Monje". Lo bautizaron así por el órgano, pero el teniente Conrado García Gaier, de monje no tenía nada. Fue el oficial más brutal del campo de concentración de Pisagua después del golpe militar de 1973.  Esa noche ordenó a todos bajar a formar en el patio de la cárcel y los obligó a quitarse la ropa. Estaba helada la noche en Pisagua y soplaba fuerte el viento, aunque era noviembre.
El "Monje" tenía preparados los dos grandes tambores de aceite. Las piedras también estaban listas arriba del cerro. Eligió a los dos detenidos que darían inicio a la particular sesión, y les ordenó subir, custodiados por soldados. El cerrito tenía unos 150 metros de altura y una caída bien inclinada.
Conquistada la cumbre por los presos, el teniente García gritó desde abajo a sus subalternos que los metieran dentro junto al montón de piedras. ¡Partieron! mandó el "Monje", y sus hombres empujaron los tambores cerro abajo con su carga humana. Pararon allá lejos, más cerca del mar, que rugía agitado. Los dos hombres salieron gateando, ensangrentados y mareados.
Antes de sacar a los otros que rodarían por la pendiente, el "Monje" obligó a los prisioneros a tenderse en el suelo de tierra y piedrecillas dando la espalda al cielo estrellado.
Varios tiritaban de frío. De dos zancadas, el "Monje" regresó al teclado religioso y manoteó algunos acordes que sólo él comprendía. Pero daba lo mismo, pues su público le temía dignamente y no le arrojaría huevos ni tomates.
El órgano dejó de sonar y el "Monje" bajó corriendo los pocos escalones del primer piso al patio. Entonces comenzó a saltar encima de las espaldas desnudas, corriendo a través de esa alfombra humana. De vez en cuando se detenía y apaleaba a alguno al azar. Y continuaba su enloquecida carrera gritando insultos, con los ojos grandes claros bien abiertos para no caer.
LA PLANCHA AL SOL. Por la tarde del día siguiente, cuando el sol quemaba sin piedad, la amplia plancha de metal que cubría una parte del patio de la cárcel ardía. Ahora el teniente García revelaba otro de los muros grises de su mente enferma. Volvió a ordenar formación.
Esta vez a dorso descubierto, para que el sol terminara hiriendo la piel de los detenidos. Subió volando como un ángel los escalones desde el patio al primer piso, y soltó una tormenta de notas en el instrumento recorriendo varias veces con las dos manos todo el largo del teclado.
Después, cuando algunos desvanecían afuera, sacó a unos pocos y les mandó sentarse encima de la plancha de fierro hirviendo. Allí los dejó hasta que comenzaron a gritar de dolor por las quemaduras en sus nalgas, a pesar del pantalón.
La tradición del "Monje Loco" volvía a cumplirse, anunciando tortura con el sonido que más amó Bach tocando para reyes y eruditos de alcurnia.
Los dramáticos días y noches de Pisagua bajo el manto poco sagrado del "Monje Loco" han sido recordados por decenas de ex prisioneros en las miles de fojas del proceso que se instruye por los crímenes de lesa humanidad ocurridos en Pisagua. Entre otros, por Luis González Vives y Luis Morales Marino. La historia del "Monje Loco" en ese campo de concentración quedó incrustada a punta de sangre y dolor en ellos para siempre.
AL FIN CAZADO. Treinta y cinco años más tarde, y por primera vez, la semana pasada la mano de la justicia alcanzó a Conrado García. Al final no pudo seguir haciéndose pasar por un coronel retirado que nada había tenido que ver con los crímenes de la dictadura.
La Quinta Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago lo procesó y ordenó al juez Joaquín Billard su arresto y fichaje por el secuestro y desaparición de Jorge Marín Rossel y William Millar Sanhueza, ocurrido en Iquique entre los días 23 y 25 de septiembre de 1973.
Junto al "Monje Loco" cayeron también por primera vez los oficiales ya retirados Karl Hans Stuckhart y Pedro Collao, por entonces encargados, junto a García, de la inteligencia militar en esa ciudad. El "Monje" se fue después a Pisagua. Billard había exculpado a los tres de ambos secuestros.
El abogado querellante Adil Brkovic manifestó su satisfacción "porque nos costó mucho cazar a este siniestro personaje". Por el Programa de Derechos Humanos del Ministerio de Interior actuó para ello el abogado Rodrigo Cortés.****************

Ángeles de la muerte
Una exhaustiva y larga investigación del juez Juan Guzmán y su equipo de detectives del Departamento V logró develar el mejor secreto guardado por la DINA: el destino de sus desaparecidos en la Región Metropolitana. La operación sistemática fue realizada por los pilotos y mecánicos de los helicópteros Puma del Comando de Aviación del Ejército entre los años 1974 y 1978.
Domingo 23 de noviembre de 2003 
Desde los sacos paperos sobresalían las pantorrillas y los pies. A las mujeres se les veían los zapatos con tacones altos o bajos. A veces se les asomaba el ruedo de la falda. A los hombres se les veían los zapatos y el extremo de los pantalones. Cada saco contenía un cuerpo amarrado con alambre a un trozo de riel. Algunos cuerpos todavía mostraban sangre fresca. Otros expelían el olor de la primera descomposición. Otros sacos estaban impregnados de aceite humano, señal de que los cadáveres habían permanecido algún tiempo enterrados. Algunos de los bultos, los menos, no tenían la forma de un cuerpo sino que eran de un tamaño más reducido, sólo parte de los restos.
Fueron al menos 40 viajes. En cada uno subieron de ocho a quince bultos a bordo de los helicópteros Puma. De los 12 mecánicos del Ejército que al final terminaron reconociendo las operaciones, cada uno hizo al menos un viaje. En algunos casos fueron dos, tres e incluso más. Hay otros mecánicos que también participaron en estas operaciones pero que todavía lo niegan. Casi treinta años se guardó el secreto entre pilotos y mecánicos en el Comando de Aviación del Ejército (CAE), estamento responsable de la operación. Al comienzo todos negaron, varias veces. Los pilotos niegan hasta hoy. Pero los mecánicos quebraron el juramento sellado con la sangre de otros. El juez Guzmán y los detectives que lo asisten tomaron esta hebra y la investigaron silenciosos y pacientes durante más de un año, en el marco del proceso por la cúpula comunista desaparecida de calle Conferencia.
Interiorizarse de los detalles de los vuelos de la muerte sobrecoge. Ahí está al fin la respuesta, detallada, y esta vez relatada desde adentro, del destino de los prisioneros de la DINA en Santiago.
Entre 400 y 500 fueron los cuerpos lanzados al mar en estas operaciones realizadas principalmente entre 1974 y 1978, aunque también habrían ocurrido en las últimas semanas de 1973.
El informe de las Fuerzas Armadas que surgió de la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos en enero de 2001 con información del destino de 200 detenidos desaparecidos (49 en tierra y 151 al mar), apenas consignó 29 casos atribuidos a la DINA. De ellos, sólo 23 aparecieron como arrojados al mar. En la mesa de diálogo el Ejército del entonces general Ricardo Izurieta afirmó que no contaba con más información. Otorgando el beneficio de la duda, el Ejército esa vez no logró romper el secreto de los juramentados. Pero tampoco lo ha hecho hasta hoy.
Las cifras oficiales del Informe Rettig y las entidades continuadoras indican que los desaparecidos de la DINA en la Región Metropolitana entre 1973 y 1978, fueron 590.
LA RAZÓN DEL MAMO. Al final se confirmó la verdad. La confirmaron los mismos ejecutores, o parte de ellos. Como viene ocurriendo con otros casos espeluznantes, como los ejecutados de La Moneda en Peldehue, los que hablaron fueron los de abajo, no los altos oficiales. Los mecánicos son todos suboficiales hoy retirados.  Hay que admitir que el ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, tenía por una vez la razón. "No hay detenidos desaparecidos de la DINA, están todos muertos" dijo recientemente a una documentalista del Canal+ de la TV francesa. Lo que Contreras nunca ha reconocido es que la macabra y sistemática operación de lanzar los cuerpos al mar existió. Y que nunca pudo ser planificada sólo por quien fue el jefe del Comando de Aviación del Ejército entre enero de 1974 y diciembre de 1977, coronel Carlos Mardones Díaz. Éste, junto a otros cuatro ex pilotos del CAE, fue procesado el viernes 14 de noviembre de 2003 por el juez Guzmán en calidad de cómplice y encubridor en el sumario por la muerte de Marta Ugarte. El de esta dirigente comunista fue el único cuerpo de las víctimas arrojadas al mar que afloró desde las profundidades del Océano y que en septiembre de 1976 varó en la playa La Ballena, cerca de la caleta Los Molles en la V Región. Fue la única falla del sistema de exterminio, la pista que permitirá ahora condenar a los culpables. Ningún otro cuerpo lanzado al mar apareció. El "culpable" de la defectuosa atadura del peso que permitió que el cadáver de Ugarte subiera a la superficie y se convirtiera en una evidencia fundamental, está identificado y confeso de su criminal error.
Pero Guzmán también procesó por este caso en calidad de autores de secuestro y homicidio a Contreras y a su propio primo, el brigadier (R) Carlos López Tapia, quien en 1976 era el jefe de la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA y a la vez jefe de Villa Grimaldi. Éste fue el principal centro clandestino de reclusión y tortura en el país, y desde allí fue sacada la mayor cantidad de los cadáveres que iban al mar. El juez fue respaldado el viernes 21 de noviembre de 2003 por la Quinta Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago, que confirmó los procesamientos. Aunque revocó el del piloto Emilio de la Mahotiere "por encontrarse en Francia" cuando desapareció Marta Ugarte.
TOBALABA-PELDEHUE. La operación "Puerto Montt" (código con el que en los centros clandestinos de la DINA se marcaba en el registro de prisioneros a quienes serían ejecutados y lanzados al mar) tuvo un protocolo de actuación que se repitió. Antes de cada vuelo los mecánicos recibían la orden de sacar los asientos del Puma (18 a 20) y el estanque de combustible adicional. La autonomía de vuelo de este helicóptero sin el segundo estanque es de dos horas y media. Cada viaje era ordenado por el jefe del CAE al jefe de la Compañía Aeromóvil de ese comando de helicópteros. Todos los vuelos quedaban registrados.
Las máquinas partían cada vez desde el aeródromo de Tobalaba en la comuna de La Reina, donde durante esos años funcionó el Comando de Aviación del Ejército. La tripulación la conformaban un piloto, un copiloto, y un mecánico. El vuelo se iniciaba con destino a Peldehue, en Colina. Allí, en terrenos militares, descendían y eran esperados normalmente por dos o tres camionetas Chevrolet C-10, casi siempre de color blanco, cuya sección trasera estaba cubierta por un toldo. A cargo de estos vehículos estaban dos o tres agentes de civil. Los civiles descorrían los toldos que ocultaban los cadáveres amontonados y los descargaban para ponerlos dentro del helicóptero. A continuación el Puma volvía a elevarse con los agentes civiles a bordo. Normalmente se orientaba hacia la costa de la Quinta Región, y a la altura de Quintero la máquina tomaba dirección mar adentro. La menor de las veces los vuelos se fueron mar adentro a la altura de San Antonio o Santo Domingo.
Alcanzada una distancia adecuada, el piloto daba la orden para iniciar la descarga de los cuerpos. El lanzamiento se efectuaba a través de la escotilla de más o menos un metro cuadrado ubicada en el medio del helicóptero, donde se encuentra el gancho de carga que baja por dentro a la altura del rotor principal. Pero la descarga también se hacía a veces desde una escotilla de popa, de 1,80 metros de alto por casi un metro de ancho. El lanzamiento lo efectuaban los agentes civiles, que eran los responsables no sólo de llevar los cuerpos a Peldehue y ponerlos dentro de la nave, sino de supervisar que los bultos llegaran al fondo del mar.
Las identidades de los cuerpos arrojados al océano en esta operación no están establecidas, puesto que los testigos dicen no haberlas conocido nunca, salvo la de Marta Ugarte. Quienes sí las conocen, como el ex jefe de la DINA Manuel Contreras, niegan que esta operación existió.
"BRILLABAN"  Los rieles "recién cortados, por lo que brillaban por los lados cortados" como los vio preparados el comisario de Investigaciones y agente de la DINA Nibaldo Jiménez Santibáñez, entregaban, en principio, la seguridad de que la prueba del crimen se iría con el pedazo de metal al fondo del océano. Dice Jiménez en una de sus declaraciones procesales que cuando preguntó un día para qué eran esos rieles cortados en trozos, recibió por respuesta "esos son pa' los paquetes". Cuando preguntó ¿qué paquetes?, sostiene que le respondieron "los que se van cortados todos los días de aquí, un lote grande al mar, los envuelven en un saco bien amarrados con alambre, echan el cuerpo y el riel, y con el peso del riel se van al fondo".
Ya no eran ex prisioneros que hablaban de los rieles, ni sólo el campeón de pesca submarina Raúl Choque, que una vez en la década de los años 80 declaró a la prensa que vio osamentas en el fondo marino frente a Pisagua, pegadas a trozos de rieles. Ahora los fragmentos de vía eran una realidad vista por uno de los propios agentes que lo contaba a un juez.
Tampoco había enloquecido el coronel retirado Olagier Benavente Bustos, cuando el 24 de junio de 1999 declaró en una entrevista a La Nación que el "piloto de Pinochet, su regalón, Antonio Palomo", le contó un día de verano un par de años después de 1973 en Pelluhue, donde ambos tenían casa de descanso, que le había correspondido hacer viajes pilotando un Puma para lanzar cuerpos al mar. "Partían desde Tobalaba", dijo el coronel (R) Benavente que le había dicho Palomo. Era la primera vez que un alto oficial retirado revelaba parte del secreto. Pero esa vez todo quedó allí, sólo en las declaraciones. No existían todos los antecedentes descubiertos ahora. Por supuesto, Palomo desmintió las declaraciones de Benavente cuando el juez Guzmán lo interrogó.
LA LIMPIEZA. Cumplida cada misión de vuelo, los helicópteros regresaban al lugar en Peldehue donde habían quedado estacionadas las camionetas C-10. Allí descendían los agentes civiles, montaban en las camionetas y se iban. El helicóptero volvía a elevarse y se dirigía a su base del CAE en Tobalaba. Desocupada la máquina de su tripulación, los mecánicos realizaban la operación de limpieza del piso, que la mayoría de las veces quedaba con sangre impregnada y con un penetrante olor a carne descompuesta. Manguereaban el piso y el interior y dejaban ventilarse la máquina. Cuando el olor y la sangre desaparecían, los mecánicos volvían a instalar los asientos y el estanque de combustible adicional, a no ser que ya se supiera que al día siguiente ese mismo helicóptero debía cumplir una tarea similar. Normalmente esta limpieza no era realizada por los mismos mecánicos que habían participado del vuelo. Entre los limpiadores estuvo más de una vez E.A.O., el mismísimo mecánico personal del Puma Nº 256 del comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet. Aunque éste sostiene en el proceso que "nunca" le tocó realizar alguno de estos vuelos a alta mar. Su jefe fue por muchos años el ahora brigadier (R) Antonio Palomo.
"Cuando conversábamos entre los mecánicos, pude ver que varios de ellos habían realizado este tipo de viajes", declaró en el proceso otro mecánico que participó en los vuelos y a quien nombraremos "Rotor 1".
Las identidades de los mecánicos que finalmente contaron al juez las tenebrosas historias que permitieron conocer estos hechos, LND las mantiene en reserva. El hijo de uno de ellos fue secuestrado por algunas horas el viernes antepasado, el mismo día en que el juez Guzmán dictó los primeros procesamientos por el caso de Marta Ugarte contra cinco ex pilotos de los Puma, además de Contreras y López Tapia. Dos individuos lo obligaron a subir a un auto, lo amarraron, le pusieron una capucha en la cabeza, lo golpearon, y le dijeron que le dijera a su padre que "cierre el hocico". Luego lo botaron en una calle de Santiago.
Otro de los mecánicos, "Rotor 2", relató en la investigación que apenas se iniciaron estos vuelos, el comandante del CAE Carlos Mardones reunió a pilotos y mecánicos y les ordenó que "estas son misiones secretas que ustedes no deben comentar con nadie que no participe en ellas. Ni siquiera deben hablarlo con sus familias".
EL TRIBUNAL  El comisario (R) Nibaldo Jiménez, ex agente DINA con funciones en Villa Grimaldi y en el recinto de José Domingo Cañas, sostiene que "quienes enviaban a los individuos al mar era una reunión que se hacía con los jefes de grupo de esa época, los capitanes Miguel Krassnoff Martchenko, Maximiliano Ferrer Lima, y otros, porque había varios cuarteles. Se reunían en algo así como un tribunal, donde decidían qué detenido se salvaba y quiénes se iban al mar con el código anotado Puerto Montt. Esos "otros" a quienes se refiere Jiménez eran los de siempre, Marcelo Moren Brito y Pedro Espinoza Bravo, ambos jefes rotativos de varios de los centros clandestinos de la DINA.
El resultado de cada una de esas reuniones, continúa Jiménez, "era enviado al general Contreras, jefe máximo de la DINA (...) El general Contreras era quien revisaba las listas y en definitiva era quien decidía la suerte de los detenidos".
Otra de las víctimas de la DINA fue el periodista Máximo Gedda Ortiz, hermano de los Gedda que realizan el programa de televisión "Al sur del mundo". Detenido en julio de 1974, desapareció en el recinto de Londres 38. Jiménez cuenta el estado en que vio su cuerpo antes de que, presumiblemente, engrosara la lista de lanzados al mar. "Un sujeto de apellido Gedda estuvo detenido. Le habían sacado con cuchillo la carne de la pierna y se le veía el hueso. Estaba colgando, lo tenían colgando. Lo habían flagelado".
Jiménez describe otra figura del horror y la brutalidad contra otro de los desaparecidos de la DINA. Se trata del fotógrafo Teobaldo Tello Garrido, quien había sido funcionario de Investigaciones durante el gobierno de Salvador Allende. Fue detenido en agosto de 1974 y permanece desaparecido. "Fui a verlo a un cuarto abarrotado de detenidos, al abrir su boca vi que estaba ensangrentada. Sus dientes habían sido removidos con un alicate por parte del señor Marcelo Moren (...) El coronel Moren era bastante bruto".
PILOTOS DE LA CARAVANA
Entre los cinco ex pilotos de helicópteros Puma que el juez Juan Guzmán procesó por el secuestro y homicidio de Marta Ugarte están quienes fueron los pilotos de la Caravana de la Muerte. Antonio Palomo fue el piloto durante el tramo sur de este operativo, actuando como su copiloto Emilio de la Mahotiere González. Por el tramo norte de la caravana, el piloto fue el mismo De la Mahotiere y el copiloto, Luis Felipe Polanco Gallardo. El quinto piloto declarado reo es el coronel (R) Oscar Vicuña Hesse.
Una segunda fase de este método de desaparecimiento de detenidos arrojando sus cuerpos al mar, se inició después de 1978 y duró al menos hasta 1981-82, una vez que a fines de 1978 fueron descubiertos los cadáveres de 15 campesinos en un horno de Lonquén y el Ejército y Pinochet se alarmaron.
Esta segunda fase conocida como "las remociones" clandestinas, fue admitida incluso por el ex director de la Central Nacional de Informaciones, general Odlanier Mena, y sobre ella han prestado también declaraciones algunos ex agentes que participaron en el operativo. A esta operación pertenecen, entre otros, los prisioneros de Chihuío en la X Región; los ejecutados de La Moneda desenterrados desde Peldehue; y las 26 víctimas de la Caravana de la Muerte enterradas clandestinamente en el desierto de Calama. Estas no fueron víctimas de la DINA.
Probablemente, dada la experiencia adquirida, esta segunda fase fue realizada por los mismos pilotos y mecánicos del Comando de Aviación del Ejército. Este episodio no está totalmente aclarado judicialmente. En todo caso, los comandantes del CAE después de Carlos Mardones fueron: el coronel Hernán Podestá Gómez, entre enero y diciembre de 1978; coronel Fernando Darrigrandi Márquez, entre enero de 1979 a julio de 1981; y el coronel Raúl Dinator Moreno, entre agosto de 1981 y febrero de 1982.***************

Operación Kiwi: Enterrados en el mar
En un historia jamás contada, desde el remolcador Kiwi personal de la Armada lanzó al mar cuerpos de prisioneros frente a San Antonio. Un capitán que acusa, otro que se defiende y un tripulante que amenaza a quienes indagan. Los hechos vinculan por primera vez a la Marina.  Domingo 12 de septiembre de 2004
El temporal azotaba violento en el Canal de la Mancha. Los hombres del Canguro se dieron cuenta de que el remolcador hacía más agua de la que podían bombear y supieron que se irían al fondo del mar si no recibían auxilio. Habían zarpado desde el puerto alemán de Husum en el Mar del Norte, donde la compañía Kenrick los envió a buscar la nave. Era 1981. Lanzaron el S.O.S. repetidas veces. Pero al Pituco Reyes no sólo lo aterró la muerte, sino que además lo atacó el peso de la conciencia. Pensó que si no se liberaba del secreto que le quemaba desde hacía años, quizás no entraría en el reino de Dios. La idea le golpeó más fuerte que el pensamiento de la muerte y las gigantescas olas que barrían la cubierta. Le insistió varias veces al capitán del Canguro para que le prestara atención por lo que tenía que contarle, pero éste estaba preocupado de los llamados de auxilio y las maniobras para evitar hundirse. Finalmente, el capitán se dio cuenta de que lo que el Pituco quería contarle era grave y lo tenía descompuesto. Entonces el Pituco le contó. "Es que no me quiero llevar el secreto capitán", le dijo medio a gritos por el ruido de la tormenta.
Con la voz temblorosa por el miedo y el frío, le dijo que después del golpe militar mientras era patrón del remolcador "Kiwi" en el puerto de San Antonio, varias veces llevaron a bordo cuerpos de personas que eran lanzados desde el muelle a la cubierta y que luego la nave salía a alta mar donde los tiraban. "A nosotros, la tripulación del "Kiwi", nos encerraban en el pañol de cadenas cuando hacían estas operaciones", relató.
Le dijo que, cómo él, el maquinista Manuel Miño y el ayudante el Nacho Ortiz, a la segunda vez ya se dieron cuenta de qué se trataba. Que contaban los bultos cuando caían a la cubierta. Y que después contaban los chasquidos cuando caían al agua mar adentro. Cada vez sumaron diez a doce cuerpos. Mientras el Pituco terminaba la confesión, los hombres escucharon el motor de un helicóptero. Estaban salvados. Un buque de salvataje de la Armada británica los auxilió y los remolcó hasta un puerto inglés.
En el viaje hasta el puerto británico el capitán pensó que esta era la segunda confesión que escuchaba sobre estos hechos, aunque no se lo dijo al Pituco Reyes. En 1977, la misma historia se la había confidenciado en San Antonio, a bordo de un barco mercante panameño, el capitán de corbeta y práctico de la Armada de Chile en San Antonio, Rodolfo Iván Pearce Hartmann. A él le había tocado hacer los viajes en el "Kiwi", de la misma Kenrick, para tirar los cuerpos en alta mar. Las operaciones se realizaron principalmente entre 1974 y 1975. Pearce era amigo del capitán del Canguro, Vicente, nombre de fantasía en esta crónica porque, tras relatarnos a fines de 2003 esta historia y confirmarla en conversaciones posteriores durante 2004 agregando detalles, pidió reserva de su identidad.
El capitán Vicente, oficial de Marina en retiro, fue apresado en San Antonio en las primeras horas después del golpe militar de 1973. Desde 1970 trabajaba en una empresa del Estado. En San Antonio y apenas producido el golpe, el teniente coronel Manuel Contreras, que pocos meses después se convirtió en el jefe de la DINA, nombró al capitán Pearce como jefe del puerto. Además, entre otras disposiciones, confiscó los camiones de transporte de la estatal Pesquera Arauco. Los temidos camiones tres cuartos platinados se convirtieron en el traslado de la muerte para los prisioneros políticos. A bordo de éstos decenas de ellos fueron sacados vivos desde distintos recintos de detención, especialmente desde Londres 38, y nunca más regresaron a ningún lugar. Fue en estos camiones en los que cada vez llegaron los cuerpos al muelle de San Antonio para tirarlos a la cubierta del "Kiwi" y botarlos en alta mar.
La Gobernación. Cada vez que los camiones llegaban al muelle con su cargamento de cadáveres y el Pituco, Miño y el Nacho Ortiz eran encerrados en el pañol de cadenas, estrecho lugar donde va el ancla, a bordo subía un equipo de marinos de la Gobernación Marítima de San Antonio para apoyar las operaciones. La participación de estos hombres de la Armada en el "Kiwi" fue confirmada por el capitán Pearce a Vicente, según lo relata este último.
"El remolcador 'Kiwi' siempre lo pidió la Gobernación Marítima de San Antonio", dijo en su ofuscación Víctor Hugo Reyes Castillo, El Pituco, cuando lo ubicamos en San Antonio hace unos días después de una larga búsqueda. Hombre atrevido y de armas tomar, nos echó de la puerta de su casa tras decir "mire, no indague más sobre esto. ¿Quién lo manda a usted?".
"Yo no puedo decir ni sí ni no, porque tengo que velar por la carrera de mi hijo que es militar y por mi tranquilidad ahora que estoy jubilado. No quiero problemas de esto o de esto otro. Vaya a preguntarle esto a la compañía (Kenrick) porque a ellos la Gobernación Marítima les pedía el remolcador. La compañía sabe de todo esto porque una vez me lo preguntaron", dijo con vehemencia. Pero no negó ni al capitán Vicente, ni el viaje a Alemania a buscar el Canguro. Cada vez que le insistimos en que dijera si todo era verdad, respondió lo mismo: "No puedo decir ni sí ni no, porque no quiero problemas". Además, dijo enojado, "yo no sé si usted es un militar que anda indagando", a pesar de que le habíamos mostrado las credenciales de prensa. El punto de quiebre con el Pituco llegó cuando le preguntamos por tercera o cuarta vez cuántos viajes se hicieron para botar los cuerpos. Entonces levantó la mano amenazante y dijo "ya le dije, no indague más. Usted será vivo pero yo no soy huevón". Y cortó la conversación entrando rápidamente a la casa profiriendo amenazas de enviar gente a investigarnos.
Pero el Pituco confirmó un antecedente no menos importante: que el capitán Pearce no había dicho la verdad cuando lo ubicamos en su departamento en Viña del Mar. Pearce dijo no conocer ni al capitán Vicente ni al Pituco, cuando sí sabe perfectamente quiénes son. De hecho, Vicente dijo que hace tres semanas Pearce se encontró con un amigo común y preguntó por él, por su salud. Además, Pearce afirmó que "jamás estuve a bordo de un remolcador". Cosa que el Pituco retrucó cuando le hicimos la misma pregunta: "claro que estuvo, cuando la Gobernación pedía el remolcador y él estaba de guardia".
Cuando después de negar conocer a todos por quienes le preguntamos, al capitán Pearce le hicimos directamente la pregunta '¿Niega usted que a bordo del "Kiwi" sacó varias veces cuerpos de prisioneros para lanzarlos al mar?'. Su respuesta, repetidamente, fue similar a la del Pituco: "Mire, yo no puedo negar nada porque no conozco de eso".
Pearce estuvo en el puerto de San Antonio entre 1970 y 1976, junto a otro oficial de igual graduación que él y también práctico, de nombre Renato Barrientos Subiabre.
El tercer testigo. Un tercer testigo de los viajes del "Kiwi" con su cargamento humano es quien fue en el "Kiwi" ayudante del maquinista Miño, Nacho Ortiz. (Miño ya falleció). En 1995 Ortiz reconoció a dos abogados de derechos humanos cuando le fueron a preguntar por la historia que "a nosotros nos encerraban en el pañol de cadenas". La terminología "pañol de cadenas" también fue usada por Vicente y el Pituco Reyes. Esa vez Ortiz dijo a los entrevistadores que los viajes "fueron varios". También les confirmó que "en el remolcador iba Miño que era el maquinista, y el patrón (El Pituco)". Y les dijo que de esta historia "hay otros más que también saben", refiriéndose a determinados hombres del puerto de aquellos años que no nombró. "En ese tiempo los marinos hacían lo que querían", dijo Ortiz, confirmando que por el tiempo en que sucedieron los hechos "estaban el capitán Pearce y el capitán Barrientos". "Los cuerpos los llevaban envueltos", agregó en esa entrevista Nacho Ortiz.
Los camiones. En declaraciones judiciales, el ex agente de la DINA Enrique Fuenzalida Devia relata la forma de operar de los camiones de la Pesquera Arauco respecto de los prisioneros en los centros clandestinos de detención en la Región Metropolitana. "A Londres 38 llegaban camiones tres cuartos cerrados y acondicionados para la mantención de pescado en frigoríficos, que eran de la Pesquera Arauco. En ellos se traía y sacaba detenidos. Preciso que estos camiones frigoríficos de la Pesquera Arauco sacaban desde Londres 38 a prisioneros de la DINA", afirmó Fuenzalida en una de sus múltiples declaraciones en los procesos que se instruyen por detenidos desaparecidos y ejecutados.
La utilización de estos camiones para estos fines también es reconocido por otros ex agentes en los expedientes de los procesos. Desde el lugar de detención salían vivos, pero al muelle de San Antonio llegaban de noche muertos y amortajados y con un peso para que se fueran al fondo del mar, de acuerdo a lo que relata el capitán Vicente. La altura del muelle a la cubierta del remolcador era de unos diez metros.
Salimos en una lancha a buscar el "Kiwi" por las aguas del puerto de San Antonio, pero sin suerte. "Está en Caldera hace varios años", gritó desde otro remolcador un tripulante. En San Antonio, los hechos que sucedieron a bordo de esta nave se comentan entredientes por algunas personas que todavía tienen miedo de hablar.
Según datos de la Dirección del Territorio Marítimo de la Armada, el "Kiwi" aparece todavía prestando servicios, al 31 de diciembre de 2001, en el puerto de Caldera, pero ahora para la Sociedad Naviera Ultragas Limitada. Su número de matrícula es el 2804, su tonelaje de registro grueso (TRG) es de 154,67, y mide 25,40 metros de eslora (popa a proa) y 8,22 metros de manga (ancho). Y su frecuencia para comunicarse por radio es Charli-Bravo-Segunda-Quinta-Segunda-Segunda (CB 2522). Hoy es un remolcador viejo, pero lleva a bordo una cuota de la historia oscura del régimen militar.
En los barcos. Estos hechos forman parte hasta ahora de la historia no oficial de la represión, de aquella no divulgada o desconocida, y tampoco investigada por un juez. Episodios de este tipo todavía hay bastantes. Lo que se afirma que sucedió a bordo del "Kiwi" no fue consignado en el Informe Rettig, ni el informe posterior consolidado de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación. ¿Cuántos fueron los viajes que hizo el "Kiwi"?, la cifra no está precisada.
Pero sobre todo, son sucesos que vinculan a la Armada, rama que hasta ahora no aparece demasiado manchada con la muerte y la sangre de las víctimas, salvo la que corrió por los cuerpos torturados, especialmente en el fuerte Miller de la Infantería de Marina en Las Salinas en Viña del Mar, donde el entonces teniente Arturo Samith Aasman se destacó por su crueldad.
Siempre se ha hablado de que los cuerpos de los prisioneros no sólo fueron arrojados al mar desde helicópteros del Comando de Aviación del Ejército, como está comprobado en la investigación del juez Juan Guzmán en el proceso por la muerte de Marta Ugarte, sino que también fueron lanzados desde algún barco y su obra se atribuye a la Armada. Sin embargo, de los dos barcos que más se mencionan, el Maipo y el Lebu, ambos mercantes de la Compañía Sudamericana de Vapores prestados a la Armada para usarlos como prisión y anclados en Valparaíso tras el golpe militar, indagaciones de LND permiten afirmar que desde estas naves no desaparecieron prisioneros vivos, ni se utilizaron para lanzar cuerpos al mar. Tampoco desaparecieron detenidos desde el Buque Escuela Esmeralda, aunque a bordo de éste se torturó a los prisioneros, algunos de los cuales intentaron suicidarse en la desesperación como fue el caso de uno de apellido Barrientos. O el del sacerdote Miguel Woodward que murió en el Hospital Naval de Valparaíso producto de las torturas en la Esmeralda y cuyo cuerpo desapareció.
El Maipo ancló en el molo de abrigo en Valparaíso el mismo 11 de septiembre de 1973 y llegó a tener en sus bodegas unos 500 a 600 detenidos, varios de los cuales salieron en libertad en los primeros días. El viernes 14 de septiembre se produjo en Valparaíso la principal resistencia coordinada, cuando grupos de militantes de izquierda atacaron con disparos cuarteles de policía y el regimiento Maipo en el cerro Playa Ancha. También hubo refriegas en la plaza O'Higgins con marinos que estaban apostados en la escuela Ramón Barros Luco. Producto de este acontecimiento el Maipo zarpó al día siguiente a Pisagua con unos 200 prisioneros. De ellos no desapareció ninguno. A Valparaíso regresaron casi dos meses después a bordo del Orella, comandado por el hoy día senador de la UDI Jorge Arancibia. Algunos volvieron en buses.
En cuanto al Lebu, este barco-prisión tomó el lugar del Maipo en el molo inmediatamente después que éste zarpó a Pisagua. Pero el Lebu tenía la característica de que era un buque que estaba para ser desguazado, por lo que no podía navegar. No existen registros serios ni memoria colectiva que indiquen que desde estas naves desaparecieron prisioneros o se arrojaron cuerpos al mar.
Pero la respuesta a lo que siempre se sigue hablando puede estar en el "Kiwi" y en el personal de la Armada que, de acuerdo a los antecedentes que se relatan en este reportaje, habrían tomado parte en estos viajes mar adentro. La única forma de transformar estos relatos en una verdad jurídica, es que un juez investigue este episodio. Esto termina casi siempre por asustar a los agentes, que concluyen admitiendo los hechos como viene ocurriendo en centenares de procesos por violaciones a los derechos humanos.
Ante la policía. El capitán Vicente ya prestó declaración ante la policía de Investigaciones acerca de estos sucesos. En ellas sostiene refiriéndose a las confesiones del Pituco Reyes: "En el viaje de vuelta (a Chile) desde Alemania, las condiciones de navegación eran malas. El se asustó y me confesó que en su remolcador ""Kiwi"" botaban los cadáveres de presos políticos al mar, haciéndome hincapié en que nada tenía que ver en esto. Me dijo que a él lo iban a buscar a medianoche, junto a toda su tripulación, pasando a recogerlos una camioneta de la Gobernación Marítima. Se hacía un zarpe normal, pero posteriormente a la tripulación la encerraban en el pañol de proa donde se guarda la cadena del ancla. Entonces una vez a bordo, llegaba Pearce o Barrientos con una tripulación de marinos de la Gobernación Marítima. Se procedía a cargar los muertos para lo que, según relató, atracaban el remolcador en el muelle, hasta donde llegaban los camiones de la Pesquera Arauco con unos bultos, los cuales eran lanzados desde el muelle a la cubierta del remolcador, a diez metros de altura aproximadamente. Luego se salía a alta mar y a la cuadra del faro de San Antonio, ignorando a qué distancia, botaban los cadáveres. Esta tripulación contaba los chapuzones de los cuerpos en el agua, los que eran comparados con los golpes en la cubierta al momento de cargar. Estos operativos se efectuaron en varias ocasiones y en cada viaje llevaban entre 10 a 12 bultos. El Pituco Reyes me contó que como al segundo viaje se percataron de que se trataba de cuerpos de personas que iban amortajados y llevaban un peso para que se hundieran".
El testigo sostiene que está dispuesto a ser careado ante un juez con el capitán Rodolfo Pearce y el Pituco Reyes, quienes no quisieron negar ni admitir a LND lo que el capitán Vicente asegura que le confesaron. No obstante, en sus escurridizas respuestas tanto Pearce como el Pituco emitieron dichos que, analizados en el contexto de los datos, revelan que ocultan información.
Nombres y cifras. No se puede afirmar quiénes podrían ser los detenidos que tuvieron como destino final el fondo del mar en la "Operación "Kiwi"". Pero sí se puede decir que desde el campo de prisioneros de Tejas Verdes desaparecieron al menos 16 detenidos. Ellos son José Nanjarí Astorga; Rebeca Espinoza Sepúlveda; Gustavo Farías Vargas; Julio Fernández Fernández (uruguayo); Nelsa Gadea Galán (uruguaya); Miguel Heredia Vásquez; Víctor Mesina Araya; Luis Norambuena Fermandois; Jorge Ojeda Jara; José Orellana Meza; José Pérez Hermosilla; José Rivas Rachitoff; Gerardo Rubilar Morales; Ernesto Salamanca Morales; Ceferino Santis Quijada; y Félix Vargas Fernández.
Algunos de ellos desaparecieron entre 1974 y 1975, y otros en 1973. De todas formas, lo más probable es que la gran parte de quienes llegaron a bordo del "Kiwi" fueron prisioneros sacados en los camiones de la Pesquera Arauco desde Londres 38, Villa Grimaldi o José Domingo Cañas.
Revisadas las estadísticas oficiales de detenidos desaparecidos de la Región Metropolitana entre los años 1973 a 1978, el período de la DINA, estos suman 590. (En 1978 hay sólo dos víctimas). Si se considera que desde los helicópteros del Comando de Aviación del Ejército se lanzaron al mar en ese período por lo menos 400 a 450 cuerpos, de acuerdo a las investigaciones del juez Juan Guzmán en el proceso por el homicidio de Marta Ugarte, se tiene que es perfectamente posible que entre 1974 y 1975, desde el "Kiwi" se lanzaran al mar 50 a 100 cuerpos, dependiendo de la cantidad de viajes que un juez pueda precisar si investiga los hechos. Las cifras cuadran y aportan otro elemento para hacer creíble la historia. Son los desaparecidos que nunca más serán encontrados. Las víctimas de la DINA cuya información el Ejército no logró aportar a la Mesa de Diálogo de Derechos Humanos en 2000, y que el Informe de las Fuerzas Armadas emanado de esa reunión en enero de 2001 tampoco incluyó. Es el primer vínculo entre la Armada y la DINA en una operación de exterminio masiva.
**************************

¡Quemados con fósforo químico!
Gerhard Mücke, jerarca de la secta de Parral, encaró a su jefe, Paul Schäfer, exigiéndole que asuma su responsabilidad. Contó al juez las dramáticas horas finales de los prisioneros dentro del fundo. Los desenterraron en 1978, quemaron químicamente sus restos y tiraron las cenizas al río Perquilauquén.
Domingo 23 de julio de 2006
Con las luces encendidas de la vieja retroexcavadora Fuchs, Erich Fege salió ya oscuro desde el sector habitado del fundo y se alejó cinco kilómetros hasta el sector Chenco, dentro de Colonia Dignidad. Tenía la orden de Schäfer de cavar un hoyo ancho y profundo. Fege, nacido en Alemania en 1926, hizo la excavación y por radio le mandaron: "¡Aléjate 200 metros del lugar y mantente alerta!".
Un grupo de efectivos del Ejército estaba ya dentro del predio. Venían desde Parral, pero pertenecían a la Escuela de Artillería de Linares.
El "Doc", como le decían a Schäfer los militares, llamó a Gerhard Mücke y le ordenó conducir a los huéspedes hasta la fosa cavada por Fege. Él obedeció sin chistar y, con trato amistoso, guió a los visitantes. Al acercarse al lugar indicado, Mücke (mosquito) se retrasó un poco, pero antes les mostró el sitio preparado. Desde una camioneta, los militares bajaron a un grupo de detenidos, presumiblemente cinco, los mataron a tiros y los arrojaron a la fosa.
Mücke, el guardaespaldas de "Glasaugen" -como también le decían a Schäfer por su ojo de vidrio-, llamó a Fege por radio para que acercara la máquina: "¡Ahora tapas el hoyo y no preguntas nada!", le ordenó. Enseguida guió a los oficiales, suboficiales y soldados hacia las casas de Dignidad, donde el "Doc" los agasajó con los típicos manjares de la tradición bávara.
Dentro de las alambradas de la secta caían y desaparecían los primeros prisioneros políticos. Habían transcurrido sólo algunas semanas desde el golpe militar de 1973.
Otros prisioneros -colonos sometidos por la violencia y el terror impuesto por Schäfer y sus jerarcas- sobrevivían bien alimentados en el predio, pero sufriendo como peones al servicio del rigor maléfico.
Pocos días después, Schäfer repitió la orden a Fege. "¡Sales oscuro!", le dijo. Con la antigua Fuchs que operaba con un sistema de huinchas, el alemán enfiló hacia el mismo lugar y cavó otro hoyo similar. Un nuevo contingente del Ejército arribó al fundo desde las cercanías. Cumplida la tarea, Fege volvió a alejarse a la espera de que lo llamaran por radio, poco después de escuchar los disparos. Presumiblemente, esta vez los detenidos también fueron cinco. Murieron de la misma manera y tuvieron el mismo destino. El agasajo se repitió. "Glasaugen" era un excelente anfitrión, aunque muy mal vecino.
LOS DESAPARECIDOS DE PARRAL
El macabro ritual se repitió al menos dos veces más. En total, durante los dos meses tras el golpe, al interior de Dignidad fueron eliminados y sepultados "unos 20" prisioneros, recuerda Mücke en el proceso judicial contra Colonia Dignidad.
Cifra que se aproxima a los 22 parralinos que desaparecieron entre septiembre y octubre de 1973 en cuatro oportunidades distintas. Primero, el 26 de septiembre, cinco detenidos fueron trasladados desde la cárcel de Parral a un lugar desconocido por orden del gobernador de la zona, el hoy coronel (R) de la Escuela de Artillería de Linares Hugo Cardemil Valenzuela. Otros cinco desaparecieron desde la comisaría, entre el 11 y el 15 de octubre de 1973. El tercer grupo, también de cinco, desapareció el 13 de octubre desde el retén policial de Catillo, a unos 10 kilómetros de Colonia Dignidad. Y, por último, el 23 de octubre fueron sacados siete prisioneros desde la cárcel de Parral por orden de Cardemil.
Los datos coinciden con los recuerdos de Mücke y Fege. Ellos no mencionan a otros detenidos eliminados en la colonia, aunque sí señalan que en 1974 llegó otro montón de prisioneros, pero después fueron sacados por la DINA hacia un destino desconocido.
Pero el autor material de las 40 mil fichas de amigos y enemigos de la colonia, empresarios, militares, curas, monjas y autoridades políticas de diversas épocas, el "filósofo" Gerd Seewald Lefevre, presentado siempre como el "director de la escuela de Villa Baviera", devela que otros prisioneros sí desaparecieron desde el fundo.
Menciona a Hernán Sarmiento Sabater y Haroldo Laurie Luengo, detenidos en Parral; Pedro Merino Molina, en Coronel; Adán Valdebenito Olavaria; en Lota, y a José Hilario San Martín Llancán, que no figura en ninguna lista oficial, y a otro de apellido Santibáñez. Todos corresponden al período de 1974, año en el que fue internada una gran cantidad de prisioneros en Dignidad. En aquel tiempo, Schäfer le comentó a Seewald: "Sie dürfen nicht überleben" (ellos no deben sobrevivir). Los mencionados aparecen en fichas incautadas el año pasado en el predio alemán.
"TODOS FUERON QUEMADOS"
Corría 1978 cuando un día Schäfer convocó a su fiel "tío Mauk", como llamaban a Mücke, y le ordenó: "¡Hay que limpiar el fundo! ¡Anda, sácalos y deshazte de ellos!".
El pintor de brocha, como se autodenomina Mücke ante los jueces, pidió ayuda a Rudy Collen y Willy Malessa. La "limpieza" les tomó un par de semanas. Fue durante ese año cuando por orden de Pinochet se inició a la "Operación Retiro de Televisores". En las distintas guarniciones militares se debían ubicar las fosas clandestinas, desenterrar los cuerpos de los detenidos asesinados y lanzarlos al mar, amarrados a un trozo de riel para hacerlos desaparecer definitivamente. La alarma había sonado en los cuarteles poco después que en una mina abandonada en Lonquén fueran ubicados los restos de 15 campesinos desaparecidos. Aunque se sospechaba, hasta ahora no se sabía que la orden también llegó a Colonia Dignidad.
Esta vez la vieja Fuchs la manejó Collen, mientras el "tío Mauk" dirigía las obras y se ensuciaba las manos enguantadas. El trabajo avanzó bajo la supervisión del "Doc", empeñado en cumplir la orden de su general. Tras desenterrar los cuerpos ya putrefactos, "aunque aún con partes blandas", como recuerda "Mauk", éste y Collen metieron a cada uno en un saco bien amarrado y luego puesto dentro de otro "que tenía una sustancia que era fósforo y que quemaba fuertemente. Todos los cuerpos fueron quemados", confesó Mücke.
Cuando la siniestra operación concluyó, "las cenizas se arrojaron al río Perquilauquén en un camión", dijo el alemán con su gruesa voz de barítono a mal traer. Y afinó más el cálculo: "Fueron entre 18 y 21 cuerpos y conté cuatro o cinco fosas".
Una versión, aún más escabrosa, no confirmada pero no ajena a la sofisticada ferocidad de los "benefactores", indica que los desechos se los habrían arrojados a los chanchos.
FRENTE A FRENTE. Veintiocho años después, encarcelados y respondiendo a la justicia por los crímenes de lesa humanidad, en julio pasado Mücke y Schäfer fueron careados. Mücke enfrentó a su jefe por primera vez:
"¡Basta! Ya está bueno que reconozcas tu responsabilidad. Tú diste las órdenes y después me dijiste: ahora hay que limpiar el fundo. ¡Sácalos, y deshazte de ellos!".
Schäfer miró a Mücke con frialdad y en mal castellano dijo: "No tengo idea de qué me habla este señor".
Mücke contraatacó: "¡Los militares entraron al fundo por orden tuya y tú me ordenaste que los guiara por los caminos interiores!".
"Bueno, ellos entraban a la villa y hacían lo que les daba la gana, eran el Gobierno. Es cierto que pasaron centenares de militares y carabineros. Llegaban sin avisar. Pero de eso que tú dices no sé nada. ¡Estuvimos 40 años juntos, Gerhard, y todo lo que se hizo se decidió en comunidad!".
"¡No, señor, usted daba las órdenes!", le espetó "Mauk".
Decepcionado, "Mosquito" se sumaba a lo que un par de semanas antes habían sido las duras quejas ante la justicia de otro peligroso hombre del politburó de Dignidad, Kurt Schnellenkamp, en contra del "Ewige Onkel" (el "Tío Permanente"):
"Paul nos engañó a todos y más encima se quedó con nuestro dinero".
Algo parecido había proferido en el juicio "el filósofo" de las fichas, Seewald. Nacido en 1922, sostiene que estudió filosofía en la Universidad de Hamburgo y ahí aprendió "a fichar".
"Él nos manejó a todos", manifestó.
Ahora, todos se sentían engañados por la sagacidad extrema del ex cabo nazi que, según cuentan, no perdió el ojo en la guerra, sino desatándose la amarra de los bototos con un tenedor.
DE CARRASCO A MERTINS. "Ku", como todavía llaman a Schnellenkamp dentro de Dignidad y por fuera sus amigos chilenos, tenía razones de sobra para estar enojado con el "Doc". Por años, fue él quien dio la cara por el sur y el norte para cumplir la orden de Schäfer de conseguir armas y municiones para defenderse "de los comunistas". Tarea que cumplía en paralelo como jefe de la planta chancadora de Bulnes, donde producen ripio y otros materiales que todavía venden a empresas de la construcción e, incluso, dicen, al Estado.
Es en sus recientes palabras en el proceso de Colonia Dignidad donde aparecen nuevos nombres de altos oficiales que, durante la dictadura, tuvieron estrechos lazos con la secta. Dedicado a conseguir pertrechos de guerra o chatarra militar que creativamente transformaban dentro del fundo, afirmó que "fue en esta oportunidad cuando tomé contacto con algunos señores oficiales de Concepción, como Washington Carrasco, Luciano Díaz Schneider y Dante Iturriaga, y otros cuyos nombres en este momento no recuerdo".
Si de ellos también recibieron prisioneros que llevaron al predio, no lo dice.
Asimismo se relacionó con suboficiales armeros de distintos regimientos del país, con los que también conseguía algunas armas y municiones bajo cuerda "a cambio de quesos y cosas de ese tipo".
Los alemanes habían decidido incrementar su arsenal, que más tarde fue "subiendo de pelo" y sofisticación, por ejemplo, en negocios con el traficante de armas internacional y ex oficial de las SS hitlerianas Gerhard Mertins. El mismo "Ku" admitió los contactos que, acompañado por Helmuth Seelbach, otro alemán de la colonia, tuvo con Mertins en sus fundos de Durango (México) y Bonn (Alemania). Éste se transforma en el primer reconocimiento abierto de estos negocios con Mertins hecho por un miembro de la jerarquía de esta asociación ilícita criminal.
A SOLAS CON WILLOUGHBY. A "Ku" la memoria tampoco le falla para recordar que un día de 1974 condujo el bus Mercedes Benz de la colonia hasta el estadio de Talca:
"El viaje fue para trasladar hasta Villa Baviera a unos 15 prisioneros. Cuando llegué de vuelta los dejé en el galpón de las papas en medio de la noche y le dije a Paul: ¡misión cumplida!".
Qué pasó con ellos después no está seguro, dice, pero afirma que le parece que la DINA los sacó en un bus.
En julio de 1974, Schäfer dijo a Schnellenkamp: "Me vas a llevar al fundo Las Palmas, entre Melipilla y Las Cabras. En el camino hablamos".
Cuando arribaron al lugar, Schäfer le explicó: "Bueno, ahora me esperas aquí porque tengo una reunión importante con el señor Federico Willoughby, él es como un ministro de nuestro Gobierno".
"Ku" sostiene que esperó cerca de una hora. Cuando el "Doc" salió y partieron de vuelta en el vehículo, le contó:
"El agente de la DINA Miguel Becerra murió en la villa, y no conviene que se sepa que murió adentro. Cuando lleguemos, tú y Rudi [Collen] van a cargar su camioneta en el Magiruz [Deutz, un camión] con su cuerpo adentro. Lo sacan, en Parral bajan la camioneta con su cuerpo, Rudi se vuelve, y tú conduces la camioneta hasta la carretera en Linares. Te desvías por algún camino no muy transitado y lo dejas ahí, sentado al volante. Que parezca cualquier cosa. Alguien te va a seguir para traerte de regreso".
"Así lo hice. El cuerpo ya estaba descompuesto. Creo que Becerra, a quien apodamos "Uno" porque siempre andaba solo y vivía con nosotros adentro, quería salirse de la DINA", contó "Ku" en el proceso.
Quién sabe por qué, "Glasaugen" pareció recobrar el don del recuerdo cuando, interrogado por el episodio Becerra, expresó casi en una alegoría:
"Alguien vino un día a mostrarme una manzana mascada que estaba en la pieza de Becerra. Corté un pedazo y se lo di a las lauchas. Cayeron muertas de inmediato. A Becerra le gustaba comer de noche una manzana. Mi teoría es que lo envenenaron, por lo de las lauchas, creo.
EL PERRITO DE MAGAÑA. El operativo militar que los alemanes llamaron "Cerro Gallo", monte ubicado al este del río Perquilauquén, que cruza el predio de 17 mil hectáreas, se realizó en 1974. Según Mauk, "Ku", Fege y un nuevo testigo, Franz Baar -un chileno robado a sus padres cuando niño y adoptado ilegalmente-, a Dignidad llegó una tarde un contingente de unos 500 efectivos del Ejército. Durmieron dentro y al amanecer salieron de cacería, pero humana, apoyados por helicópteros. Ninguno dijo hasta ahora si se detuvo gente, aunque algunos lo presumen.
Sin embargo, el episodio arrojó otro nombre desconocido hasta ahora -fuera de los de Manuel Contreras, Pedro Espinoza y el mismísimo Pinochet, que se pasearon por el fundo-. Un oficial de apellido Magaña que, según los testigos, pertenecía al Regimiento Chacabuco de Concepción, iba a cargo del operativo.
"Andaba con un perrito bajo el brazo", recordaron Baar y Mücke.
Lo que les pareció fuera de toda marcialidad militar fue que Magaña, antes de iniciarse el operativo rastrillo, armó un gran escándalo porque se le había perdido su mascota y puso a alemanes y soldados de cabeza a buscarlo.
"Lo raro es que, cuando lo encontraron, se subió al helicóptero con la mascotita", comentó socarronamente el "tío Mauk".
Al final del operativo, Magaña le entregó a Schäfer un diploma de agradecimiento que decía: "Al General, Doctor y Profesor". LND*************
 

Los pecados de mi capitán
Ex agentes subordinados del suicidado ex oficial DINA acusan cómo éste hizo desaparecer prisioneros. El coronel retirado jamás habló ni entregó información a los jueces respecto a los hechos acaecidos bajo su responsabilidad en la brigada Purén. Los secretos se los llevó a la tumba.
El capitán Germán Barriga ordenó a algunos de sus agentes para que al día siguiente se reunieran a las ocho de la mañana en el cuartel de la DINA, en Villa Grimaldi. Barriga era el jefe de la brigada Purén y tenía bajo su mando al menos a quince agentes, repartidos en distintas agrupaciones. Los hombres escogidos llegaron puntuales. Era entrado septiembre de 1976 y la represión al Partido Comunista se había intensificado desde mayo de ese año, cuando la brigada a su mando detuvo a la dirección clandestina del PC en calle Conferencia de Santiago.
A bordo de una camioneta Chevrolet C-10, Barriga ordenó subir amarrados y vendados, al menos, a siete prisioneros. Aunque algunos de los subordinados de Don Jaime -el alias de Barriga en la DINA- recuerdan que fueron más. El convoy salió desde José Arrieta, en la comuna de Peñalolén. Escoltando la camioneta con los detenidos iban tres a cuatro vehículos de la DINA con los agentes de Barriga. A los detenidos se les informó que serían cambiados de lugar de reclusión. Enfilaron rumbo a Los Andes, ciudad de la Quinta Región. Pero al llegar al sector de Peldehue, en terrenos del Ejército, Barriga ordenó detener la caravana e ingresar por un portón, unos dos kilómetros dentro del predio. Uno de los vehículos se quedó vigilando la entrada de acceso.
Don Jaime ordenó que los prisioneros descendieran. Barriga era el jefe del operativo. El único oficial que lo acompañaba era el teniente de Carabineros, también agente DINA y entonces jefe de la agrupación Águila, Ricardo Lawrence Mires, quien actuó como subordinado suyo.
Desde uno de los vehículos descendió un hombre de lentes ópticos, usando un delantal blanco. Era el "doctor" Osvaldo Pincetti, conocido como El Brujo de la DINA. Un paramédico que utilizaba técnicas de hipnosis para sacar información a los detenidos. Entonces Barriga le ordenó proceder. A los prisioneros se les sacaron las amarras pero se les mantuvo la vista vendada. Pincetti preparó una jeringa y comenzó a trabajar.
"Pude ver que el doctor Pincetti los inyectó en un brazo, ignoro con qué, pero los detenidos cayeron todos muertos de inmediato", relató el ex agente de Barriga, E.V.T., en una de sus declaraciones judiciales de 2003.
LLEGA EL PUMA. Barriga se comunicó por radio y pidió el helicóptero Puma del Comando de Aviación del Ejército (CAE), unidad advertida de la operación. El comandante del CAE era entonces el coronel Carlos Mardones Díaz. La máquina demoró poco en llegar y se posó a un par de kilómetros de distancia. Barriga ordenó a sus agentes desnudar los cuerpos de los detenidos y juntar sus ropas para quemarlas ahí mismo.
"Luego el capitán Barriga nos ordenó que de inmediato metiéramos los cuerpos en unos sacos, pero previamente tuvimos que amarrarles un trozo de riel a cada uno, y después meterlos en los sacos que cerramos con alambre", declaró E.V.T.
Los rieles los proveyó el cabo de Ejército Manuel Leyton Robles, que integraba una de las agrupaciones de la brigada Purén. Leyton -quien en 1977 tuvo una sospechosa muerte en una clínica de la DINA- estaba también en el lugar. Preparados los sacos, el capitán Barriga instruyó por radio que el Puma se acercara. Pero en ese instante Barriga se percató de que uno de los sacos se movía y ordenó a su gente abrirlo. Era el cuerpo de una mujer que no había muerto, o no quedó suficientemente adormecida. Era la militante comunista Marta Ugarte Román.
"La inyección que el doctor Pincetti le puso a Marta Ugarte parece que no la dejó totalmente muerta o adormecida. Nos percatamos que, al momento de ensacarla, todavía se seguía moviendo", relató el ex agente E.V.T., en otra de sus declaraciones judiciales. La orden que se cumplió a continuación fue terrible. "Todos estábamos ahora apurados porque el helicóptero venía. Entonces abrimos el saco y la ahorcamos con un alambre. No se movió más, Después amarramos nuevamente el saco con el mismo alambre", agregó E.V.T. al tribunal.
El Puma llegó y Barriga ordenó subir los cuerpos a bordo. E.V.T., el cabo Leyton y un par de agentes ayudaron a cargar los cuerpos. "Como me quedé en el portón cuidando la entrada, llegó el cabo Leyton y me dijo que por orden del capitán Barriga lo acompañara, porque teníamos que subirnos al helicóptero", declaró otro de los ex agentes de Barriga, E.F.P. en 2003. "Creo que a bordo del helicóptero había ocho a diez sacos paperos amarrados", continuó E.F.P. en su relato judicial.
Cargados los bultos, el piloto intercambió una seña con Barriga y la máquina partió rumbo a la costa de la Quinta Región. "Luego de que el helicóptero llevaba unos diez minutos mar adentro, el piloto empezó a girar en redondo como viendo que no había ningún barco o embarcación a la vista. De repente bajó el dedo pulgar, y ésa fue la seña para que empezáramos a tirar los cuerpos al mar por la escotilla del medio del helicóptero", afirmó E.V.T.
Otro de los ex agentes de Don Jaime que también participó en este operativo de exterminio, C.H.A., dijo a algunos jueces en el año 2003: "Hablando sobre cómo se ejecutaba a los detenidos, recuerdo que en 1976 el capitán Germán Barriga me avisó una tarde que debía presentarme a las ocho de la mañana del día siguiente. Esa mañana nos ordenó dirigirnos al sector de Peldehue. Integrantes de mi agrupación fueron quienes cargaron los cuerpos a bordo del helicóptero". Se refería a una de las agrupaciones bajo el mando de la brigada Purén.
Cumplida la misión, el capitán Barriga premió ese día a sus agentes con la tarde libre.
FRENTE A FRENTE Pero el saco de Marta Ugarte quedó mal amarrado y ya en el mar se soltó de su atadura. Su cuerpo se deshizo a la vez del pedazo de riel que lo sumergía, para emerger el 9 de septiembre de 1976 en la playa La Ballena, cercana a Los Molles. Se convirtió en la única prueba corporal de ésta y todas las operaciones de la DINA, para hacer desaparecer prisioneros mediante este método. Entre 1973 y 1977, en la Región Metropolitana la DINA hizo desaparecer 588 personas, de acuerdo a cifras oficiales. De ellos, la gran mayoría fueron arrojados al mar, según confesaron a los efectivos del actual Departamento de Asuntos Internos y Derechos Humanos de Investigaciones y, luego, al juez Juan Guzmán, suboficiales de Ejército (R) y ex mecánicos del CAE encargados de tripular los helicópteros que sirvieron de transporte para este fin.
Conocida la noticia de la aparición del cuerpo de Marta Ugarte, el capitán Barriga reunió en Villa Grimaldi a sus agentes y los reprendió duramente.
"No señor, yo no participé en esos hechos, este señor me está confundiendo con alguien", afirmó Barriga el 2 de mayo de 2003 a un juez que lo careó con E.V.T. "Yo no lo confundo a usted con nadie, señor, y las órdenes me las dio usted, el capitán Barriga, que está aquí presente. Usted era mi jefe", contestó E.V.T. "Yo mantengo mi posición, y quiero decir que esto es para mí una doble condena. Perpetua por parte de la justicia de mi país y de muerte por parte del Partido Comunista que me culpa de estos hechos", replicó Barriga en el careo. Pero quienes esta vez lo acusaban no eran los miembros del PC. Eran sus mismos subordinados en la DINA.
"Me he atrevido a contar todo esto, lo que vi realmente, pero tengo mucho miedo a las represalias contra mí y mi familia, de parte del Ejército. Cuando me fui de la DINA, fui obligado a firmar un papel donde se decía que quedaba estrictamente prohibido contar nada de la verdad que ocurrió. Tengo mucho miedo a la venganza señoría", confidenció el ex agente E.V.T.
OTROS EPISODIOS  En los últimos años, estos ex agentes de Barriga declararon en distintos tribunales de Santiago, por diferentes causas de detenidos desaparecidos. Pero E.T.V. fue el primero en abrir la puerta a los efectivos del ex Departamento Quinto -hoy departamento especial para Asuntos Internos y Derechos Humanos con asiento en el cuartel de calle Independencia, para comenzar a desenredar la madeja de cómo la DINA hizo desaparecer a los prisioneros en la Región Metropolitana. Los ex mecánicos del CAE hablaron después. Pero los oficiales (R) que pilotaron los Puma todavía niegan todo, aunque están identificados y algunos procesados por el juez Guzmán.
Por ello LND no entrega los nombres de estos ex agentes, todos suboficiales retirados, y sólo publica algunas iniciales de su identidad. Ellos tuvieron la valentía de acusar ante la policía civil y los jueces al entonces capitán Barriga, a riesgo de sus vidas.
Los ex agentes sostienen que éste no fue el único episodio comandado por Barriga, mediante el cual se exterminó detenidos. "Yo participé al menos dos veces, pero lo más probable es que esto se haya repetido en otras oportunidades", dijo E.V.T. No se conoce con certeza la identidad de las otras víctimas del episodio relatado, aunque se suponen. Antes de suicidarse el pasado 17 de enero, Barriga estaba procesado, entre otros varios juicios, en la causa de calle Conferencia por el secuestro y desaparición de la dirección clandestina del PC en 1976. Todos los ex agentes mencionados en esta crónica que participaron en estos secuestros lo acusaron ante los jueces de comandar esas detenciones como jefe de la brigada Purén. Entre las víctimas, está el esposo de la presidenta del PC Gladys Marín, Jorge Muñoz, y el padre de la dirigenta de la AFDD, Viviana Díaz, Víctor Díaz López.
De acuerdo a datos de los ex mecánicos del CAE, durante la existencia de la DINA en la Región Metropolitana, al menos 400 cuerpos fueron lanzados al mar desde helicópteros.
LA TORTURA DE EXEQUIEL
Emilio Iribarren Lederman, militante del MIR, fue detenido el 4 de enero de 1975 por la DINA. Tras permanecer un tiempo prisionero en Villa Grimaldi, Joel, su chapa, se convirtió en colaborador de la DINA. En ese recinto tuvo regalías, aunque también sufrió. Pero fue un testigo. Hoy vive en Nueva York. Un día de mediados de 1975 observó algo que nunca olvidó.
"Un hombre que fue largamente torturado durante un período de 24 ó 48 horas. Fue colgado con una soga que le amarraba las manos por detrás. La soga pasaba por encima de una viga. Unos agentes tiraban de la cuerda hacia una polea, levantando a este detenido. Simultáneamente lo apaleaban. El prisionero estaba desnudo y le mojaban constantemente el cuerpo para aumentar el efecto de la electricidad. Al hombre lo subían y lo bajaban. Le dieron hasta la madrugada. Gritaba. Cada vez que miré, pude ver a Germán Barriga dirigiendo personalmente la tortura. Al viejo Exequiel Ponce lo torturaron brutalmente". Fue parte de su extensa declaración prestada en Nueva York, entre los días 5 y 12 de noviembre de 2003 a funcionarios del entonces Departamento Quinto.
Joel había sido ese día testigo presencial de cómo Don Jaime comandó la tortura del dirigente del Partido Socialista, miembro de su comisión política y obrero portuario, Exequiel Ponce Vicencio. Éste fue detenido el 25 de junio de 1975 en Santiago junto a su enlace, Mireya Rodríguez Díaz. Ambos están desaparecidos.
Iribarren relató también cómo Mireya Rodríguez, que según él "estaba embarazada de siete meses, había sido torturada salvajemente y decidió suicidarse cortándose las venas". El ex colaborador sostiene que se salvó porque la llevaron a una clínica de la DINA, "donde aparentemente habría perdido el bebé, pero salvado su vida".
Pero Iribarren fue también una víctima de Don Jaime. Cuenta que "en una fecha indeterminada me llevaron en Villa Grimaldi ante la presencia de Germán Barriga. Barriga estaba rodeado de su gente. Me hizo preguntas y, de improviso, me ordenó levantarme la venda de los ojos. No obedecí y lo hizo uno de sus agentes. Me rociaron la cara, los ojos y la boca con un líquido que me provocó gran dolor. Corrí a un grifo. Ellos esperaban que el líquido me provocara un desmayo, lo que no ocurrió. Al mojar mi rostro, el líquido ardió más. Barriga comentó decepcionado que el material no servía para nada. No sé qué sustancia estaba probando en mí".
DOS ANCIANOS.  La ex agente C.R.D., igualmente subordinada de Don Jaime, tiene otros recuerdos de sus métodos y también lo acusó en tribunales. Declarando el 4 de febrero de 2004, judicialmente dijo que "entre fines de 1975 e inicios de 1976, el capitán Germán Barriga me instruyó acompañar a dos carabineros, uno era Julián Reyes, para detener a dos personas a medianoche en una casa de Avenida La Palmilla, en Conchalí. Era un matrimonio de edad avanzada que estaba con un niño de unos 12 años. Los llevamos a Villa Grimaldi a los tres, donde nos esperaba Barriga. Al día siguiente, el capitán Barriga me mandó llamar a un sector del cuartel. Vi que los ancianos estaban tendidos en el piso, pero curiosamente no estaba el menor. En ese momento, llegó una ambulancia descendiendo un paramédico de la DINA. Éste sacó una jeringa e inyectó a la vena a los dos ancianos, causándoles la muerte casi instantánea".
El ex segundo hombre de la DINA, Pedro Espinoza, recuerda que Barriga llegó muy alto en la DINA. Declarando judicialmente el 2 de junio de 2003 afirmó: "Al entonces capitán Barriga en 1976, en determinadas oportunidades le correspondió el puesto de agente Director de Operaciones en el cuartel general DINA".
Informaciones de prensa manifestaron después de su suicidio que, de acuerdo a fuentes del Ejército, Barriga habría entregado información al Ejército sobre prisioneros lanzados al mar, lo que ayudó a que las Fuerzas Armadas elaboraran su informe de enero de 2001, producto de la Mesa de Diálogo de Derechos Humanos. En aquel informe de 180 casos, 151 aparecen arrojados a las aguas. De estos últimos, sólo existen en la lista 23 casos atribuidos a la DINA. La presunta información entregada por Barriga al Ejército, en todo caso jamás llegó a ningún juez. Pese a ello, Barriga nunca entregó a un magistrado un dato útil sobre el destino de los desaparecidos y siempre negó todo. Salvo antecedentes obvios e irrelevantes, como lo demuestran los expedientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Seguidores

Archivo del blog